Stony Omegacember.

Colmillos

Anthony admiraba el porte de Steve Rogers.

—¿Por qué no vas a saludarlo? —Rhodey a su lado tomaba whisky sin importancia—. Es obvio que ambos se atraen.

Tony carraspeo. Claro, era sencillo decirlo, pero ese rubio de perfecta sonrisa le doblaba la edad, como mínimo.

Además, era un Capitán del ejército, tenía buena posición, Omegas a su alrededor con estatus altos y, por sobre todo, era un hombre maduro y experimentado. Tony era un mocoso a su lado.

—Olvidalo, Rhodey. —El Omega se recargo en su mejor amigo—. Mejor salgamos de este lugar y compremos una gran hamburguesa.

—No. —Rupert dejó su copa con un mesero que iba pasando—. Tengo que hablar con tu padre. Él podría ayudarme a entrar al ejército.

Tony rodó los ojos. Tenía que apoyar el sueño de su hermano, así que tendría que quedarse, por muy aburrida que fuera la fiesta y por muy ardientes que fueran las miradas indiscretas del rubio.

La multitud, después de algunos minutos, comenzó a marearlo, Rhodey ya no estaba con él y se sentía perdido entre tantas personas.

—¿Anthony Stark? —La maravillosa voz de Steve hizo temblar sus manos.

—Tony está bien. —El Omega volteo con una confianza que no sentía. Sus labios se volvieron una sonrisa segura y altenera; los ojos de Alpha brillaron.

—Steve Rogers. —El soldado estiró su mano.

Tony la tomó por inercia, pero jamás se espero que este besara su dorso en un movimiento rápido y caballeroso.

Si creía que Rogers no podía ser más sexi que en ese momento, se equivoco rotundamente, pues su gran sonrisa y esos colmillos sobresaliendo dejaron sin aliento al castaño.

Imaginarse debajo de él, siendo jodido en toda regla y con esos dientes en su cuerpo, encendieron en él una llama.

—Todo un placer conocerlo, señor Rogers. —Susurro Tony.

—No. —El Capitán lo miró de arriba hacia abajo—. Aún no le muestro el verdadero placer.

El castaño se alejo de la multitud con Steve detrás de él, lamiendose los labios y mostrando orgulloso sus dientes.

Podía sentir el orgasmo golpear en el momento exacto en que sus colmillos perforen esa bronceada y perfecta piel.