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–Esta noche no se trabaja –habló mi jefe, guardando una baraja de cartas después de una intensa partida con sus amigos– Pero quiero que os quedéis un rato aquí, porque vais a elegir a uno de los chicos de Kim para empezar a trabajar mañana. Hoy podéis descansar, que no se diga que no soy generoso.

Taek tenía una voz áspera, pero de todas las voces masculinas que había oído en mi vida, ésta se llevaba el premio a la más repugnante. Quizá era la costumbre de odiar cada cosa que tuviera por decir.
Hana y yo nos miramos con cara de circunstancias. Por un lado, no trabajar hoy era todo un alivio, pero ese alivio desaparecía teniendo en cuenta que mañana empezaríamos a trabajar en la calle. Ni siquiera sabía cómo gestionarlo.

El jefe dejó la baraja sobre la barra de bar y se cruzó de brazos, mirándonos de frente. Ese hombre nos imponía, siempre se aprovechaba de nuestro miedo.

–Ya les he explicado a los chicos de Kim cómo va todo, así que ahora prestad atención porque os lo voy a explicar a vosotros, y no pienso repetirlo –carraspeó– El procedimiento será así: iréis cada uno a la zona que os asigné con vuestro... acompañante, y éste estará todo el tiempo con vosotros para cuidaros las espaldas y gestionar el negocio. Es decir, si hay problemas con un cliente, le avisáis y le dará una paliza merecida y le cobrará una suma de dinero adicional por los daños causados. Si os dejan chupetones, marcas o algo por el estilo también se les cobrará de más. Por supuesto, el dinero que recibáis lo contará vuestro acompañante y se asegurará de guardarlo. Me lo dará a mí después.

–¿Seguiremos cobrando lo mismo por cada cosa? –preguntó Hana.

–Claro, ya sabes que en la calle es más barato. Allí no se cobra por tiempo. Oral cincuenta y penetración ciento veinte para las mujeres, y tú, Wooyoung, ya sabes, oral setenta y lo otro ciento cuarenta...

–Ya, ya –interrumpí, cansado de oír lo mismo siempre– Pero tengo una duda, si un cliente nos hace algo, ¿cómo vamos a avisarle si estamos...? Es decir, no estará mirando, ¿no?

Me inquieté al pensarlo y me ruboricé de repente. Hana me miró nerviosa, como si no lo hubiera pensado antes. El jefe nos miró extrañado y se rio de nosotros.

–Eso es porque llevaréis una pulsera con un botoncito que mandará una alerta al móvil de vuestro acompañante, hombre. Que no me dais tiempo a explicarme.

Taek soltó una risa seca, mascullando algo por lo bajo, y se sacó las dos pulseras de las que hablaba del bolsillo. Nos las tendió con indiferencia.

–Agradecédselo a Kim –añadió– Yo no me gasto el dinero en estas tonterías.

Cada uno cogimos una pulsera. Eran negras, neutras y sin adornos. En el centro había un botoncito negro y me pregunté qué pasaría si lo pulsaba ahora.

–Vuestro acompañante sabrá los precios de cada cosa y será quien hable con el cliente a partir de ahora. Vosotros os limitáis a actuar. ¿Os ha quedado todo claro? –preguntó, mas no nos dejó tiempo para responder– Pues hala, a elegir y luego a dormir, que tenéis que recobrar fuerzas.

–¿A elegir? –cuestionó Hana, leyéndome el pensamiento– ¿Van a venir ahora?

–No. Tenían asuntos que resolver.

–¿Entonces...?

Al decir eso, observé a mi jefe agarrar un dosier del cual no me había percatado hasta ahora, y me pregunté qué clase de asuntos eran. ¿Estarían relacionados con coches, pandillas y carreras ilegales?
Mi pensamiento se esfumó cuando Taek puso el dosier en la barra y lo abrió, desperdigando por la mesa unas cuantas fotos. La chica y yo nos acercamos con cuidado; siempre nos andábamos con precaución a su alrededor.

IMPUROS - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora