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Jung Wooyoung

Dicen que si te asomas demasiado al abismo, el abismo es el que comienza a asomarse en ti.

Inicia haciéndote un agujero en el pecho y prosigue decolorándote en una escala de grises hasta que te convierte en la negrura más profunda. El negro que sólo son capaces de obtener los agujeros negros. Los abismos.

Tenía un mal sabor de boca. Las chicas no paraban de caminar a mi alrededor, por el camerino, maquillándose y perfumándose, dando los últimos toques a sus perfectos conjuntos. Hablaban entre ellas y bromeaban, ignorando que afuera las estaban esperando un montón de buitres. Normalmente yo me comportaba como ellas, y no las culpaba, porque si no lo ignorábamos vivíamos sumidos en una profunda tristeza, pero hoy se sentía mal. Incorrecto e impropio. Hoy la mentira era más mentira que nunca.

–Oye ¿estás bien? –se me acercó Hana– Estás guapísimo y tienes función, venga, esto no es propio de ti.

No me molesté en fingir una sonrisa. La miré a los ojos con una mueca seria y solté un resoplido frustrado, llevando la vista hacia mis pies.

–¿Y si vuelven? ¿Y si vuelve alguno de ellos? –dije para mí mismo, realmente temeroso.

No quería pensarlo, pero cada vez estaba más convencido de que el tipo grande de acento raro me había dejado traumado. Mucho antes de que San lo matara, había tenido que enfrentarme a él yo solo e incluso apuñalarlo. Sobrevivir a aquello (y encima drogado) había sido un golpe de suerte, por lo que no creía que correría con la misma suerte si la situación se repetía.

–¿Quién va a volver, Wooyoung? –se agachó junto a mí, ya que yo estaba sentado en una silla– ¿El cliente loco que peleó contigo? Pero tú mismo dijiste que era imposible que volviera.

Hana sabía muchas cosas. Le había contado lo sucedido con aquel hombre, ahorrándome detalles como que había acabado muerto en un callejón, y se hacía una idea del rollo que me traía con Choi San. Evidentemente el hombre grande no iba a regresar, pero sí que lo harían los suyos. Sabía que pertenecía a una banda, y a una de las grandes, de esas que dan miedo de verdad, porque ese día cuando bajé de casa de San su cuerpo ya no estaba.
Había desaparecido sin dejar rastro en cuestión de minutos. Casi me hizo pensar que había sido una alucinación, por la brevedad y rapidez con la que el cadáver había sido eliminado. No obstante, deseché ese pensamiento cuando me acerqué y vi manchas de sangre en el suelo como única evidencia de lo sucedido.

Escalofriante. Recuerdo que el camino de vuelta al club nunca había dado tanto miedo.

–No, no volverá, pero no es eso –intenté explicarme– Es que estoy harto de sentir miedo. No pasa un día sin que todo lo que nos rodea sea una amenaza, Hana. Sé que todas lo veis así aunque tratéis de ignorarlo.

–¡Pero no podemos estar así ahora! Hay que trabajar, si no ya sabes lo que nos espera... –cruzamos miradas comprensivas– Hablaremos por la mañana ¿vale? Ahora venga, por favor...

Tiró de mi brazo, haciendo esfuerzos por levantarme. No podía conmigo, así que tras un suspiro pesado me puse en pie. Nabi me dio unas palmaditas en la espalda, mientras cerraba un pintalabios.

–Venga Wooyoung, que solías ser tú el que nos animaba –dijo ella, abriendo la puerta del camerino– Esta noche haremos dinero, y mañana ya nos cuentas lo que sea que pasa por tu cabecita.

Nabi sonrió y desapareció por el pasillo. Yo me mordí el labio inferior, incapaz de dejar de pensar qué clase de clientes iba a encontrarme. A lo mejor estaba toda la pandilla de aquel hombre esperándome para vengarle. No, no perderían su tiempo en mí y nadie sabía quién era yo excepto él. Y él estaba muerto.
Pero buscaban a San, y no supe qué era peor. Me sentí intranquilo, viendo a las chicas desfilar por delante de mí para salir al núcleo del club y comenzar la noche.
¿Qué cojones había hecho el pelinegro para que una mafia de extranjeros lo buscase? No lo sabía, pero creo que tampoco quería saberlo.

IMPUROS - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora