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Un golpe áspero, duro y doloroso me despertó repentinamente. Aquel impacto me hizo caer del sofá y aterrizar en el suelo aún medio dormido, desconcertado y con los sentidos difusos.

Escuché gritos, pero mi cerebro aletargado no pudo procesar bien la situación, así que abrí los ojos todo lo que pude y me enfoqué en tocar el suelo donde había caído. Estaba desorientado, me picaba la mejilla y alguien voceaba. Me giré sobre mí mismo, viendo a Taek.

–¿¡Has dormido hasta la noche, inútil!?

Parpadeé, mirándole. Tragué saliva, pero tenía la boca reseca. No recordaba cuándo había caído dormido, aunque supe que me había sentado de maravilla descansar esas horas después de la pasada noche ajetreada. Me llevé una mano a la mejilla que había recibido el golpe.

–Perdón. No... No me di cuenta.

–¿¡No te diste cuenta!?

Mis ojos se deslizaron por su figura de lamentable magnate, hasta que llegué al movimiento de sus manos y observé con terror cómo se desabrochaba el cinturón. Antes de que pudiera decir nada, otra persona se me adelantó.

–¡Déjale ya! Últimamente siempre la tomas con él –intervino Sumin, quien acababa de entrar en la sala.

Taek se giró hacia ella, con el rostro crispado en furia, y supe que esto no iba a acabar bien. Terminó sacándose el cinturón y caminando despacio hacia la chica. Sumin se mantenía quieta en su pose, apretando los puños y fingiendo una valentía de la que carecía al mantener la barbilla alta.

–Hoy estás muy atrevida –habló él, alargando cada sílaba a medida que se aproximaba– Joder con la mosquita muerta...

Cuando vi que echaba el cinto hacia atrás para tomar impulso en un posible golpe sobre ella, me levanté del suelo inmediatamente y le agarré de la muñeca. En ese agarre sentí muchas cosas, y entre ellas, una sentencia de muerte. Giró la cabeza para mirarme como si hubiese cometido el peor de los crímenes, y solté su muñeca tan rápido como la había agarrado. No obstante, me mantuve firme.

–No te atreverás a ponerle un dedo encima a ella, cabrón –me envalentoné– Puedes desquitarte conmigo, pero ¿vas a pegarle a las chicas ahora?

Sin previo aviso, ni siquiera un gesto agresivo que me sirviera de advertencia, me asestó un latigazo con el cinturón en el cuello, rozando la mandíbula, que me dejó temblando. Sumin gritó y yo me tropecé hacia atrás, pero logré recuperar la estabilidad y noté un ardor terrible en la zona golpeada. Antes de ser amenazado con el cinturón de nuevo, eché a correr. Era mi solución a todo.

La pasada noche, tras finalizar mi show a las seis de la mañana, me duché y caí rendido sin poder evitarlo en cuanto mi cuerpo tocó la superficie de un sofá de la pista. Por eso ahora estaba con mi uniforme usual de cuero y látex huyendo de aquel salón, dejando atrás a una asustada Sumin y a un rabioso Taek. Éste último me gritó varios insultos, pero yo hice oídos sordos y terminé saliendo del club por la puerta trasera, con la respiración acelerada.

El frío me recibió, pero por suerte llevaba puesta la bomber de San. Me acordé de él al abrazarme por encima de la prenda y me di cuenta de que ya era hora de trabajar. Había dormido hasta la noche, cuando se suponía que tenía que estar partiendo hacia el polígono, y por eso Taek estaba tan cabreado. Suspiré. Era la primera vez que me sumía en un sueño tan profundo, ya que en el club siempre había que dormir con un ojo abierto, por si acaso. En vez de darle vueltas al tema, decidí sentarme en un bordillo y esperar a mi guardián. Debía de estar llegando.

Los minutos pasaban, pero nadie llegaba. Yo jugaba con mis dedos y miraba los graffitis de las paredes, esperando pacientemente. La noche había caído por completo y, como siempre, esos callejones eran los primeros en recibirla y acomodarse a ella como la negrura más opaca. En mis primeros días en el club, de niño, recordaba tenerle un miedo irracional a esa oscuridad, porque "los hombres malos siempre salían de las sombras." Ahora ya, un poco más mayor, había aprendido que los hombres más terribles salían de la luz más brillante y que no todos los de las sombras eran malos.

IMPUROS - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora