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Luego de acompañar a Mia hasta su casa, Bruno regresó a Casita con una sensación de felicidad en el pecho, había tenido un buen día después de tanto tiempo enfrentándose solo a sus malos pensamientos, había pasado la tarde con una chica luego de haber rogado tanto por alguien que lo acompañara, y había visto otra vez a la señora que tanto quería en su infancia. No podía ser mejor.

O no.

Cuando entró a Casita, todos se le echaron encima bombardeando con preguntas a un Bruno aturdido, quien miraba a todos sin saber cómo responder.

— ¿Fuiste al pueblo?

— ¿Te escapaste para ver a la chica Gómez?

— ¿Se abrazaron?

— Dolores dijo que las señoras del pueblo los vieron muy cariñosos.

— Bruno, no te vuelvas a ir sin decirnos.

— ¿Comieron algo?

Iba a responder una por una pero alguien le tiraba de la mano, así que se agachó para ver a Mirabel. No se esperaba para nada que la niña se colgara de su cuello en un abrazo, fue la única manera de establecer el silencio en Casita. Todos observaban entre confundidos y enternecidos la escena.

— ¿Por qué llorabas, Tío Bruno?

El joven abrió los ojos de par en par, sintiendo las miradas de todos como si lo atravesaran, se limitó a acariciar los rizos de la niña y a buscar una respuesta concreta.

— ¿Qué dices, Mira'? — preguntó con suavidad.

La niña se apartó sólo un poco para observarlo en un puchero. — Dolores dijo que estabas triste, y que Mia te hizo sentir mejor, así que, así que voy a darte otro abrazo para que ya no llores más.

Bruno sonrió con ternura cuando la niña se aferró a su cuello, caminó hasta la cocina sosteniéndola para que no cayera, tratando de guardarse las lágrimas de conmoción, no quería que la niña se preocupara más.

Una vez se sentaron todos a comer, tratando de no ahogar a Bruno en preguntas a pedido de Julieta, quien quería que este comiera bien.

— Okay, ya no soporto más — soltó Pepa dejando sus cubiertos a los lados de su plato, sobó su frente con sus dedos, una nube se formó en su cabeza y Bruno dejó la comida de lado presintiendo lo que se vendría —, Mia me cae muy bien y todo, pero ¿no les parece un poco... vulgar su forma de vestir?

La mesa quedó en silencio, la única en darle la razón fue Alma, quien comía de lo más tranquila como si no se hubiese instalado un silencio pesado en la mesa.

— Pues — habló Julieta —, cuando la vi pensé lo mismo, me incomodó verla en tales fachas.

Agustín interfirió — A mí la verdad me impactó un poco, pero le resté importancia, es una muchacha muy agradable, y a Mirabel le gustó.

Alma suspiró — A Mirabel le gusta todo el mundo.

Julieta se metió un gran trozo de carne en la boca intentando ignorar el comentario de su madre, desde la ceremonia esta había sido cruel con la pobre niña que de nada la culpa tenía. Agustín le tomó la mano debajo de la mesa, mirando a su esposa con suavidad sabiendo lo que esta pensaba, la mujer le agradeció el apoyo con la mirada.

Bruno tomó un sorbo de agua antes de hablar — No me parece vulgar que use un pantalón, es sólo ropa ¿no?

Todos lo miraron en silencio, Pepa en un  estado que parecía al shock, Julieta con una mirada de asombro y una sonrisa de dulzura, Agustín con las cejas alzadas, Féliz con una mirada divertida, y Alma con desconcierto. Esta última terminó soltando un bufido.

Tímido • Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora