Capítulo 1

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June

—Minho, ¿cuántas veces te he dicho que reduzcas la velocidad? No quiero salir volando por los aires si chocamos —le dije, agarrándome con fuerza a la manija del techo del coche.

Sentía que la sangre dejaría de circular por mis dedos si seguía ejerciendo tanta presión en el agarre del vehículo.

—Vamos June, no seas aguafiestas. Las reglas están hechas para romperse.

Desde el asiento del copiloto pude ver como pasábamos una señal que indicaba que la velocidad máxima permitida en este tramo de carretera era de sesenta, pero eso a Minho parecía no importarle y sentí como aceleraba un poco más, poniendo el coche a noventa.

Tragué saliva con fuerza, rezando internamente para que esta pequeña excursión al lago no fuera la última que hacíamos. Deseaba llegara nuestro destino de una pieza y sin haber estrellado el coche de mi padre en el trayecto. De seguro me mataría si supiera que lo había estampado contra uno de los árboles del bosque, bueno, yo no, Minho, quien era nuestro piloto en día de hoy, así que la culpa sería suya y así pensaba hacérselo saber a mí padre si eso ocurría.

—Minho, reduce la velocidad. Ahora —este giró la cabeza en mi dirección, mirándome con cara de hastío ante mi insistencia porque fuéramos más despacio—. ¡Pero mira la carretera, idiota! —sentía como la garganta se me cerraba a causa del miedo. ¿A quién se le ocurría apartar la vista de una carretera llena de curvas? Ah, sí, solo a Lee Minho.

No era que no me fiara de las dotes de conducción de mi mejor amigo (bueno, tal vez un poco), pero cada vez que veía como el coche circulaba en línea recta por las pronunciadas curvas quería zarandearlo por no respetar las marcas viales. ¿Dónde había aprendido a conducir? Pensándolo bien, no me fiaba de forma de conducir de Minho. Casi hubiese preferido que condujese un niño de diez años. ¿Cómo siquiera habían considerado que era una buena idea darle una licencia?

Ahora entendía porque la gente, cuando aprobaba el examen práctico de conducir, decía que eran un peligro más en la carretera. Desde luego Minho lo era para todo el que decidiera conducir de frente a nosotros.

—Minho, haz lo que te dice —escuché la voz de Changbin desde los asientos traseros. Gracias a los cielos, por fin alguien más en este coche había entrado en razón sobre la forma temeraria de conducir de nuestro piloto—. Puedo sentir su miedo desde aquí —dijo mientras reía por lo bajo.

—¿Te estás riendo de mí, Seo Changbin? —pude ver por el espejo retrovisor como el nombrado tragaba saliva, nervioso, al haberlo llamado también por su apellido—. Prometo que, si Minho consigue que lleguemos vivos al lago, voy a hacer un agujero en el hielo y te voy a tirar de cabeza al agua. Veremos si así te dan ganas de reírte del sufrimiento ajeno —las risas del resto de los chicos inundaron el coche.

La amenaza parecía haber calado en mi amigo, pues no volvió a abrir la boca, ni siquiera para protestar. Enfocó la mirada en la ventana sin nada más que decir. Sonreí ante mi pequeña victoria.

Volví a centrar mi mirada en la carretera frente a mí, sintiendo como mis nervios disminuían al ver que ya estábamos casi llegando al desvío que debíamos tomar y Minho estaba disminuyendo considerablemente la velocidad y accionando el intermitente izquierdo para indicar nuestro movimiento —aunque ni siquiera había alguien tras nosotros—. Minho nos adentró por el camino sin asfaltar y cubierto por la nieve que no había dejado de caer días atrás.

Atravesamos grandes hileras de árboles nevados hasta que el coche se detuvo fuera del camino que habíamos tomado. El monovolumen negro parecía camuflarse entre la baja maleza del bosque que quedaba a unos pocos metros de distancia del lago. Desde donde nos encontrábamos podía observar todo el lugar. La capa superior de agua parecía estar completamente congelada a simple vista, siendo esta, a su vez, recubierta por una fina capa de nieve que brillaba bajo la intensa luz del sol.

Caminando entre lobos | Stray Kids | Primera parte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora