ANGEL ━ CAPÍTULO TREINTA: ❛ LA SINCERIDAD DEL AMOR ❜
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En la ciudad de Salt Lake el sol ya se había ocultado un par de horas atrás, dejando en su lugar una blanquecina luna acompañada por unas brillantes y titilantes pequeñas estrellas adornando su alrededor con algunas que otras ━ casi ━ invisibles nubes escondiendo algunas de ellas. La fresca brisa que había permanecido por largas y agotadoras horas, ahora había sido reemplazada por una un tanto más helada.
La joven Kane, en cuanto aparcó su automóvil fuera de su morada, bajó de este y se adentró a las cálidas y protectoras paredes de su casa lo más rápido que pudiera, ignorando por completo las extrañas miradas que sus padres le dieron en cuanto comenzó a subir las escaleras con la mayor rapidez que pudiera. En cuanto sus pies tocaban el suelo del segundo piso, quitó el peso de su mochila de su esplada, dejándolo sólo en una de sus manos y, arrastrando sus zapatillas con desgano sobre la oscura y limpia alfombra, se encaminó hacia su habitación, cerrando la puerta tras ella después de entrar. Luego, sin pensarlo más de dos veces, se lanzó a su cama y tomó una de las almohadas que adornaban su habitación, colocándola bajo su rostro y gritó hasta que toda la tristeza, enfado, cansancio y frustración que había mantenido su cuerpo durante la gran parte de aquel día, fuera liberada de su cuerpo. No le interesó que sus padres la hubieran escuchado en las afueras de su cuarto, por que, hey, vamos, luego de pasar largas horas de su lunes realizando actividades como ayuda a sus maestros, discutiendo con su novio y con una chica que no le agradaba y escuchando charlas sobre carreras universitarias que no le interesaban del todo, pretendiendo estar del todo bien frente a sus amigos, descargarse era lo menor que podría haber hecho en aquel instante.
En el momento en que volvió a sentirse liviana, junto sus labios y abrió sus ojos, para después soltarse del agarre de la pequeña y cuadrada almohada, llevando sus manos a su rebelde y ondulada cabellera. Soltó una risita al darse cuenta de lo bien que, en ese momento, su mente se encontraba. Calíope se sentía libre y con la sensación de que nada negativo de lo que pudiera ocurrir dentro de las últimas horas que aún quedaban de aquel día, podía arruinarle las ganas de sonreírle a todos quienes coincidieran con ella en alguna parte de la ciudad
Dios, colo desearía que las cosas funcionaran siempre a su favor.
Ahora, los pies de Calíope se balanceaban de atrás hacia adelante, causando que las suelas de sus zapatos rozaran levemente con la grande manta que tapaba su cuerpo desde los hombros hasta los talones. Su voz, tarareando diferentes melodías para lo que podría ser el inicio de una nueva canción era lo único que podía escucharse en la solitaria y ahora silenciosa casa, mientras que sus ojos sólo se encontraban viajando por cada palabra escrita con tinta morada en el cuaderno frente a ella.
