FRAGILIDAD -EL ENANO Y EL ADIVINO-

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Y el cortesano huyó tan atribulado que ni la naciente oscuridad de la tarde lo amedrentó. Mientras corría azorado por los bosques, perdió el camino y tropezó con un enano. Aunque asustó se con el repentino encuentro, de inmediato se puso en defensiva postura; mas el hombrecillo le habló con zalamero respeto: "Vuestra merced es al que todos alaban, uno de los grandísimos nobles de Asgarod, y quizás hasta su futuro mandamás. Sé bien, no soy bienvenido en vuestros dominios, mi señor; pero el hambre asecha mi casa y vuestras tierras son abundantes en alimento. Apelo a vuestro magnánimo y benevolente juicio para que me indultéis la vida". Además de la carente armonía y proporción que su rostro y cuerpo evidenciaban, porque el espíritu se le había hecho vicioso y así lo reflejaba en su carcasa, Lucio conocía la fama de estos seres, los libros los tachaban de infames y mentirosos; no obstante, él mismo se había visto marcado por lo juicios negativamente preconcebidos y lo perdonó, aunado a que en su mente no había lugar para los discernimientos razonables. "Gracias mi excelentísimo señor. Desde ahora, el enano Ardián será vuestro más fiel servidor. Haré cuanto vos me ordenéis y mandéis", dijo agradeciéndole con más lisonja.

Obcecado, Lucio tomó las palabras del patrañero por verdaderas, y le solicitó ser la sombra del infiel y falto. A partir de entonces, éste se volvió sus ojos, el constante acecho. Y conforme pasaron los días, siguió cuestionando a su compañero, tratando de arrancarle la confesión; pero su mutismo era férreo. Los informes del espía no eran favorables y la tribulación se fue apoderando poco a poco de Lucio; y el enano aprovechó para emponzoñarle, con ligeras dosis, la voluntad. Y llegado el día le comunicó: "Mi señor, puedo ver que la enfermedad de vuestro amigo también os aflige; permitidme hablaros, yo conozco una persona de mucho conocimiento, la cual puede ayudaros con vuestro padecimiento y con el del señor Daniel. Es un galeno adiestrado en las artes místicas, su renombre rebasa las fronteras, así como el vuestro; lo llaman Arcaláus El Encantador".

Lucio se consternó con el denominativo, sabía muy bien de quién se trataba; pero estaba bastante desesperado, y aunque en muchas ocasiones Count Frigge le advirtió sobre él, algo lo llevó a hacer caso, luego de mucha sugerencia, a esta aventurada propuesta. El enano Ardián lo condujo por una parte del bosque, que jamás había visitado antes, por un lugar en donde el sol no llegaba a iluminar; y anduvieron hasta dar con una modesta cabaña, en la cual, apenas oyó los pasos, salió a recibirlos en la puerta, el famoso hechicero.

Olvidándose de los protocolos y las presentaciones, aquél le expresó con premura su demanda: "Requiero de vuestros servicios, porque mi hermano, mi amigo y amado está terriblemente enfermo, necesito me ayudéis a salvarlo del erróneo camino que ha tomado". Arcaláus sonrió con cierta malicia y contestó: "Mi excelentísima merced, poco puede hacerse con la medicina común en contra de lo que lo aflige; se necesitaría usar artes no permitidas en los cielos de este reino. Además temo deciros que vuestro amado sólo está cumpliendo su destino, uno que los cielos mismos profetizaron antes de su concepción. El anillo que carga vuestra merced como primorosa muestra de afecto, es la prueba de su noble origen; él es el hijo perdido del rey, el legítimo sucesor al trono de Asgarod. Sobre vuestra cabeza él reclamará su derecho, y perecerás en sus manos como Abel en las de Caín".

Así reveló la poderosa verdad, la cual astutamente torció, para asestar el asalto final a un frágil y amedrentado corazón, que al instante acabó por quebrarse. Lucio convulsionó, mientras el vacío dominaba su pecho; y el ánima trastornada no tardó en afectar al cuerpo: su piel palideció, el verde en sus ojos se opacó, su cabello se oscureció igual a la noche, y su voluntad, idéntica a la del primer hombre tras probar el fruto prohibido, se rebeló. "Si el destino para Daniel dictado está...", dijo todavía trepidando, tratando de recuperar la compostura, "entonces ayudadme, ¡ayudadme a mí!, ¡os lo suplico! ¡Ayudadme a cambiar el mío!".

LORD La Historia de Daniel y LucioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora