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Choi San

Esa misma noche, tras dejar a Wooyoung en el club, algo hizo que me detuviera en mitad de un callejón en mi vuelta a casa. Y no había sido algo en concreto, sino un presentimiento. Algo que me estrujaba el pecho y me decía que las calles habían cambiado, como si de repente se dirigiesen hacia otros destinos y todas dieran un aspecto laberíntico.

Tropecé con mis propios pies, dando un paso hacia atrás para observar mi entorno. Estaba más oscuro de lo normal y de repente me sentí inseguro en el lugar del que me consideraba dueño. Sabía que no era más que una distorsión de mis sentidos provocada por el cúmulo de estímulos y estrés, pero en ese momento todo parecía demasiado real. Algo no estaba bien. Y si había algo en mi vida en lo que confiaba, era en mi sexto sentido y mi radar para intrusos.

Escuché un repiqueteo contra el suelo y unos jadeos varios tras de mí, por lo que me di la vuelta con violencia. No obstante, me calmé enseguida. Era Chucky trotando hacia mí.
Cuando el rottweiler dio unas vueltas a mi alrededor con su porte elegante y juguetón, me relajé. De repente mi percepción de las cosas volvió a la normalidad. Era yo, estaba donde siempre y ese era mi perro.

Me agaché para acariciarle y tenerle a mi altura, sonriendo de medio lado. A veces me alegraba los días sin saberlo. En una de aquellas caricias, me percaté de que tenía un papel enganchado en el collar y se lo quité con intención de tirarlo. Sin embargo, me detuve antes de hacerlo, porque me pareció demasiado extraño el hecho de que el papel estuviera perfectamente doblado e introducido en un eslabón de la cadena. Parecía preparado aposta.

Efectivamente, desdoblé el papel y un escrito corto me dio la razón. Aquello era una nota para mí, así que la leí.

"Saben dónde estás, pero no saben quién eres. Juega con ellos."

Levanté la mirada del papel, como si de repente fuese a materializarse frente a mí el emisor de aquella nota. Reconocería aquella letra en cualquier parte, aunque no quisiera. La tiré al suelo hecha una bolita, dispuesto a seguir mi camino como si no hubiera pasado nada.

Comenzó a sonarme el móvil.
Me detuve hastiado y solté un suspiro sonoro.

–¿Qué quieres de mí, padre? ¿Vas a salir de dondequiera que estés? –solté al aire, recibiendo únicamente la mirada confusa de Chucky.

–Venga, ya está bien –continué, convencido de que estaba siendo escuchado– Dime lo que tengas que decirme de una vez. Basta de notitas y llamaditas.

Unos segundos después, escuché unos pasos detrás de mí. Me giré inmediatamente, chocándome con mi propio reflejo pero unos años más mayor. El idiota de mi padre sonreía mientras caminaba hacia mí con las manos en los bolsillos, y de repente, le vi tan similar a mí que me dio hasta pánico.

–¿Tan maleducado te crié? –bromeó, sin dejar de sonreír ni caminar– A mis brazos, mini Choi.

Puse los ojos en blanco cuando aquel hombre que por casualidades de la vida era mi viva imagen me envolvió en sus brazos. Le aparté ligeramente.

–¿Qué es lo que quieres, padre? ¿Cómo puedes ser tan insistente? Podrías haberte acercado a mi casa como una persona normal. Pero no, había que hacer el show.

–Lo de la nota es cierto, hijo. Saben dónde estás, pero no saben quién eres. Te están buscando.

Suspiré, mirándole a los ojos. Éramos de la misma altura.

–A ver –cedí, cambiando el peso de pierna y observándole sin remedio– ¿Quiénes me buscan y por qué?

–Los japoneses –respondió mi padre, con la voz seria que sólo le salía en los momentos importantes– Para matarte. Ya no quieren negociar ni se andan con tonterías.

IMPUROS - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora