Los dos efebos llegaron al reino envueltos en la novedad, más por su visible juventud, que por ser protegidos del rey. Pronto la reina, la corte y los habitantes se enteraron del maravilloso origen de aquellos niños, y mucho aprecio todos les tuvieron. Además en íntima confidencia, el rey le había comunicado a su esposa, el presentimiento que tuvo al conocerlos y que quizás uno fuese aquel hijo hace tiempo relegado, y los recibieron con esa dulce esperanza en el corazón. Los dos muchachos rápido destacaron sus aptitudes con la ayuda de sus maestros, e inmediatamente se crearon discretas predilecciones; el rey sentía mayor inclinación por Daniel, en tanto que la reina por Lucio.
Y ellos se adaptaron a su desconocido entorno, que aunque los intimidaba, no dejaba de asombrarlos; tampoco les fue difícil, pues se tenían uno al otro para hacerle frente. Al principio, escapan continuamente de la vida de palacio, añorando la del campo. En sus salidas, hallaron un sitio especial, un lugar secreto sólo de los dos, una singular ínsula en medio del bosque; era una grandísima roca, de la cual brotaba un manantial, y sobre la que también se erguía un enorme y viejo fresno. Pasaban tiempo en la soledad de este paraíso, tumbados de cara al sol, bañándose en sus aguas, o subidos en las ramas del árbol; así hasta que el atardecer los hacía volver. Pero poco a poco, las salidas fueron menos, y el entendimiento y la instrucción los acostumbró a la corte, los fue transformando y terminaron por aceptar su nueva vida.
Así los años pasaron, siete con exactitud, y como el monarca lo había intuido y ordenado, cada uno destacó en su dominio. Lucio fue aleccionado por Count Frigge en todos los menesteres de la ciencia y el conocimiento, e incluso en los de la magia, una práctica poco tolerada en Asgarod. Pronto se volvió un sabio consejero y tomó un lugar en los consensos del rey, además heredó el nobiliario titulo de su maestro. También fue sobresaliente en las maneras y protocolos de la corte, por su labia educada y su gentil comportamiento, y aunado a su elegancia natural y atractivo porte, hicieron que su fama de distinguido cortesano cruzara las fronteras del reino; se le consideró un embajador de la paz.
Por su parte, Daniel fue adiestrado en las tareas de las armas y la batalla por Lord Selving, convirtiéndolo en bravo guerrero y honorable combatiente, el mejor de su tropa. Aunque seguía poseyendo aquella innata impulsividad, gracias a su entrenamiento la había domesticado. Era un temido y respetado caballero, y gracias a su reputación y a la gloria que recaía en su nombre, no demoró en ganarse su título como uno de los lores de Asgarod. Además el ser sumo apuesto y temerario, lo encumbraba en los temas de conversación de muchas de las damas de la comarca. Mas él no prestaba atención, porque deleitosa complacencia hallaba en la compañía del recién nombrado noble, tanto que apenas tuvo el guerrero mote, entregó le la disposición de su vida y armas, haciéndole un juramento de vasallaje.
A pesar de ser tan distintos, entre ambos, las diferencias no habían sido motivo de rivalidad o distanciamiento; al contrario, ellos se apoyaban, porque se tenían grandísimo cariño, y uno muy sincero; tanto que era imposible no evocar a David y Jonatán con sentimiento tan dulce y honesto. Se procuraban, y mucho se ayudaban; uno era el maestro del otro en sus respectivas destrezas. Siempre buscando la mutua compañía, pues no les gustaba estar separados, y hasta varias de sus encomiendas las realizaban juntos, logrando así destacarse todavía más.
Sus corazones latían a idéntico ritmo, porque se habían vuelto uno mismo. Y pese a que dicha unión, de tal magnitud y naturaleza, por las creencias de aquel reino, no era considerada buena entre dos varones; uno al otro se sometió. Y para no tener la tentación de manifestarse el cariño sobre la piel, y mantenerse en la pureza, y reservarse así la virginal prueba del total y fidedigno amor para el momento en el cual pudiera éste recibir galardón y bendición, ataron un cordón a sus cinturas, imitando a los frailes que seguían el ejemplo de San Francisco, mas haciéndole dos nudos como símbolos de la obediencia mutua y la castidad. Pues desde que Eros les alcanzó la carne, era mucha dificultad conservar el recato y el pudor cuando estaban en compañía y en un lugar propicio para la intimidad.
Sin embargo, tan grande y puro sentimiento no pudo permanecer anónimo, pronto los ojos y oídos con mayor astucia y entendimiento, reconocieron su presencia. Count Frigge lo comprendió, como bien se esperaría de un hombre forjado en los estudios y el pensamiento, mucho aconsejaba a su pupilo en ser prudente y discreto, sobre todo porque la decisión del rey todavía no estaba asegurada para él: "Si vos os convertís en el dirigente de esta nación, podréis tener mucha libertad de elección, pero sólo hasta que la corona descanse sobre vuestra cabeza. Mientras deberéis continuar mostrando sabiduría, cordura y buen juicio. Ahora no es favorecido el tiempo para ceder a los impulsos del corazón".
A diferencia de la empatía de éste, Lord Selving no entendía la razón para consentir tal unión, y alentaba a su protegido a cesar sus encuentros, incluso la amistad misma con el cortesano: "Porque si el rey os concede el mando de este lugar, lo cual veo muy probable, porque con este mundo en tal inocuidad, la espada es más útil para traer la justicia que la pluma y el tintero. No podréis tener el respeto de vuestros súbditos, si en lugar de una reina, traéis a otro rey. ¿Qué se hablará de vos? Se cantará sobre vuestra tibieza y falta de carácter, además de cometer sacrilegio contra la voluntad del Altísimo, porque le ha dado al hombre por compañera a la mujer; y se corresponden tanto que, por eso, de la propia costilla de él, la formó a ella. Sacaros esos pensamientos indecentes de la cabeza, elegid una dama y entrégale vuestro juramento de caballero, después hacedla vuestra señora y entonces con mayor prontitud os convertirás en el regente que esta tierra necesita. Y será tan grande vuestro servicio, que no dudo, los cielos bendigan vuestra semilla y el vientre de vuestra señora se llene de fecundidad".
Pese a las palabras lastimeras y los precavidos consejos, para aquellos era inevitable, casi imposible el permanecer separados. Ninguno comprendía porque si esa unión muchísimo les producía felicidad y alegría, y tanto bien les concedía, pues ambos obtenían gran mejoramiento, provocaba tanto repudio y alarma.
Un día, finalmente la guerra y los años cobraron su cuota en la salud del rey, y éste cayó enfermo; e impedido para seguir cumpliendo con sus obligaciones, la reina confió a Lucio y a Daniel el control del reino. El primero asumió las responsabilidades políticas y la diplomacia, el segundo los cargos de la defensa. Ellos aceptaron con mucha empatía la encomienda, pues estaban contentos de permanecer juntos, sin tener que dar explicación y sin avivar la cizaña de las lenguas. Además les ayudaría a probar que la idea de dos regentes no era negativa, sino todo lo contrario; querían demostrar cuanto bien podrían traer con su unión. Impartían el orden, respetándose y pidiéndose siempre consejo. Sin embargo, la diversidad de opiniones emergió entre la nobleza y los ciudadanos; aunque se mantenían al margen de las habladurías, Lucio sí notaba una peculiar e importante predilección hacia Daniel. No obstante, esto no lo enajenaba, porque prefería centrarse en menesteres más importantes como conservar la estabilidad.
Desafortunadamente, la enfermedad del gobernante desembocó fatales consecuencias, pues al no existir conocimiento sobre un heredero por derecho de sangre, los ávidos y hambrientos de poder, vislumbraron una oportunidad de conquista. Así, hordas de enemigos aparecieron sobre las fronteras de los feudos vecinos, entre éstos destacaban hombres sin honor, enanos y gigantes que en vil contubernio, comenzaron a sobrepasar los muros de las diversas ciudades. Se escabullían por las noches y saqueaban, malograban las cosechas y asesinaban a quienes se cruzaban en su camino. Asgarod entró en tiempos difíciles, y a consecuencia, Lucio y Daniel debieron recurrir a la coalición. Presurosos partieron en viaje para visitar a los aliados y solicitar su cooperación.
Pero antes de cumplir con la empresa, fueron a ver al Ermitaño, quien muy feliz se sintió al hallarlos tan saludables y gallardos. Hablaron le del fuerte sentimiento que los unía más allá de la hermandad. "Es natural vuestro sentir. Los encontré en el bosque, y se amaban ya desde ese innato momento, y llamó amor a vuestro sentimiento porque éste le habló a mi corazón, por ello los llevé conmigo y les di tanto como me fue posible. He leído la palabra del Hijo del Padre Eterno, y Él nunca condenó el amor, todo lo contrario, lo exaltó. Si en tal sitio no encontráis el sosiego a vuestras almas, busquen uno que sí se los brinde. Sean una prueba de la felicidad y el amor." Así les habló con total franqueza. Luego entregó le el anillo a Daniel, y le reveló que aquella joya lo acompañaba de pequeño, colgándole al cuello. "Quizás les revele el verdadero lugar al cual ambos pertenecen". Y les concedió su bendición, entonces se despidieron con sobrado afecto.
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LORD La Historia de Daniel y Lucio
FantasíaAquí comienza la historia del muy valiente y esforzado príncipe y caballero de la ardiente espada Lord Daniel que trata sobre su profético nacimiento y sus grandes hechos en armas y de las increíbles y maravillosas aventuras que vivió por fortuna de...