ADELFOPOIESIS -LA CEREMONIA DE LA UNIÓN-

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Anduvieron por el camino, Lucio iba sumo pensativo. Y Daniel, que era incapaz de verlo padecer, lo cuestionó para dar con la panacea a tal sufrimiento; y aquél contestó le que un extraño presentimiento le sobrevino tras contemplar el anillo, uno de tal magnitud, hasta la piel le había helado. Entonces Daniel habló le dulcemente, y para calmar la tribulación de su corazón, volvió a reafirmarle cada una de sus promesas hechas. En ese momento de íntima convivencia, se encontraron con una mujer, la cual sacaba agua de un pozo. Le pidieron por caridad compartiera el líquido para saciar la sed de ellos y de sus caballos. Aquella aceptó de inmediato y los atendió, y además, como si tuviera la destreza de leer los corazones de las gentes, intuyendo sus pesares les dijo:

"Las promesas se enuncian con la boca, luego no todas son afortunadas de alcanzar la realización en un papel; porque muchas se pierden en el viento o se olvidan con el tiempo, no hay mejor testigo para salvaguardarlas que Nuestro Señor. Sigan por esa senda, el bosque atraviesa, caminen juntos hasta llegar a la bifurcación. Después el mayor de ustedes por la derecha habrá de ir, y el menor por la izquierda. Cada uno encontrareis límpidas aguas donde se lavarán, y al saliros de éstas, dignas ropas también obtendréis para que presentables estén al llegar a la capilla dedicada a San Baco y San Sergio. Ahí un apóstol de Dios sacralizará la palabra, que uno al otro ya se han otorgado, con la Adelfopoiesis".

Los dos escucharon atentos, y no percibieron falsedad ni engaño, por lo cual hicieron como aquella les aconsejó. Al llegar a la separación, Daniel fue a la derecha y Lucio a la izquierda, pronto avistaron las cristalinas aguas, se sacaron la vestimenta y entraron en ellas para asearse los cuerpos. Salieron y túnicas de fino e inmaculado lino hallaron, luego un manto rojo sangre dispuesto para Daniel, y uno verde esmeralda para Lucio, los cuales se echaron sobre la cabeza y espalda. Una vez ataviados, advirtieron la cruz de la capilla sobresaliendo entre las espesas copas de los árboles. Caminaron hasta finalmente reencontrarse ante las puertas del sacro recinto. Uno al otro regocijaron se las pupilas al observarse en imágenes tan pulcrísimas, mismas que evocaban a las de los santos. Descubrieron se las cabezas, tomaron sus manos y de esta manera llegaron hasta el altar donde otra cruz se alzaba y a su lado descansaban las sagradas escrituras.

La mujer del camino sonrió mientras terminó de encender las velas del templo y un monje con reluciente hábito tomó lugar a un lado de ellos y comenzó a declamar oraciones y letanías, donde suplicaba que los dos muchachos fuesen unidos en el amor, recordando a su vez aquellos nobles amores como los del rey David y el príncipe Jonathan o los de San Cosme y San Damián. La mujer se acercó a ellos con el cordón que rememoraba su casto pacto, el cual había vuelto se uno solo, y al atarlos de la cintura con éste, el asombro los embargó al presenciar al sencillo hilo volverse uno fino y reluciente; el instruido en los metales y piedras preciosas podría asegurar que ese en específico, se había hecho con un oro proveniente de Ofir. Después cada uno colocó su mano derecha sobre los Evangelios y con la otra sostuvieron una vela. Se entonaron los versos de San Pablo recogidos en la primera carta a los corintios y los de San Juan en el Evangelio. Más oraciones y luego el Padre Nuestro.

Después el monje trajo una copa grande, donde pidió les depositaran los regalos que se entregarían uno al otro para santificarlos. Daniel echó el anillo, y como ocurrió con Ismael y Jacob con la bendición de Isaac Patriarca, así le cedió todos los beneficios y derechos que aquel adorno pudiera otorgarle algún día. Por su parte, Lucio no poseía valiosa prenda material, pero con total sinceridad ofrendó su corazón. Mas la mujer, quien no era otra que la misma Urganda, usando sus conocimientos y prodigios, conjuró una joya que manifestara, a manera de espejo, las cualidades del metafórico obsequio. Un reluciente y precioso cristal apareció ante sus ojos, de belleza inigualable y valor incalculable, enseguida le fabricó un guardapelo de oro blanco, digno de su natura. El monje bendijo aquellos artefactos, y luego cada uno puso el indicado en el cuello y dedo del otro, repitiendo sus promesas. Se tomaron de las manos y cantaron un troparion. Se dieron un beso en cada mejilla, y uno más largo y primoroso sobre los labios, mientras se entonaba el salmo ciento treinta y tres.

Ambos estaban muy contentos con su unión y salieron de la capilla tomados de las manos y sumo regocijados. El sol languidecía en el horizonte y la mujer los convidó a su casa, la cual parecía más un paraíso griego que la morada de una persona ordinaria, pues mucha riqueza y belleza ahí se concentraba. "Aquí podéis celebrar en completa libertad su himeneo. Nada os molestará ni les provocará pesadumbre. Permanezcan cuanto quieran y alivien la fatiga de sus espíritus". Más tranquilos, ya tuvieron ocasión de preguntarle su nombre, porque con tal bondad y generosidad, debía tratarse de un angélico ser. "Soy la que nunca se presenta con una misma forma, a la que conjuran con el nombre de Urganda La Desconocida", y dicho esto, se retiró concediéndoles la intimidad.

Una mesa estuvo dispuesta, repleta de viandas deliciosas y frutos suculentos, además de un vino de exquisito sabor, con los que celebraron y regocijaron sus paladares. Luego de satisfacer el apetito, contemplaron la magnificencia de los cielos, pero la noche y su manto oscuro no demoraron en invitarlos a anhelar la convivencia del lecho. Se dirigieron hacia la alcoba, la principal había sido dispuesta para ellos; en su interior encontraron una recreación del nacimiento de Venus, hermosos muebles con detalles marítimos, las paredes pintadas con oleos que contaban la historia y un tálamo con dosel en forma de concha, al que sostenían imágenes de ninfas labradas en el mármol; éste ocupaba el centro del lugar como un majestuoso adorno.

Ambos se acercaron buscando auxiliarse con las ropas, pero apenas contemplaron sus figuras desprovistas de la tela, fue sumo difícil mantenerse serenos. Y sin poderlo evitar más, finalmente fundieron sus labios, y sus cuerpos buscaron el contacto del amoroso ayuntamiento que luego de suscitarse en el espíritu, debía hacerlo también sobre la carne y esto mucha dicha y gran regocijo les proporcionó. Tres días con sus noches, uno al lado del otro yació, como lo hizo Adán durante su estadía en el jardín, sin ninguna vergüenza ni recato, porque los dos se pertenecían y no existía impedimento superior al de la legitimidad de sus sentimientos.

Pese a conocer la completa felicidad, no tenían cavidad para el egoísmo y con cierto pesar dejaron aquel idílico lugar y partieron al cumplimiento de su encomienda.

LORD La Historia de Daniel y LucioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora