Capitulo 45

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Bautista estacionó su camioneta fuera de la casa de modas justo cuando Alexandra y su suegra se bajaban de su auto. Sofía si que había hecho de esta prueba todo un evento, pensó Camila, mientras se bajaba del vehículo con la ayuda de Bautista, quien lo había rodeado para abrirle la puerta y luego le había tendido una mano.
 
Saludaron a ambas mujeres con cariño y recibieron las felicitaciones de Lorenzza Arce, la abuela de Bautista y Andrés, quien no había podido asistir ni al compromiso, ni a la boda de su nieto menor. Conversaron un breve momento antes de que el hombre se despidiera.
 
-No olvides pasar a recoger a M...- Camila se interrumpió a sí misma-... al cachorro de Francisco a la guardería.
 
Sonrió nerviosa ante la risa despreocupada de Bautista, pues casi se había delatado.

Hace dos semanas que tenían al cachorro viviendo con ellos y Camila no había podido evitar ponerle un nombre. Pero era algo que no le revelaría a su esposo, pues sabía que inmediatamente él le reclamaría que, tal como había predicho, ella se había encariñado con el perrito y no querría devolverlo. Una gran parte de ella, la mayor parte, sabía que eso ya había pasado. Max, como lo había bautizado, le había robado el corazón desde el primer momento, pero sabía que no podían quedárselo, ya que un perrito era una gran responsabilidad y un compromiso a largo plazo. Si su matrimonio pendía de un hilo y contaba con fecha de término, era injusto que se embarcaran en otro compromiso que no podrían cumplir.
 
-No lo olvido- se acercó a Camila y la besó en la frente con ternura- Pasaré por ti en dos horas.
 
-No te preocupes por eso, hijo- intervino Alexandra- Nosotras podemos llevarla a casa, ¿verdad, Lorenzza?
 
-Por supuesto- afirmó la anciana, con una sonrisa. Vio a su nieto despedirse de su esposa con un beso en los labios, mas sin intención de soltarla, lo cual la hizo sonreír de buena gana, pues la alegraba mucho verlo así de feliz y enamorado- Bueno ya, Bautista. Deja a la pobre muchacha respirar otro aire que no sea el tuyo.
 
Lorenzza tomó a Camila del brazo y la jaló hacia ella con cuidado mientras reía. Luego, las tres mujeres se despidieron de Bautista y entraron a la boutique.
 
Camila quedó sorprendida al ver al gran grupo femenino que esperaba por ver a la novia, quien ya se encontraba tras una tupida cortina roja de terciopelo probándose el vestido.

Saludó cordial a la madre y hermanas de Sofía, quienes no cabían en la expectación por ver a la morena. Tomó asiento junto a Alexandra y Lorenzza, quedando en medio de las dos y al poco rato un camarero les ofreció una copa de champaña, acompañado de unos sofisticados bocadillos.
 
Minutos después, la cortina se abrió y Sofia se hizo lugar al centro de la sala, vistiendo el precioso vestido blanco estilo romano que había mandado hacer a París. Se ubicó en una tarima circular, al tiempo que todas las mujeres exclamaban un suspiro de admiración por lo bella que se veía.
 
-Te ves espectacular- dijo la madre, emocionada hasta las lágrimas.
 
A continuación, cada una manifestó lo encantada que estaba con el atuendo, mientras Camila las veía en silencio y con una sonrisa en los labios, solo disfrutando del clima y la familiaridad que ahí se vivía.

Una parte de ella no podía dejar de sentir un poco de envidia, ya que a ella le hubiese encantado vivir lo mismo con su familia y seres queridos en los preliminares de su boda, pero, como todo en su vida desde hace 5 meses, nada había resultado precisamente normal.
 
-¿Tú qué opinas, Cami?- le preguntó Sofia, voltéandose del espejo para verla a los ojos.
 
-El vestido es maravilloso y tú te ves hermosa- opinó con una sonrisa sincera.
 
-Me siento hermosa- confesó Sofia, acompañado de una risita- La verdad es que tu amiga hizo un gran trabajo, ¿no crees?
 
-¿Mi amiga?- preguntó ladeando la cabeza ante la confusión y sintiendo la mirada de todas las presentes sobre ella.
 
-Luisana Massa. Ella se encargó de tomarme las medidas, hacer los ajustes y se preocupó por mantenerme al tanto de todos los avances de mi vestido. Le debo mucho- sonrió- ¿No te contó que nos encontramos en París?

Camila se sintió a sí misma palidecer ante la revelación, al tiempo que se aclaraba una duda que había estado patente en su cabeza desde hacía tiempo. Descubrió que Sofía había sido el eslabón perdido entre Luisana y ella, el canal que había permitido que la rubia se enterara de todo lo que estaba pasando en Argentina mientras ella se encontraba en Francia. 
 
-Hace tiempo que no hablamos- respondió la pelirroja finalmente, con una media sonrisa. De inmediato sintió la mano de Alexandra apretando disimuladamente la suya, como dándole apoyo. Solo pudo mirarla y regalarle una sincera sonrisa de agradecimiento.
 
-Bueno- dijo Alexandra, en un afán por desviar la atención del tema de Luisana- Me parece que a tu look le hace falta el toque final, ¿o me equivoco?
 
-¡Cierto!- recordó Sofía, emocionada. Miró a su madre y le pidió que le pusiera el bello collar de diamantes que descansaba sobre una almohadilla, en uno de los burós del probador.
 
-Es precioso- murmuró Camila, mientras Sofía era rodeada por su familia, quienes no paraban de admirarla tanto a ella como a la fina joya que ahora descansaba sobre su cuello.
 
-Lo mantuve bien cuidado- reflexionó Lorenzza con una sonrisa.
 
—¿Era tuyo?
 
-Claro- afirmó la abuela, extrañada de que Camila no lo supiera- Pero de las dos joyas que les heredé a mis nietos, la que tu llevas es la más especial.
 
Camila la miró confundida por una fracción de segundos, tiempo que le llevó darse cuenta de que Lorenzza hablaba de su anillo de compromiso. Lo miró instintivamente, sonriendo ante el destello de luz que el diamante de cuatro puntas le devolvió.
 
-Bautista me lo pidió cuando apenas era un adolescente. Y se lo entregué con la única condición de que se lo diera a la mujer de su vida, aquella de la que se sintiera realmente enamorado- tomó la mano de Camila entre las suyas y se la palmeó con cariño- Y por lo que vi hoy, no se equivocó al dártela a tí, cariño.
 
La pelirroja solo pudo sonreír, mientras sentía la garganta cerrada y los ojos aguados producto de la emoción. Sin saber qué decir, ni menos qué pensar ante la revelación de la abuela, volteó a ver a Alexandra, quien la miró con ternura y le guiñó un ojo, dándole a entender que opinaba igual que Lorenzza.
 
Le costaba creer que Bautista tuviera ese concepto de ella, pero no de no ser así, ¿por qué le habría dado un regalo tan especial y lleno de significado?. 







Continuará....
 
 
 
 
 

Entre Ella o YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora