Capitulo 31

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Era una hermosa tarde de otoño, pensó Camila, al mirar por la ventana de la sala. Las hojas, ya amarillas, caían producto del viento y el sol resplandecía tenue por entre las nubes.

Volvió la vista al libro que descansaba sobre su regazo, el cual llevaba leyendo un rato mientras tomaba una taza de té de jazmín. Aunque más bien, lo intentaba, ya que al tratar de retomar la lectura, notó que no recordaba en qué párrafo había quedado, ni lo que había leído. ¿Y cómo podría? si lo único que había estado haciendo era pasar los ojos por las letras sin enterarse de nada.

Contra su voluntad, pero ya acostumbrada, los recuerdos la invadieron de forma imperiosa, al igual que aquella sensación de vacío que trataba continuamente de esquivar.
 
Se vio a sí misma saliendo de su departamento, aquella tarde en la que reveló todos sus pecados, sin tener un destino fijo y con la mirada nublada por las lágrimas, que no paraban de salir de sus ojos. Se deslizó por el largo pasillo, como un alma en pena, hasta llegar al ascensor y presionó frenéticamente el botón para llamarlo, desesperada porque llegara pronto, pues necesitaba alejarse lo más pronto posible de ahí, antes de que a Bautista, o a Luisana, se les ocurriera salir a buscarla para pedirle aún más explicaciones. Explicaciones con las que ella no contaba, ya que lo que hizo no era más de lo que había contado, para su fortuna o su desgracia.
 
Cuando las puertas metálicas del elevador se abrieron, solo pudo distinguir el cabello del hombre que ahí estaba, el cabello de su amigo Francisco.
 
Sin importarle la milagrosa razón por la que él estaba ahí, se le abalanzó, rodeándole la cintura con los brazos, buscando el apoyo y contención que le hacía tanta falta.
 
Francisco ni siquiera había podido salir del ascensor, ni reaccionar ante el impetuoso abrazo de su amiga, pues lo atrapó absolutamente de sorpresa. Había ido hasta allá con la idea de visitarla de improviso y pasar la tarde con ella, a propósito de que había tenido una audición cerca. Pero definitivamente la impresión se la había llevado él, al encontrarla en el estado en el que estaba.
 
Inmediatamente correspondió a su abrazo y tuvo que ver el rostro de la pelirroja a través de los espejos del ascensor, ya que la cabeza de Camila estaba enterrada en su pecho, como si lo necesitase como un pilar para mantenerse de pie. Sus mejillas estaban rojas y empapadas por el llanto, también un poco manchadas por el rímel, disuelto por la excesiva humedad de sus ojos. Apoyó su cabeza en la de su mejor amiga, mientras la escuchaba sollozar y sentía los espasmos de su frágil cuerpo entre sus brazos.
 
-Sácame de aquí, Francisco. Por favor- le había suplicado en su llanto ahogado.
 
Sin soltarla, presionó el botón del subterráneo para ir por el auto de ella y mientras bajaban notó que Camila ni siquiera había alcanzado a ponerse zapatos en su impetuosa huída. La confortó acariciándole la espalda, al tiempo que le decía que estuviera tranquila y cuando llegaron a destino, la tomó entre sus brazos, para que el frío asfalto no le dañara los pies.
 
Cuando ya estaba en la carretera, Francisco supo lo que había pasado sin siquiera tener que preguntar. Era evidente que la bomba con la que había estado jugando su mejor amiga por todos estos meses, sin respeto alguno, se había caído y había explotado justo en sus narices, como siempre supieron que pasaría. Pero la imagen de aquello era más horrible de lo que imaginó alguna vez.
 
Camila no supo cómo, ni cuánto tiempo les llevó llegar a donde sea que Francisco la estaba llevando, pues unos kilómetros más adelante, se quedó dormida en su propia tristeza, solo dejando las lágrimas como vestigio de su dolor.

Al día siguiente despertó, desubicada, no reconociendo por un momento el lugar donde estaba, menos cómo había llegado ahí, pero pronto los recuerdos la habían ayudado a caer en cuenta de todo lo que había ocurrido y reconoció sin problemas la habitación de Miki.

Por lo tanto, concluyó, estaba en el departamento que la morena compartía con Francisco desde hace dos años, cuando dejó el pueblo donde se había criado junto a su novio para venir a probar suerte a la ciudad.
 
-¡Dios mio, Cami! ¿Cómo fue que Luisana se enteró de todo?
 
Había preguntado Miki, mortificada por su jefa, luego de que Camila se uniera a ellos al desayuno esa mañana. Francisco y Miki serían las únicas dos personas con las que podría hablar de esto y por ello, les contó a sus amigos todo lo que había ocurrido desde que puso un pie en su departamento la tarde anterior.
 
En ese momento, no imaginó que rememorar toda la escena le dolería tanto o más que haberla vivido, pero supo, por una parte aliviada, que aquella sería la última vez que tocaría este tema.
 
-No sé- respondió Camila, con la vista fija en la humeante taza de café frente a ella, apartando las ya conocidas lágrimas que nuevamente habían empapado sus mejillas.
 
-¿Intentarás hablar con Bautista de nuevo?- preguntó Francisco esta vez.
 
-No.
 
-Pero tienes que explicarle, Cami. Tal vez...
 
-No, Fran- lo interrumpió enfática, posando sus ojos en él- No hay un tal vez. Nunca lo hubo. Cuando decidí hacer esto, tú mismo me advertiste que él me odiaría y que no me perdonaría jamás. Y yo lo hice de todas formas, asumiendo ese costo. Ahora tengo que pagarlo.
 
Francisco suspiró, intercambiando una mirada de preocupación con Miki.
 
-Ok- aceptó su mejor amigo, resignado, pues supo que discutir no iba a servir de nada.
 
Después de eso, ambos habían insistido en que se quedara a vivir con ellos un tiempo, en lo que las cosas se calmaban y Bautista se marchaba del lugar que habían compartido. Pero ella había insistido en partir a la casa de sus padres, pues no quería incomodarlos y, además, sentía una necesidad de alejarse un tiempo de todos y de todo.
 
Francisco se había encargado esa misma mañana de ir hasta su departamento, antes de que empezara su turno en la cafetería donde trabajaba, mientras se establecía como actor, para hacer una maleta para ella, con la ropa y artículos necesarios para su viaje.

Entre Ella o YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora