Capítulo 29. "Te atrapé"

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Dylan Adams.

Y bien. Eh, ¿Cómo están? ¿Que tal va su día? Cuéntenme algo sobre su vida, quiero saber...

No. Mentira. No quiero saber ni me importa. Es solo que aquí abajo se siente horriblemente solo.

¿Razón? Porque ayer alguien hablaba mucho, y me hacía hablar mucho también. Y hoy el ambiente es más silencioso que un desierto.

No tengo más trabajo que hacer. Un día cualquiera en esta situación estaría leyendo algo o escuchando música. ¿Hoy? Le arrojo una pelota de goma a un gato con complejo de perro.

—No puedo creer que vayas a quedarte— le recrimino con algo de rencor. Yo tuve que pasar por mucho antes de poder ser aceptado y dormir seguro por las noches.

Y pensado en eso, ayer fué un día de muchas confesiones, y... cosas raras. Y es tan irónico pensar que ninguna de ellas me molestó. Ahora tengo un cuadro más completo de una situación que me atormentó por semanas y las respuestas que me faltaban. Me encantaría enojarme, pero no puedo, de hecho estoy menos resentido que antes, se podría decir que incluso puedo bromear con algunas cosas que hace un mes me hicieron hervir la sangre y explotar.

Y lo considero injusto, muy injusto. No deberíamos poder olvidar tan rápido los errores de los demás.

Aunque bueno, eso no me pasa con todos. Y estoy creando una teoría que dice que en realidad no es que esté olvidando nada, es solo que estoy descubriendo cosas buenas que se encargan de opacar las cosas malas, eso es bueno ¿no? A mí me gusta que la gente se centre más en lo que hago bien que en cada tontería que se me escapa de vez en cuando. No creo que sea una tragedia intentar hacer lo mismo.

Estoy tan perdido en mis pensamientos que no presto atención a la fuerza con la que arrojo la pelota hasta que esta rebota en el muro de enfrente, y después regresa y golpea la pared detrás de mí faltando solo unos centímetros para darme en la cabeza, luego sale disparada hacia el techo y por último a la cómoda de madera donde derriba la lámpara de noche. Me encojo cuando escucho el estridente sonido que produce al hacerse añicos.

—Mierda — murmuro por lo bajo. Me levanto de la cama y me apresuro a recoger los trozos más grande de cristal.

—¡¿Qué pasó ahí?! — pregunta una voz desde afuera.

—¡Nada! — grito en respuesta. Por un momento me siento como cuando tenía doce años e hice esto mismo con un balón de soccer. Luego reparo en que no es mi madre quien ha preguntado y que de hecho no debería haber nadie más que yo aquí abajo.

Recojo los cristales rotos de todos modos y me dirijo a la cocina para tirarlos en el cesto de basura. Ya tengo una idea de lo que voy a encontrar al salir de la habitación, pero aún así me sorprende.

El sofá usualmente vacío se encuentra ahora ocupado por Jayleen, quién parece sentirse cómoda con los pies extendidos sobre el reposabrazos mientras sostiene frente a su cara un libro que ya conozco.

Lo baja cuando oye la puerta. Ella alza una ceja al ver los fragmentos de porcelana en mis manos.

—¿Eso era nada? — pregunta — ¿A qué jugabas? Parece divertido, yo también quiero romper cosas.

Por supuesto, es el tipo de hobby que imaginé que tendría.

—Mejor no rompas nada, ahora vengo — anuncio porque deseo deshacerme de esto antes de que me corte por accidente. Llego a la cocina, hago lo que mencioné, y regreso a la sala sintiéndome ridículo por sentir un poco de alivio de tener a otra persona en mi campo de visión.

—¿Qué haces aquí? — le pregunto a Jayleen, sin intención de sonar borde.

No había bajado en todo el día. Ayer estuvo en mi cuarto hasta la tarde cuando se despidió y dijo que en su habitación le llegaban mejor las ideas para trabajar en su proyecto. Incluso me agradeció por prestar atención a la paranoía de Giselle a pesar de que técnicamente no me puede echar la culpa por resfriarse (se lo preguntó a Kara por teléfono y dijo que solo soy un veinticinco por ciento culpable). Supongo que pasó también toda la mañana de hoy trabajando en sus diseños, solo le envié un mensaje para asegurarme de que seguía con vida. Ella me dijo que no me preocupara y que si moría se encargaría de avisarme. Un alivio, claro. Y ahora, está aquí.

Nadie puede con Jayleen MillerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora