Dylan Adams
Había olvidado el gran desastre que puede llegar a hacer una insignificante mascota. Sobre todo un jodido gato.
Son animales curiosos por naturaleza, y mi error fue no cerrar bien la puerta del cuarto de baño. Ahora toda la habitación está repleta de pequeños trozos de plástico, crema para afeitar y papel higiénico. Creo que aprenderé a dejar todo en una repisa más alta la próxima vez.
Mi resentimiento hoy va dirigido al minino que juega por el pasillo.
—Y tenías que hacerlo justo cuando venía mi padre— le reclamo.
Él, por supuesto, no me presta atención y continúa jugando con los cordones de las zapatillas deportivas que encontró en el suelo.
Miro la hora en mi móvil.
Más de las nueve.
Mi padre no debe tardar en llegar.
Lo conozco lo suficiente para saber que su visita no durará más de veinte o treinta minutos. Con suerte llegaré a tiempo a mi clase.
Camino en dirección a la cocina, y por poco aplasto al insolente demonio que se ha lanzado hacia mi pierna. Da la impresión de que para él todo es un juego, o una presa.
Chasqueo la lengua.
—Así nadie te querrá adoptar en el refugio de animales— le advierto.
Quizás lo lleve esta tarde, y al parecer él lo implora con cada travesura que hace.
Me preparo mi segundo café de la mañana. Mi madre solía decir que tanta cafeína no era saludable; pero, vamos, no pueden culparme cuando sabe tan bien. Culpen a las compañías que crean cosas no tan favorables para la salud pero que saben que nos causarán adicción por ser deliciosas.
El timbre suena diez minutos después. Y cuando abro la puerta, encuentro una imagen que, admito, comenzaba a extrañar.
El hombre de traje me sonríe.
—¿Se puede saber dónde está mi hijo? ¿Y quién es este vagabundo que no se ha cortado el pelo en años?
—Que no me afeite la cabeza como egipcio no quiere decir que nunca recorte mi cabello— replico haciéndome a un lado para dejarlo pasar.
—Buena charla de bienvenida— comenta papá adentrándose en el interior.
Al instante su mirada se pasea por toda la estancia.
—Este es un lugar muy agradable— expresa —Es incluso mejor que en las fotografías.
—Sí, no está mal— coincido —¿Quieres café?
Se preguntarán dónde está la emoción del momento, y el abrazo de bienvenida. Les ahorro el suspenso. Simplemente sepan que no habrá nada de eso. No soy una persona emocionalmente expresiva.
De hecho, pocos en mi familia lo son, lo cual no quiere decir que no nos apreciemos lo suficiente. Simplemente sabemos lo importantes que somos los unos para los otros y no derrochamos miel cada vez que nos vemos ..... A excepción de mamá y de la abuela.
La conversación que tengo con mi padre talvez no es tan emotiva como esperarían algunas personas. Ni siquiera parece que vivamos en ciudades diferentes o que es rara la vez que nos vemos. Nuestros encuentros se sienten normales, rutinarios. Y a mí me gusta que sea así. No hay reencuentro dramático, eso solo gasta tiempo, y somos personas ocupadas.
—Ya desayuné algo— responde después de hechar un vistazo rápido a la cocina —Sinceramente, me gustaría tomar ese café y sentarme a conversar un rato. Pero hoy no dispongo del tiempo. Solo quise aprovechar que venía para pasar a saludar y ver qué tal se las arregla mi hijo fuera del alcance de los Adams.
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Nadie puede con Jayleen Miller
De TodoJayleen Miller es una joven universitaria de veinte años. Y en el mundo solo existe una palabra que ella adora. "Libertad". ¿Cuántos chicos no desearían decir que no dependen de sus padres? Bueno, Jayleen es lo que se podría describir como independi...