Epílogo

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A la mañana siguiente, los Lorant se visten de negro, se preparan para despedir a su amiga. Realmente les genera tristeza, pero no pueden detenerse.

Iván había arreglado todo muy rápido, consiguió un ataúd digno de ella y preparo un pequeño velorio cerca de la tumba de su abuela.

Muchos de sus compañeros estaban allí, todos se habían enterado que los hermanos Almeida murieron, pero nunca vieron los cuerpos, la asociación se los llevo para incinerarlos en las instalaciones que les pertenecen.

Aquella escena era realmente triste, no había familiares de Sara, nadie más que sus amigos y conocidos.

Iván y Amelia se encargan de recibir y despedir a todos, mientras Mauro no quiere hablar con nadie. No había dormido nada en toda la noche, se notaba claramente en su mirada cansada, aquellos ojos cubiertos por moradas media lunas .

Iván se siente realmente mal por su hijo, pero más por el hecho de que había fallado protegiendo a Sara.

El día ha sido lo suficientemente gris como para desanimar a todos, aunque por una parte están aliviados de que toda esta locura haya acabado, fue mucho el sacrificio. Todos aquellos quienes tuvieron pérdidas, no habrá forma de sanar su dolor.

El pueblo ahora sería un lugar más seguro.

Los Lorant habían logrado su objetivo, pero ¿A qué costo? Perdieron a su esposa y madre, perdieron a su amiga y mucha gente murió, inocentes.

Mauro ve una pequeña silueta acercarse a él, Flora, la mejor amiga de Sara aparece frente a él y se sienta a su lado.

-El día se encuentra un poco gris ¿No?- pregunta suavemente.

Mauro no responde, se queda en silencio mirando a la nada, extrañado de aquella singular compañía que había recibido.

-A ella solían gustarle los días así, decía que era más productiva cuando no había sol- mencionó Flora, a lo que Mauro siente aquel nudo en la garganta que le impedía hablar- Gracias por haberla cuidado cuando yo la abandone, espero poder ayudarte cuando regreses a clases.

-Me voy de aquí- fue lo único que mencionó Mauro.

-Ya veo- musitó Flora- En ese caso, espero que te vaya bien, espero puedas sentirte mejor.- con eso último se levanta y se va.

Mauro se sintió incomodo por lo que le había dicho, no entendía el porqué lo había hecho.

Pero se levanto de aquella fría tumba, donde había hablado con Sara una de las primeras veces. Dejo un  par de rosas blancas y emprendió el camino a su casa.

Caminar por aquellas aceras no se sentía igual, al pasar por la casa de Sara, estando tan cerca de la suya, decidió entrar a echar un vistazo.

Se coló en la habitación de Sara, donde ya había entrado antes. Estaba hecha un desastre, la cama desordenada, ropa en todos lados, se sentó un momento para poder observar con más detalle.

En la mesa al lado de la cama había botes de pastillas, habían quedado algunos desde la última vez que vino a buscarlos, también vio aquella sudadera negra que ella solía usar y de repente decidió tomarla e irse de allí, esa habitación le provocaba mucho dolor, ver todas las cosas de ella allí, sin la vida que solo ella podía otorgarle, solo eran objetos, pero en Sara lucían diferentes, al menos para él.

Cuando llega a su casa, Iván y Amelia estaban terminando de meter algunas cosas en la camioneta.

-¿Es todo?- pregunta Amelia y su padre asiente.

-Hora de irnos, pequeños- dice Iván cerrando las puertas de la casa y subiendo a su camioneta.

-Voy en el auto- menciona Mauro, a lo que su padre asiente, no irían muy lejos, por lo que podía manejar.

Y comenzaron a manejar, hasta el mismo puente en que habían asesinado a Brandom y Braulio, saliendo así del pueblo y prestando atención a cada pequeño detalle que no notaron al llegar.

Como que los arboles son tan altos que parecen tocar el cielo, y que la carretera siempre parece estar húmeda. Mauro llevaba música en su auto, intentando no sentirse melancólico por los recuerdos que dejo allí. Se dio cuenta que aquella chica de ojos miel había logrado ablandar un poco su corazón, y siempre permanecería allí. Como uno de los mejores recuerdos que haya tenido jamás.

Sara fue un escape para Mauro, aprendió que no siempre la vida trata bien a quienes lo merecen, puede llegar a ser cruel y a doler.

Podemos aprender a vivir con aquello que nos atormenta, o podemos perdernos a nosotros mismos en el proceso.

Por mas frío que fuera aquel pueblo, Mauro probo el calor que tenía el corazón de Sara, quien nunca lo dejó solo, ni él a ella.

Echa un último vistazo al cartel de despedida del pueblo, y con eso está listo para cerrar un capítulo de su vida, pero no por completo.

Revisa sus marcas frescas en sus antebrazos, convenciéndose a sí mismo de que podría superar aquello, superar a aquella chica que quedo grabada en su corazón.

No importaba que tan demente él estuviera, ella lo quiso y eso se lo agradecería siempre.

Las cosas no siempre salen como planeamos, duelen, y la vida puede ser muy cruel. No por eso el sufrimiento será eterno, algún día podremos darle la cara al sol, y admirar lo lindo que se ve el cielo.

Mauro estaba desgastado, pero siempre llevaría una parte de Sara consigo.

Al pensar esto último, aquel chico de ojos verdes, le echo una mirada a la sudadera que había tomado de la casa de Almeida.

-Parece que esto es un adiós, te llevaré a donde quiera que vaya.

Mauro se sintió agradecido con aquella chica por enseñarle que no era tan insensible como él pensó alguna vez.

Con esto culminó su historia en aquel helado pueblo del norte.

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