Capítulo 22 •Hay una chica•

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Narrador omnisciente

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Narrador omnisciente

—Cariño, en verdad lamento tanto lo que te hicieron —dijo la bella mujer mientras curaba las heridas de la joven Sevilla.

—También yo... —susurró—. Sólo quiero irme... Quiero tener mi final feliz.

—Lo harás muy pronto, cuando sea luna llena, exactamente —le sonrió—. No puedo esperar para ver el rostro de mi Ruggero cuando te vea.

Sevilla sonrió, pero algo hizo que su sonrisa se desvaneciera.

—Siento que... Él ya se olvido de mí —la luna dejó de curar las heridas y la miró.

—¡Ni siquiera lo pienses! Él te ama.

Sevilla negó y miró a los ojos grises de la luna.

—Hay una chica... —la luna se puso nerviosa y le dió la espalda para según “mojar el trapito con el cual curaba las heridas”.

Ambas se encontraban, literal... En otra dimensión, donde no pasa el tiempo, ahí era donde vivía Ruggero antes de ir nuevamente al beso del diablo.

—Esa chica... Se parece mucho a mí... No comprendo por qué... —Sevilla se dió cuenta de lo incómoda que estaba la bella luna—. ¿Sucede algo? —preguntó frunciendo el ceño.

—No, claro que no, cariño... Continúa. Yo te escucho —dijo fingiendo una sonrisa.

—De acuerdo —soltó un suspiro—. Su nombre es Karol Bernasconi... Es hija de uno de mis mejores amigos... Y la conocí esa noche que las pesadillas nos atacaron —la luna giró nuevamente y volvió a oprimir el trapo en las heridas.

—Con que Karol Bernasconi —esbozó una sonrisa—. Muy interesante, pero descuida, cariño... Ella no es ninguna amenaza.

—¿Por qué estás tan segura? —algo no le agradaba a Karol Sevilla.

—Bueno, porque... —vaciló—. Porque conozco a mi hijo, sé que él no te dejaría de amar.

•Karol Bernasconi•

Estaba bastante nerviosa, este chico tenía los ojos más bonitos que había visto.

—Que lindo nombre... Karol —habló Lionel.

—Gracias... —respondí tímida.

—¿Te gustaría dar un paseo conmigo? —cuestionó el ojiazul.

—¡Claro! —respondí eufórica, ¡demonios! Ahora pensara que soy una desesperada—. Di..Digo, si, claro es una buena idea.

Lionel sonrió y me hizo una señal para que avanzara primero.

—Hace mucho frío. ¿No crees? —dijo Lionel.

—Ahm, si, de hecho —respondí mientras ponía un mechón de cabello tras mi oreja.

Jugué con los botones de mi cámara.

—¿Eres fotógrafa o sólo es uno de tus hobbies? —alcé la cabeza y lo miré.

—Ambas cosas... Bueno, en realidad apenas estoy estudiado para serlo —dije con una sonrisa—. Y oye... ¿Eres nuevo por aquí? Digo, Tlaxcala es un Estado muy pequeño y prácticamente todos nos conocemos... Pero nunca te había visto.

Lionel le dió un sorbo al café que llevaba en la mano.

—Bueno, pues... De hecho acabo de mudarme —dijo y me observó—. Solía vivir en Aguascalientes —dijo—. Pero ya sabes, cuestiones del trabajo de los padres —sonrió.

—Oh, ya veo —dije.

—¿Quieres un café? —señaló el suyo—. Yo invito.

—De acuerdo.

Ambos caminamos hacia una cafetería.

Con Ruggero

Narrador omnisciente.

No se podía creer lo que sus ojos estaban mirando, Karol estaba caminando y platicando con un chico, tenía celos, bastantes celos... Tenía que hacer algo, tenía que saber quién era él.

—¡Genial! Siempre tiene que existir alguien que quiera con ella... Con Sevilla era Matteo y ahora con Bernasconi este payaso —dijo con molestia.

Decidió seguirlos, tal vez descubra quien era ese chico.

•Karol Sevilla•

Después de que la luna curara sus heridas y le diera comida y ropa limpia, se sentó en uno de los sillones mirando hacia la chimenea que ardía frente a ella. La luna la observaba desde lejos, sabía que algún día iba a saber toda la verdad de porque existe alguien tan parecida a ella.

—¿Estás bien? —preguntó la luna.

Sevilla giró a verla asustada, ya que le había hablado tan de repente.

—Ahm, si, gracias —la luna se acercó al sofá donde estaba sentada y tomó asiento a un lado de ella.

—Yo también hago lo mismo —habló la luna, Karol giró a verla con el ceño fruncido—. Me refiero a sentarme a ver la chimenea arder... Es una buena manera de sentarse a reflexionar, a pensar... A idear planes.

La luna la miró de reojo.

—¿En que piensas, linda? —preguntó la luna al ver que estaba un poco triste.

—En Ruggero... En cuanto lo extraño... —sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas—. Y, en que él ya se enamoró de ella.

—¿Por qué insistes con eso?

—Porque lo presiento.

La luna la miró con pena.

—Descuida... Insisto, ella no es una amenaza.

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