FELONÍA -SENTENCIA Y CASTIGO-

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Lord Daniel cruzó el salón sin prestar atención a nadie más, hasta quedar frente a los reyes. A las majestades saludó con reverencia, y luego cuando estuvo frente a Lucio, ante el asombro de todos, se hincó, enterándolos del avasallamiento que a éste había hecho. Le tomó la mano para ofrecerle el respeto en forma de ósculo, pero su señor lo increpó: "Decidme, Lord Daniel, ¿he actuado contra vos de manera vil y alevosa?". Aquél presto respondió, "De ninguna manera, mi señor". "Decidme si he obrado en contra de vos alguna vez". De nuevo se apresuró a contestar, "Pese al juramento que os otorgué por mi libre decisión y propia voluntad, nunca he recibido de vuestra merced más que sobrado afecto y gran bendición". Lucio miró airado a sus adversarios, luego volvió a interrogar, "Decidme, si he ejercido usura y latrocinio sobre vos". "¡Jamás! ¡Y Nuestro Señor es testigo de ello! Mi excelentísima merced, si me permite preguntaros, ¿a qué se debe todo este cuestionamiento de desagradable índole?". Entonces el conde le retiró la mano y le dijo, "Por vuestra causa se me ha calumniado". Daniel de inmediato replicó, "Todo aquél, que se atreva a levantar falso testimonio sobre mi señor, habrá de ofrecer su carne al filo de mi espada como reparación del daño provocado. Si lo he causado yo, mi vida he de entregar a cambio". Por primera vez, en la faz del noble Lucio asomó la maldad, su sonrisa y mirada derrocharon gran complacencia y regocijo. "Me alegra saber, presente mantienes vuestro juramento. Y si has de cumplirlo, debes estar al tanto, será sobre una mujer, la misma que se jacta de llamarte esposo".

Daniel viró la cabeza y encontró a su esposa, quien los observaba con recelo. Entendió el motivo de sus actos, y se ofreció a reparar el daño con su propia vida; sin embargo, no lo hacía movido por el amor, sino porque ese era su deber y responsabilidad para con ella, y porque toda esa situación había sido producida por él mismo. Pero Lucio no comprendió su proceder de esta manera, porque los celos ejercían su dominio por completo, y enseguida exclamó: "¡Decidle a todos los aquí reunidos! ¿A quién pertenece este anillo?". "A vuestra merced", presto respondió el caballero. "Decidles también a quién pueden pedirle testimonio de ello", expresó el noble. "Al Dios Altísimo, porque Él mismo lo consagró en vuestro dedo".

Enseguida todos los enterados de la auténtica pertenencia, quedaron sumo extraviados en la confusión. Lord Daniel continuó arrodillado frente a Lucio. "Decidme entonces por qué vuestra esposa ha venido aquí con manifiesta soberbia a hablarme como lo ha hecho, ¿acaso vos le has concedido los derechos y privilegios que mi corazón os ha brindado?". "De ninguna manera, mi señor. Lo más probable, habrá sido, no me expliqué con claridad; y a consecuencia, ella ha malinterpretado mis palabras. Le imploro su perdón, y si vuestra merced así lo permite, yo en mi deber de cónyuge, pagaré la falta de ella".

Lucio, con una frialdad perpetua en la voz y en el semblante, declaró; primero a él. "Y la vuestra, ¿quién me la habrá de saldar?", luego a todos los demás congregados, "Sólo puedo inferir, un ruin propósito la movía... ¡Arruinarme!, con el anhelo de algún día, ¡portar laureles en la cabeza! Porque su amañada unión con vos, muchísima esperanza le daba". Daniel no pudo creer aquellas palabras, pero el ofendido apeló al jurado formado por la corte, que apoyó su razonamiento. "El dolor de mi corazón muy grande es", expresó Lord Daniel con sobrada congoja, "Y por los cielos encima de mí, lo juro, no era esa la intención de nuestra unión. Si sus actos así lo fueron, apelo a su vasta bondad, hermano, amigo y señor mío, cualquier ofensa que su mano, o la mía, sin quererlo nosotros, hayan hecho en contra vuestra".

Aquél, mortificado por el despecho y azuzado por los celos confesó: "En vos ya no puedo más confiar, porque es bien sabido, me escondes cosas, me guardas secretos. Por ejemplo, vuestra perniciosa unión con esa mujer, de quien no cabe la duda, ha optado por seguir el camino de la Eva seductora y traicionera, desdeñando y alejándose del ejemplo de María Inmaculada. No sé si ella ha nublado vuestro buen discernimiento, o vos el suyo. La única seguridad de la cual soy poseedor, es que vuestro honor, amor y lealtad ya no están conmigo, sino en otra parte". Rápido ordenó trajeran su espada, la funesta arma entregada por Arcaláus. La corte entera supuso el fallo. Varios se exaltaron, unos opinaron a favor, otros en contra; no obstante, nadie intervino, porque consideraron tal acción como justa. Lady Janeth comenzó a gritar y vociferar, pues se sentía sumo responsable de lo acontecido. Sir Foster la abrazó con fuerza para evitar los condenara a mayor desfavorecida situación. A pesar de sí mismo, Lord Selving se unió a los demás Lores, e hicieron un círculo alrededor de Lucio y Daniel, como lo dictaba el código caballeresco.

El caballero terminó por tumbar la cabeza en el suelo, despejando el cuello, resignado a recibir el mortal metal. El conde tomó la espada y la levantó alto, dirigiendo el filo hacia la nívea carne del traidor, pero sus ojos alcanzaron a vislumbrar la joya, obsequio de amor, que opaca y maltratada se encontraba también contra el mármol del piso. Recordó cómo lo extrañaba, cuánto lo amaba, y lo sintió recorrerle el interior; y el dolor en su pecho se intensificó, y se multiplicó por todo su cuerpo; entonces con el último resquicio de su cordura, llevó el filo hacia el guardapelo y con coraje lo empujó, espetándolo, haciéndolo romperse en mil pedazos. Lucio colapsó con semejante hecho, pero de la empuñadura de la espada hizo bastón y no desfalleció. Daniel levantó la mirada y horrorizado observó el crimen, y tanta fue su pena, que un grito de auténtico sufrimiento emergió de él para coronar aquel calvario.

El noble le susurró al caballero: "Lo que Nuestro Señor unió, solo la muerte lo separa". Y se puso en pie y miró a Lady Janeth, a quien le dijo: "Suyo es ahora este hombre, señora. Libre de su promesa conmigo lo he vuelto". Aquella estaba sumo desubicada y nada contestó. Luego regresó a Daniel, al cual se dirigió así: "Por enterado daros, que ya nada os debo, y ningún valor o aprecio tengo ni poseo para vos. Agradezco te haberme libertado de esta pesadumbre. Mis malestares se han terminado. Yo, Count Lucio, príncipe de Asgarod, os digo, tomad a vuestra esposa y marcharos. Aquí no son más bienvenidos, porque vuestros crímenes contra mí, van más allá del pensamiento y del hecho. Mereces la muerte por vuestros terribles actos. Pero antes de malograrte con el sobrenombre de esposo, te hacías llamar mi igual; y por esa razón, por ese motivo, te he perdonado la vida; mas de tus títulos y glorias despediros, porque de ellas os despojo". El acaecido guerrero, quien conociendo las reglas del mundo, sabía, sin honor no estaba permitido vivir bajo la luz, debía retirarse a aquella parte donde la oscuridad y la niebla regían, a las Tierras Lóbregas. Aceptó su sentencia, pero su mujer, quien ya se hallaba desquiciada, no pudo soportar las desgracias que se avecinaban, y en el descuido paterno corrió hacia la primera ventana que encontró, y de ésta saltó para consolarse con la muerte.

El noble ni se inmutó, y presto ordenó el exilio para Lord Daniel y toda su parentela. "¡Escuchad atentos, todos vosotros! ¡Esa infame ha cometido fechoría contra el Altísimo mismo! Acabando con su propia vida lo ha despreciado, ¡lo ha insultado! Busquen quien les permita sepultarla en sus campos sin mostrarle ofensa también a Él. Saquen de inmediato tan inmundos y obscenos despojos de este reino". Y probando la lealtad de Lord Selving, le ordenó lo siguiente: "Si vos estáis conmigo, señor, harás como os digo. Tomad a ese que no pudo aprovechar vuestra guía, llevadlo con las tropas, las cuales alguna vez lideró, y decidles que le arrebaten las ropas y lo escupan y repudien, porque mucha ofensa y daño ha causado a vuestro príncipe y señor. Luego subidlo a una carreta y paseadlo por la ciudad, para que el pueblo observe su verdadera natura. Después ponedlo sobre la senda hacia las Tierras Lóbregas y aseguraos la camine".

Dicho esto, ordenó a los guardias lo escoltaran fuera del castillo, y el héroe que alguna vez paseó por la ciudad bañado en gloria y honor, salió repudiado y marcado; porque por mucho que Lord Selving quiso evitarlo, Daniel le pidió ejecutara sin ningún reparo, las ordenes de su amado.

LORD La Historia de Daniel y LucioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora