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Come Back Home (2NE1) 🎶

Jung Wooyoung

Por mucho que una persona se esfuerce o intente aparentar, siempre hay un momento del día en el que su verdadera esencia sale a la luz.

Cuando eso ocurre, unos ganan y otros pierden. Ganan los transparentes, pero los perdedores, los mentirosos, pueden llegar a crear una onda expansiva con esa verdadera esencia. Yo siempre era el receptor de la onda de muchos individuos. Y de hecho, la persona que se encerraba bajo el hombre de negocios que era mi jefe salió hoy a las cuatro de la mañana. Era festivo. El club cerraba y Taek había bebido.

No articulé palabra cuando empezó a desnudarme porque me daba más miedo moverme que quedarme quieto. Observé, con el terror inculcado en las córneas, cómo su mirada ida de borracho se deslizaba por mi rostro sin ningún tipo de estabilidad. Paralizado en el sitio, sentí sus gruesas manos acariciar el contorno de mis hombros desnudos. Me tensé, para que no me escuchara ni respirar. Deslizó la mirada por mis clavículas hacia mis trabajados abdominales. Y me dio asco.

Me dio puro asco y repugnancia que me tocara y mirara con lascivia. Con esos dedos, ásperos de contar billetes y apretar gatillos. Sobre mi piel, suave y limpia de lavarla y perfumarla para ganarme la vida vendiéndola.

Pero en este punto de mi vida, tenía tan interiorizado el sufrimiento y tan normalizadas las violaciones, que lo aceptaba con no más queja que un suspiro. En realidad, ya me daba igual.
Sin embargo, para mi sorpresa, Taek pareció enfocar su mirada ebria en mis ojos de repente, como si hubiera tenido un momento de lucidez, y apretó su agarre en mis hombros.

–¡Esos hijos de puta creen que pueden arrebatármelo todo! –me gritó a la cara, aunque el motivo de su enfado no fuera yo– ¡Mi... imperio! ¡El mío, ¿entiendes?!

No, no entendía. Pero no respondí porque evidentemente mi jefe estaba fuera de sus cabales, y no era más que una de esas veces en las que descargaba toda su furia sobre mí o alguna de las chicas.
Taek me soltó, empujándome hacia atrás. Entonces comenzó a farfullar incoherencias mientras se desabrochaba el cinturón, y yo comencé a temblar. Podía estar acostumbrado, pero siempre había una parte de mí que reivindicaba mis derechos como humano, y que me decía que eso no estaba bien. Temblé ante esa vista.

–Quieren mis locales, mi riqueza... Los críos que juegan a las carreras... –decía por lo bajini.

Cuando la correa negra terminó de deslizarse por sus trabillas y dobló el cinturón por la hebilla, palidecí. Retrocedí unos pasos hasta que mi espalda baja chocó contra el respaldo de terciopelo de un sofá. Me agarré a dicho respaldo por inercia, clavando las uñas en el material.

–No, por favor... –supliqué, aun sabiendo que sería en vano.

Él ni siquiera hizo signos de haberme escuchado. Soltó un grito frustrado, insultando a alguien que desconocía en voz alta, y volvió a agarrarme por los hombros para darme una vuelta completa. Quedé dándole la espalda, con el abdomen contra el sofá y mis manos aún aferrándose al terciopelo.

Ese día estuve relajado porque no había trabajo, pero hubiese preferido mil veces tener sexo con malnacidos adinerados que recibir una paliza de mi jefe ebrio.

Llegó el primer golpe. Yo era resistente y duro por naturaleza, así que apreté los dientes y omití cualquier sonido que mi garganta se esforzaba por hacer salir. Me tragué los insultos, cerré los ojos, fruncí el ceño ligeramente y me concentré en la música del ambiente. El electropop rítmico mezclado con una melodía lenta que terminaba creando una de las canciones más tristes y más preciosas que había escuchado.
Otro golpe. Esta vez, justo en la columna. Arqueé la espalda y me permití soltar un quejido que sonó más como un gemido, de lo cual me arrepentí pues jodidamente le prendió. Me asestó otro latigazo con el cinturón en mi trasero, sobre el material de cuero.

IMPUROS - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora