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Una de las peores cosas que pueden pasarte en la vida es conocer a la persona adecuada en el momento equivocado. 

Quería convencerme de que esa persona adecuada era un pandillero que vagaba por las calles y se dejaba los nudillos en peleas brutales. No era precisamente el príncipe azul de los sueños de cualquier joven ni el empresario adinerado que podría darme una vida estable, pero desde el primer momento que puso sus manos sobre mí lo supe.
Me tocó con suma delicadeza, rozándome por encima con la indecisión de un primerizo, pidiendo permiso con la mirada. Incluso cuando el toque no era en un contexto sexual.

¿Cómo podría no gustarme cuando era el único que me había mirado como a un humano? Dejando de lado que me protegiera por una deuda, yo me fijaba en los detalles. Y aunque lo negase, muchas veces actuaba de forma desinteresada.
San debía de hacerse cargo de lo que ocasionaba en mí, porque yo había caído ante él como cualquiera de mis compañeras lo habría hecho en mi lugar. Existen personas que tienen algo esperanzador, y que cuando entran a tu vida lo percibes como una señal, lo cual era peligroso para gente como nosotros. Las chicas y yo estábamos tan desesperanzados, que la llegada de alguien así a nuestras vidas podía ser nuestra reconstrucción o nuestra destrucción.

Era triste, pero por mucho que sonriera con su recuerdo, él no estaba a mi lado en mi día a día.
A veces soñaba con mi infancia, cuando era pequeño y feliz. Era muy sonriente, animado, hablador y aunque un poco insistente, toda una alegría. Supongo que esa es mi verdadera personalidad, porque sinceramente ya no lo sé.
Recuerdo mi risa. Todavía me río y bromeo porque nunca dejaré de tener una parte pura, que pertenezca a mi esencia por completo, pero yo recuerdo una risa que sonaba distinta a la actual. Sonora, limpia; una risa que no escondía nada detrás. Por un tiempo ese fue el único sonido en mi vida, las emociones eran variadas pero ninguna lo suficientemente intensa. Hasta mis diez años pensé que aquel brillar mío sería constante.
Pero los relojes empezaron a girar, y a girar, y a girar, con sus dos agujas imparables que señalaban números que se sucedían igual de rápido que un parpadeo, un suspiro, un latido, un "buenos días, mamá", un "papá, no quiero ir con ellos."
Tic. Tac. Un día desperté hiperventilando por la velocidad con la que me daban vueltas las horas, los segundos y los minutos, incansables. Y lo peor no eran los días convertidos en torturas, sino las noches en las que nada pasaba y entonces yo mismo venía a atacarme. Porque la soledad... la soledad...
Porque la soledad.

Y tic. Tac. Tic. Tac. Noches frías, heladas, de veranos calurosos que no se acababan nunca y que poco a poco perdieron la diferencia con los inviernos gélidos. De repente tic. Tac. Tic... Ahora. Estoy atrapado en una parálisis del sueño porque grito y nadie viene. Grito cada noche con cada mirada y cada silencio, ahí es cuando más grito. Al dormirme en un sitio al que no puedo llamar casa con unas personas que no puedo llamar familia, siempre noto mi cuerpo reposando y lo siento dolorido como una quemadura de tercer grado.
No obstante, no puedo culpar a nadie, porque aunque huir sería un peligro para mí, tampoco siento que merezca otro tipo de vida. No me siento capaz de ser otra cosa y, soy tan inexperto, que me aterra más intentar manejar algo que resignarme una noche más a otro hombre con dinero.

Me deshumanizaron, me despojaron de mí mismo y acabé sin conocerme. Creé un personaje de mí y pensé en él como real, así que lo vendí de esa manera. Real. "Real." Sólo sabía que seguía existiendo porque el reflejo en los espejos me lo decía, pero nunca me sentí tan vivo, tan físicamente presente, tan "real" en el sentido más amplio de la palabra como cuando San pasó sus manos por mi espalda y me acercó a su cuerpo en ese callejón mugriento. En ese instante me di cuenta de que la felicidad se inyecta en microdosis, en cosas puntuales, porque la plenitud y la eternidad sólo son meros conceptos.

Y sí, había encontrado una de esas dosis de felicidad en medio de mafias, pandillas, prostitución, violencia, apuestas, narcotráfico y dinero negro. Pero, si el objetivo del ser humano es ser feliz, ¿quién tiene derecho a tildar a Choi San de pecador o de impuro? Él me había dado los pocos momentos de felicidad que había experimentado últimamente.
No hay que dejarse engañar. Mi vida me enseñó que los demonios visten de traje y los ángeles llevan un bate al hombro.

IMPUROS - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora