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Jung Wooyoung

Después de una hora a la intemperie, hice que le quedara claro que yo me llamaba Jung Wooyoung, que tenía diecinueve años y que amaba los dulces y los lugares acogedores.

–De verdad –dijo, suspirando– ¿Es necesario que me hagas un "cincuenta cosas sobre ti"?

–Qué exagerado.

Después de eso, nos sumimos en un silencio cómodo. Tras nuestros varios encuentros, el ambiente entre nosotros se había aligerado y ya no parecía una carga de miradas retadoras como cuando nos conocimos. Ahora sólo esperábamos el uno al lado del otro.

Cuando un coche se orilló y tocó el claxon un par de veces, supe que era mi señal. A trabajar. Me levanté, quitándome la cazadora y devolviéndosela a su dueño, quien observaba cada uno de mis movimientos. Noté el frío y eché de menos la prenda.
El coche que se había detenido era un buen modelo, no era como los deportivos de la banda de Kim, pero significaba que el dueño tenía dinero y que probablemente no iba a darme problemas. Me acerqué convencido, con San pisándome los talones.

–Hey –hablé suave, empleando mi voz y formas profesionales, apoyándome en la ventanilla cuando el conductor la bajó– ¿Damos una vuelta?

Aquel hombre era mucho mayor, pero no superaba los treinta y cinco. Sonrió ante mis palabras.

–Claro que sí. Sube –dijo, desbloqueando el coche.

Antes de que pudiese abrir la puerta, San se echó el bate al hombro y miró al hombre sin emociones, extendiendo la palma de la mano.

–Servicios y el dinero –exigió, demostrando que se había limitado a aprenderse de memoria las palabras de Taek.

El hombre no parecía tener problema, porque sonrió.

–Un completo –dijo, sacando la cartera.

–Ciento cuarenta.

Entregó el dinero con gusto. Yo sonreí y me metí en el coche cuando San se apartó para contarlo.
Se sentía extraño que estuvieran haciendo negocios por mí conmigo delante, aunque San sólo fuese un mandado.

–Le traes de vuelta –ordenó, jugando con el bate, amenazándole indirectamente.

Sentí la calidez de la calefacción en el auto y una mano posarse sobre mi muslo, sin embargo no veía el momento de regresar con el pelinegro al helador banquito. Irónico.

Él me miró desde fuera, a través de la ventanilla, sin expresar nada. Y el coche arrancó.

***

Cuando volví, estaba mareado.

El cliente me sonrió y yo le devolví el gesto cuando se detuvo de nuevo en la rotonda. Bajé del coche, notando una palmada en mi trasero que no era necesaria.

–Volveremos a vernos, sin duda –fue lo último que me dijo.

Yo sólo mantuve la sonrisa, hasta que le vi alejarse. Entonces suspiré y se me cayó la expresión por un momento, pero luego vi a San sentado en el banco con Chucky tumbado a sus pies y me obligué a recuperar la sonrisa.

–Hola –dije, sonriendo y llegando a su altura.

No me devolvió la sonrisa, pero me dio igual. Tomé asiento a su lado. San estaba fumando, sentado a lo indio con la mirada perdida en el horizonte y el bate en el suelo.

Me miró. Le miré. Temblé con violencia, pero ambos sabíamos que no era por el frío. De hecho, el viento se había calmado.

–¿Est...? –comenzó a decir él, pero se cortó a sí mismo soltando una risa seca y volviendo la mirada al frente, dándole una calada larga al cigarro.

IMPUROS - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora