Jayleen Miller
— Se ve que es un tierno.
— Lo es, pero como que a veces lo quiero matar. Y.... él no me ama — termino con tono triste y resignado.
— ¡¿Pero cómo no va a amarte?! — pregunta Lea mientras sigue pasando fotos en mi celular — Se le ve feliz, se nota que te ama— reafirma mostrándome la pantalla para que yo lo vea por mi misma— ¿por qué no iba a hacerlo?
Reprimo una mueca.
— Puede que yo le hiciera algo que no es tan fácil de perdonar— confieso.
— Oh, no — dice Lea— Seguro lo pisaste.
— Aplastar, sería una definición más exacta — corrijo, y todavía siento una punzada de remordimiento al recordar cómo protestó por ello el pequeño demonio.
¡Aj, joder! Juré que no lo iba llamar así. Maldito Dylan y su apodo pegajoso.
— Pssss, los gatos son rencorosos— coincide Lea— Pero este aún parece joven, puede olvidar si le compras suficiente atún.
— Trataré....— murmuro sin creer que vaya a funcionar.
El sonido de una garganta aclarandose desde afuera nos hace girar a ambas hacia la puerta, dónde un joven ceñudo se encuentra recargado mientras nos juzga con la mirada.
— ¿Qué se supone que hacen? — inquiere — Es hora de trabajo.
— Es hora de descanso de cinco minutos — lo corrije Lea— Así que no te metas, Samuel, y déjanos disfrutarlo.
— No me llames por mi nombre completo — advierte él señalandola y adentrándose en el lugar — Y no corrompas a la nueva. Quiero en mi equipo a alguien que me trate con respeto — declara al dejarse caer en la silla restante. Luego esa expresión molesta que no le pegaba para nada desaparece y es reemplazada por una sonrisa radiante y un guiño de ojo dirijido a mí — Hola cariño, ¿cómo te trata la Leonarda?
— Es Lea —le recuerda mi compañera.
— Bien, pues mi nombre es Sam. No Samuel, si me llamas Samuel, te llamaré Leonarda.
Observo como Lea le da una sonrisa falsa y luego me mira a mi.
— No sabes cuánto me alegro de tener a alguien normal en el equipo— me hace saber.
Normal.... eh...
Digo, si sí, yo soy muy normal.
Solo le sonrío en respuesta, ellos no son la cosa más tranquila que se pueda encontrar por aquí, según me cuentan hace demasiado tiempo que se conocen y la confianza sin límites resulta en constantes bromas y desacuerdos. A veces no sé ni qué decirles o que bando tomar, pero no puedo quejarme, me divierten sus interacciones y ambos me agradan mucho.
— Me trata de maravilla — digo contestando la pregunta de Sam— Le estaba mostrando las fotos de mi gato que no me ama.
— Que situación tan terrible— dice él — Pero así son los gatos, creen que ellos son tus amos y tú solo puedes aspirar a tocarlos cuando ellos consideren que eres digno. Mientras, solo compra toda su comida y limpia su caja de arena.
— Es decir, somos sus esclavos — expreso. Y Sam se muestra de acuerdo.
— Y... hablando de esclavos — añade con una sonrisa misteriosa — Eres la nueva, te toca ir a sacar las copias — informa alegremente tendiendome una carpeta repleta de papeles.
Gimo en desacuerdo pero tomo la carpeta que me dice y camino sin muchas ganas hasta el otro extremo de la planta donde se encuentran las copiadoras que sí tienen tinta, no como las nuestras que se olvidan de abastecer con regularidad.
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Nadie puede con Jayleen Miller
RandomJayleen Miller es una joven universitaria de veinte años. Y en el mundo solo existe una palabra que ella adora. "Libertad". ¿Cuántos chicos no desearían decir que no dependen de sus padres? Bueno, Jayleen es lo que se podría describir como independi...