DESTIERRO -LA INADVERTIDA CENTINELA-

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Mortificado y degradado, Daniel abandonó la ciudad. Aquellos que lo custodiaban, apenas y le permitieron conservar un pedazo de saco, con el cual alcanzó únicamente a cubrirse las íntimas partes. No estaba del todo consciente de su desafortunada situación, porque la fría mirada de Lucio y el magnicidio del corazón, mucho daño le siguió causando, más que el de su cuerpo maltratado y el rechazo público recibido; porque aunque había sido la mano del otro, él era quien la había llevado a hacerlo. Después de largo y fatigoso recorrido, se avistaron las escarpadas y tenebrosas montañas que servían como marco y advertencia, ahí se encontraba la entrada a las Tierras Lóbregas. Pronto aquellos liberaron al convicto y lo conminaron con pedantes modales a irse sobre cierta dirección.

Sir Foster y algunos de sus hombres, quienes en silencioso modo lo habían estado acompañando en tal viaje, lo detuvieron para entregarle los restos de la fenecida hija. Y así le habló el primero: "Tomad a vuestra esposa, porque así os la concedió nuestra santa iglesia; llevadla con vos, porque aquí ninguno tiene más cavidad. Reniego de ambos, pues grave falta me han ocasionado; y ojalá, así lo quiera Nuestro Señor, pronto se olvide que alguna vez se me llamó padre". Dicho esto, subió a su caballo y emprendió su propio exilio, regresando a sus tierras y nunca volvió a dejarlas.

Daniel retomó su andanza, ahora más afligido por no poder proporcionarle la cristiana sepultura en digna y bendita tierra a la dama. Caminó por bastante rato con aquella en los brazos, rezando sin descanso, porque ni los cielos parecían compadecidos de ellos; hasta que, finalmente, una niña salió a su encuentro y le dijo. "No os mortifiquéis más por Lady Janeth, Lord Daniel. Acompañadme, porque conozco un lugar donde podéis enterrar a vuestra esposa". Y creyéndola caritativo espíritu, que busca con buenas obras ascender al descanso eterno, la siguió hasta un páramo cubierto de bellas flores de variado color. "Aquí puede ser su morada, hasta que el Señor llame a los fenecidos. Estos son mis dominios. Soy la que nunca se presenta con una misma forma, a la que conjuran con el nombre de Urganda la Desconocida". Él recordó ese bienaventurado apelativo, y prestando seria atención, reconoció a su auxiliadora, y mucho consuelo obtuvo con su caridad; y una vez levantada la tumba de la joven, escuchó la verdad pronunciada por la maga: "Abandonad la pesadumbre, y abrazad la esperanza de la resolución. Tiempo es, liberad vuestro pensamiento del tormento ¡y prestad atención!, porque vuestra empresa apenas da comienzo. El propósito de vuestra vida es superior a ser sólo sencillo consorte o alabado guerrero. Sois hijo de gran estirpe, nobles guerreros y grandes monarcas han sido vuestros ancestros, y por padres habéis tenido a los reyes de una nación. Vos sois el príncipe Amadeo, hijo legítimo de los regentes de Asgarod. Vuestro destino es de muchísima gloria y honor. Pero aquél, ese a quien amaste primero, quien rige vuestro corazón, en la soledad acechado fue por el miedo, y una temible oscuridad lo apresó; y envenenado, devorado por los celos, ha conspirado para arrebataros todo aquello que os corresponde por divino y sanguíneo derecho".

Daniel quedó sumo asombrado ante las palabras de Urganda La Desconocida. "Porque he observado atenta desde que, Olson el rey, os dejó en las aguas del río para que cumplieras con la encomienda de los cielos", y así empezó el relato, y una vez que le hubo enterado de su historia y profetizado destino, aquél no meditó estos hechos con la razón, sino con el corazón. "Sincero lamento poseo por la muerte de esta joven, a la cual ni el consuelo de un gran amor puedo brindarle, porque otro conquistó mi cuerpo y espíritu desde mucho antes. Por ese otro es por quien mi corazón halla honesto motivo para seguir palpitando. Por él debo recuperar mi honor, debo salvar a mi amado Lucio", expresó recobrando el ánimo y la fe, "porque culpa mía es, si él sucumbió a la maldad".

Viendo su fuerte disposición, la maga le dio una última recomendación. "Buscad la luz, id a la tierra que tengo por cuna y en el indómito desierto, un manantial rodeado por siete robles encontrareis; sus aguas reparan todo aquello que ha sido destruido. Sumergiros en ellas, y el fulgor del cual os fuiste despojado recuperareis, además si guardáis agua tan maravillosa, preciosa bebida obtendréis, capaz de sanar a un destrozado corazón. Aunque sólo unos cuantos han podido localizarlo, si la honradez y la justicia moran en ti, a nada debéis temer, que vuestros ojos vida encontrarán en donde sólo exista desolación. Ahora conocéis la verdad, y en vuestro viaje a nadie menciones ninguno de vuestros apelativos, porque grande peligro corréis; sólo referiros a vos mismo como un señor sin tierra y sin nombre que busca la justicia. Descansad la espada y tomad del suelo esa vara que recién se ha separado del árbol, cuando sea momento de la batalla, os será un arma invencible. Que nadie sospeche que fuisteis un laureado guerrero, ni que a convertiros en alabado rey vas". Tras esto informarle, con la llegada de una suave ventisca, ella desapareció. Y actuó Daniel según lo aconsejado, levantó la vara, luego se dispuso a buscar el camino hacia la Tierra de la Luz.

Pero con aquel viento también llegó, Count Frigge, quien discretamente había hecho el viaje a la par de aquellos dos grupos. "¡Muchacho! ¡Gracias a los cielos os he encontrado! Venid conmigo, que os daré ropas para cubrir vuestra desnudez y agua para aliviar la sed; porque si no fuera por el rostro, el cual parece el de un santo que luego del martirio, la fe en el Altísimo lo ha conservado intacto e incluso lo ha hermoseado; consideraría a vos indolente ante todo lo ocurrido". Daniel acompañó a Count Friggie, el cual mucha discreción había mantenido frente a la desdichada situación. Le preparó un balde con agua tibia para que se asease, y brindó le sencilla túnica de lino, pantalones, calzado y una vasta capa con capucha hechos con la piel de un león; y sobre estos últimos le confesó: "Yo llevé estas prendas cuando me alcé con la victoria por vez primera. Me uní a mi padre y otros nobles en la cacería de la indómita fiera con la cual están confeccionadas. Un implacable león que gran merma trajo a nuestras tierras, porque muy bravo era, a tal grado que hasta en su piel también se halló esta característica, y por tanto, ese quien las porte, mucho beneficio obtendrá de esto".

Apenas estuvo vestido, Daniel interrogó al mentor de Lucio. "Señor, no penséis que pongo en duda la bondad de vuestro corazón con mi cuestionamiento, pero decidme por favor, ¿por qué me concedéis socorro cuando he sido yo el causante de la desgracia de vuestro pupilo?". Presto el maestro respondió. "Porque gran maldad ha comenzado a carcomer a Lucio, y temo alcancé a hacerlo hasta su espíritu. Desde hace días, lo he venido notando, ¡un abominable cambio! Él ha ido extraviando su luz, y únicamente vos, en nadie más confío para esa empresa, podrás ayudarlo a recuperarla. Estoy bien enterado de los sinceros y mutuos sentimientos que ambos se tienen entre sí, por esa razón vos sois el indicado. ¡Resplandeced en la gracia!, y con esta luz propia, tan milagrosa, hacedlo recuperar la suya". Acabada su explicación, enseguida le entregó un pequeño saco, el cual contenía los fragmentos del guardapelo. Aquél mucha alegría sintió con este detalle, le agradeció de vuelta, y le prometió salvar a su alumno. Count Friggie le proporcionó alimento y bebida, incluso una bolsa con víveres para su larga travesía. Después se despidieron, no sin antes encomendarse uno al otro a la protección de los Santos.

LORD La Historia de Daniel y LucioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora