Olas

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Comandante. La palabra la intimidaba, la hacía sentirse incómoda. El sólo escucharla le revolvía el estómago, le pesaba en el pecho y en la consciencia.


Tal vez, porque la hacía directamente responsable de las vidas de sus compañeros. Tal vez porque, con una mano en el corazón, se veía obligada a adjudicarse el futuro de los demás, a dar sentido a los juramentos sin cumplir de aquellos que lo habían entregado todo en el camino.


-¡Comandante!- suspiró, negando con la cabeza. Sonaba tan ridículo que incluso hubiese querido reírse.- ¿Por qué, Erwin?


Pasó una mano por el escritorio polvoso, cansada. El silencio en la habitación vacía de Moblit era incapaz de darle una respuesta. Lo sabía. Hacía tiempo ya que muchas cosas habían dejado de tener respuesta.


Se sentó en la silla que tenía en frente, y tomó un tintero ya reseco entre dedos callosos. Le resultaba casi irónico que todo se encontrara tan meticulosamente ordenado, igual que como Moblit lo había dejado hacía un año atrás. Tal vez, porque ya nada se sentía igual que hacía un año. Tal vez, porque ya nada se sentía en orden, tampoco.


Tragó saliva y observó la caja de junto a la puerta; un nudo de lágrimas apretándole asfixiante la garganta. Pixis llevaba meses insistiéndole para que enviara las pertenencias de los soldados de vuelta con sus familias. La habitación de Moblit, sin embargo, había permanecido cerrada, intacta, impoluta. Volver a abrirla ahora, un año después, equivalía a abrir una vieja herida, a dejar la sangre brotar libre de nuevo de entre la profundidad de los cortes.


Exhaló, y tiró uno a uno de los cajones; papeles amarillentos en el primero, un uniforme gastado en el segundo, algunos dibujos arrugados en el tercero, una botella de licor todavía llena en el último. Después de eso, no había más nada. Sólo vacío. Sólo silencio. Sólo preguntas sin respuesta.


-¿Por qué?- repitió, entre sollozos, abrazando la caja fuerte contra su pecho. Las lágrimas, antes atragantadas, ahora fluían tibias por sus mejillas; la angustia acumulada hundiéndosele en el corazón, haciéndose agujero negro. Moblit había sido arrancado de su lado demasiado pronto, demasiado injustamente, sin misericordia. Y ahora, ni siquiera tenía un cuerpo al cual llorarle; sólo una caja desvencijada a medio armar que debía despachar a lo poco que conocía de su familia.


Era inconcebible. Inaudito. Tortuoso.


Levantó la vista, de nuevo hacia el escritorio; la bruma del llanto nublándole el juicio y la visión, tiñéndole el alma de llovizna gris. No había podido despedirse de Moblit y, sin embargo ahora, delante de aquella caja a medio llenar, volvía a sentir que la privaban del adiós, que la obligaban a repetir la agonía del duelo una y otra vez.


-Demonios...- maldijo entre dientes; el dolor aplastante obstruyéndole los pulmones, amenazando con tragársela entera. Estaba cansada, harta de los silencios y los vacíos y las preguntas sin respuesta. Harta de los agujeros negros y las lloviznas grises y de ser comandante.


Sólo quería olvidar. Olvidarse de todo.


Inspiró profundo y golpeó el escritorio con puños cerrados, con el pulso tambaleante, con la respiración agitada. La botella de licor, todavía fuera de la caja, tintineó ante el impacto; el cristal destellando cegador a la luz del candil.

Segunda Oportunidad [Levihan Oneshots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora