AMARTELAMIENTO -LA DAMA Y EL CORAZÓN FRACTURADO-

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Y en uno de estos peregrinajes sucedió, mientras cumplían con el deber, que mientras uno atendía a la cortesía y la política, el otro parecía prestar mayor atención a cierto coqueteo. Empero Lucio no dio importancia al creciente entusiasmo en el ánimo de su compañero, que precedía a estos viajes. Mas la riqueza y el amor son propiedades las cuales no pueden esconderse, y pronto en sus ojos se advirtieron los efectos de Cupido, "¿Lord Daniel está enamorado?" Todos murmuraban, se había prendado de la belleza de una joven llamada Lady Janeth, hija de Sir Foster, un renombrado noble de uno de los señoríos vecinos; y aunque el flirteo al inicio no tenía importancia, con el tiempo cobró fuerza, hasta convertirse en un auténtico romance. Cada día el caballero pasaba más y más tiempo con la dama. Pronto el estandarte de su lucha cambió y la dedicatoria de las victorias también. Parecía no añorar ninguna compañía que no fuese la de ella, o no poseía pensamiento que no la invocara. La gente decía: "Ansioso está por hacerla su esposa, pero el padre le ha suplicado mantener el compromiso en la completa secrecía".

Lentamente Lucio fue sintiendo los efectos del amartelamiento de Daniel; percibía el frío aire, producto del repentino cambio, que lo embestía por la distancia y la reserva de aquél. "Hermano, amigo y amante decidme el nombre del mal que a vos aqueja, para así saber cómo llamar al mío", le suplicaba. "Nada hermano y amigo mío, nada tengo", contestaba. "Decídmelo, así sabré qué bálsamo daros", le insistía. "No hay bálsamo en vuestras gavetas, ni palabras en tu boca o receta que puedas conocer, pues en tus manos no está mi cura", le replicaba. Y a pesar de la respuesta, no cesó de buscar explicación admisible y su posible remedio, mas no los encontró. Entonces agobiado, sumo frustrado, añorando una guía, pidió a Count Frigge lo orientara. "Invitadle a rememorar los días felices, al hacerlo, él podrá reconocer las dolencias de su espíritu. Si has sido vos el causante de ellas, en ese momento podréis empezar a sanarlas. Si no, al menos el camino tendréis desyerbado para hacerlo".

Con el corazón esperanzado, pronto Lucio buscó a Daniel, pero no lo encontró en el palacio, estaba en las afueras entrenando a los próximos caballeros. Y desconociendo el desagrado que sentía Lord Selving por su cercana relación, dejó con éste un cálido mensaje para su amado, donde lo citaba a encontrarse en el lugar que habían vuelo solamente suyo, a las tres de la tarde, hora de la Santísima Trinidad, a la cual se honra ingiriendo los sagrados alimentos del día. Aquél partió ilusionado, esperando encontrarse allá con su compañero.

Sin embargo, el maestro apenas vio a su pupilo regresar escoltando a la hermosa fémina, a quien últimamente se le asociaba la posesión del afecto del loable guerrero, y ocultó el mensaje y la visita de su enunciador. No conforme con este embuste, aprovechó lo que sabía y le habló a la joven con muchísimo entusiasmo sobre el lugar de los muchachos. Y pese a la renuencia del caballero, porque pisar ese sitio sin su igual le pareció lo mismo que una falta, luego de enterarlo de la ausencia del noble, y de la constante súplica, terminó cediendo ante la petición de aquellos dos, a pesar de las advertencias que su corazón le dictó sobre el pensamiento.

Daniel arribó con Lady Janeth al precioso lugar. Aquella quedó fascinada ante tal belleza, y en esta solitaria natura halló la valentía para confesarse. Lucio, quien terminaba los preparativos de un festín al aire libre, escuchó murmullos más claros y concisos; no era el sonido del agua, sino las voces de dos ilícitos enamorados. Ahí estaban Lord Daniel y Lady Janeth, sosteniéndose de las manos, "jurándose amor". Finalmente descubrió la razón del alejamiento, y un progresivo dolor dentro de su pecho se fue gestando. "Mi padre dice que debemos aguardar la resolución, él os acepta y nos apoya, pero espera que nuestra unión sea muy bendecida con la herencia de la corona", declaró la joven con febril tono, "por eso debemos mantenernos ocultos, hasta que todo así suceda".

El inadvertido testigo detrás del árbol se sintió desfallecer cuando lo oyó aceptar las "alevosas" condiciones sin ningún rechistar. El secreto y la reserva comenzaron a formarle un terrible padecimiento. De prisa se alejó corriendo, pues el dolor dentro del pecho, se volvió cada vez más insoportable. "¡Oh, que los cielos de mí se apiaden!", se lamentó con tristeza, "¡porque a terrible prueba me han enfrentado!".

Al instante Daniel, percibió un crujido que provenía del guardapelo, uno que alcanzó a cimbrarle el corazón. Presto volvió en sí, y apresurado le pidió a la joven se retiraran inmediatamente de aquel lugar. Esta vez ninguna súplica logró hacerlo cambiar de parecer.

LORD La Historia de Daniel y LucioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora