El guerrero contempló cada movimiento y escuchó cada palabra pronunciada por el mortífero enviado. Pero sin permitirse temor, ni resignación, y aunque conocía la fatalidad que le aguardaba, se mantuvo firme en su propósito. Se aferró al suelo y con paso lento, sin embargo, muy seguro, porque lo movía una autentica devoción, hizo el recorrido hacia el agujero. Al irse acercando, presto mucho sintió los efectos de aquella extraña unión; su ánima quería abandonarlo, libertarse de la carne que la encerraba. El esfuerzo y el cansancio aumentaron conforme se adentró en el hueco. No supo si continuaba caminando, si había caído en su interior o sólo estaba flotando en el vacío. Empero su fe si sabía, y continuó férrea. Creyó en sí mismo, y en la intrínseca salvación que traía consigo. Y un diálogo inició con el Altísimo: "Señor os he fallado, mas conozco vuestro perdonar, porque gran misericordia demostráis a vuestros hijos. Ven en mi auxilio, Señor. Mi vida está en vuestras manos, sólo en vuestro consuelo halla descanso mi alma. Eres la protección y salvación, mi escudo y mi espada. En vos confío, libradme de mis enemigos y perseguidores. Porque vos sois Eterno y Único. ¡Concédeme Señor misericordioso la fuerza para salvarlos a todos!". Así pidió encarecidamente, al tiempo en que evocó todo lo bien amado; y el pensamiento que mayor especialidad brindó, fue el de recuperar a Lucio.
Entonces su alma rebozó de sobrada emoción; en una medida exacta, todos los sentimientos se congregaron en ella, realizando un contacto superior con la divinidad: la Asunción. Y del pecho, igual a un brillante astro que en luz se comparaba con la del mismísimo sol, emergió su ferviente corazón cristalizado. Su cuerpo se volvió liviano y sumo fuerte, pues muy abrasado con el amor de Dios estaba. También le brotaron unas argentas alas de la espalda, las cuales extendió, y con su aleteo la inestabilidad alejó. Y levantó la legendaria espada que portaba, pero no para atacar, sino para contrarrestar el mortal embiste del contrario.
La confrontación generó una poderosa energía, que amenazó con convertirse en la nueva "Gran Explosión". Ninguno cejó su empeño, porque mucho buscaban cumplir su encomienda; uno la muerte, el otro la vida. La batalla fue muy pareja, tanto que nadie hubiera podido asegurar el nombre del vencedor. Finalmente los dos se encontraron con la bravura de los místicos aceros; las espadas iban y venían, se disputaban con genuino denuedo. Aunque la maestría bélica del ángel era profusa, Lord Daniel demostró cierta superioridad como espadachín, pues evitaba constantemente propinarle el golpe fulminante. Sobre la bóveda celestial parecieron dos estrellas en constante choque. Los duelistas sabían, esa lucha no podía extenderse más tiempo, así que tomaron toda la fuerza de sus espíritus y la concentraron en las ilustres armas, preparándolas para la última acometida. El deseo del noble caballero, que muy intenso y de justa causa era, aumentó sobremanera el nivel de su poder; y tantísimo fue, que la espada Amadís se incendió con brava aura roja y no tardó en doblegar a su mortífero rival; éste con una tenue sonrisa en su fría expresión, recibió el golpe. "Miles Die fue grande el honor de haber compartido con vos este duelo", reveló el Angelus Mortem, quien abatido se desplomó hacia el vacío.
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LORD La Historia de Daniel y Lucio
FantastikAquí comienza la historia del muy valiente y esforzado príncipe y caballero de la ardiente espada Lord Daniel que trata sobre su profético nacimiento y sus grandes hechos en armas y de las increíbles y maravillosas aventuras que vivió por fortuna de...