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El arte es subjetivo.

Hay personas que reconocen el arte indiscutible en las obras de Leonardo Da Vinci, en los inmaculados retratos de Leng Jun o incluso en la cuestionable fuente de Duchamp.

Choi San creía fervientemente que estaba experimentando ese sentimiento ahí mismo, sentado en el cómodo reservado del club. Escuchando la música de fondo mezclada con las conversaciones de sus compañeros, ajeno a todo, con sus ojos puestos en una figura a lo lejos que tenía la gracia propia de una obra de arte, aunque su autor no fuese Da Vinci.

Alguien chasqueó los dedos frente a su rostro y se vio obligado a poner los pies en la tierra.

–Qué –soltó con voz grave, mirando al culpable.

Hongjoong soltó una risa seca, incrédulo por el comportamiento infantil que San estaba teniendo últimamente. Había pasado de ser su luchador impasible a un adolescente encariñado con alguien que no podía tener.

–Que nos dés tu opinión –dijo el líder, pasando los brazos por el respaldo del sofá y recostándose en éste, viéndose superior– ¿Qué te parece lo que hemos hablado?

San sabía que se lo estaba preguntando para burlarse de él. Todos sabían que el pelinegro no había prestado atención a nada de lo que estaban hablando.
Se lo tomó con parsimonia, y dio vueltas a la copa entre sus dedos, entrecerrando sus ojos de dragón hacia un Hongjoong burlón.

–De puta madre –contestó– Me parece genial. Una maravillosa idea.

Seonghwa rio y Hongjoong puso los ojos en blanco. Enseguida Jongho les llamó la atención hablándoles de otra cosa, y San se permitió desviar la mirada de nuevo hacia la escena lejana que lo tenía tan cautivado. Lentamente, dio un sorbo a su bebida y analizó con detalle la cercanía de aquel hombre con Wooyoung. Sin darse cuenta, su agarre en el cristal de la copa fue aumentando a medida que el morenito hablaba con expresión melosa y el cliente alzaba la mano para acariciarle el rostro. Wooyoung sonreía, y lo hacía de la misma forma que cuando estaba con él. Eso le hizo sentir a San impotente; a lo mejor nunca llegaba a saber cuándo actuaba con sinceridad.
Aquella cuestión le hizo sentir intranquilo, y cuando los rostros de esos dos se aproximaron demasiado, apartó la vista y dejó la copa sobre la mesita para no estallarla.

Se levantó de golpe.

–¿Adónde vas? –le interrumpió el líder, una vez hubo dado un par de pasos.

–A fumar –respondió con simpleza, saliendo del reservado sin mirar atrás.

Se hizo paso entre la gente hasta llegar a su destino, pero la parejita ya había desaparecido para ese entonces. Allí, San se cuestionó qué mierda estaba haciendo y qué cojones pasaba por su cabeza. ¿Qué pretendía hacer al llegar con la intención de interrumpir el trabajo de Wooyoung? Debía estar volviéndose loco.
Resopló, frustrado consigo mismo, y sacó un cigarro de una cajetilla para situárselo en la oreja, haciéndose paso hasta la puerta trasera para salir a fumar de verdad.

El material sonoro de la puerta rebotó contra la pared cuando San bajó el escalón hacia fuera y el frío le azotó. Su mala hostia era palpable. Se frotó el rostro con cansancio y se colocó la capucha de la sudadera, queriendo hundirse en sí mismo. No se entendía.

Apoyado en ese muro con unas pintas de ser el típico barriobajero encapuchado de cejas cortadas que podía sacarte la navaja en cualquier momento, comenzó a palparse la sudadera en busca de mechero. Y entonces, deteniendo su búsqueda, alzó la mirada hacia la puerta trasera abriéndose de nuevo. Hizo un gran ruido, puesto que había sido abierta de una patada propinada por unas Martens que conocía bien.
Wooyoung sonrió con actitud chulesca, y se apoyó en el marco de la puerta para mirar a San desde ahí. El pelinegro había retenido hasta la respiración, sin esperar ver a Wooyoung tan de repente, mirándole directo de esa manera tan característica suya. Con esa superioridad y alegría eternas que ocultaban una tristeza instaurada profundamente en sus pupilas, muy hondo.

IMPUROS - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora