12 - El ruiseñor y el pavo real 1

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Historia, personajes y redacción por Garrick16



— Estoy bien, Catrín. Te lo aseguro.

Caminando en una calle concurrida, un inquieto Garrido desenmascarado se abría paso entre la gente.

— Me estoy portando bien, tú tranquilo. — explicó — Solo me estoy tomando un tiempo en esta ciudad, creo haré alianzas importantes — vaticinó —. Considéralo como unas vacaciones — pidió —. ¿Cómo está la familia de Vigor? — preguntó — Ah, me da gusto. Sí, él está bien. No, aún no tengo su sangre, pero tiene una de las gemas y está más que dispuesto a dármela, de hecho, estoy haciendo negocios muy interesantes con él. Bueno tengo que irme. Salúdame a Alebrije. 

Garrido sonrió y negó con la cabeza, agradeciendo que sus colaboradores estuvieran con bien y al pendiente de él. Tras terminar la llamada, continuó con su búsqueda, hasta que, entre los edificios, encontró el lugar. Discreto, entró por la puerta y subiendo unas escaleras, llegó al mostrador.

— Son cincuenta pesos — dijo un hombre antes de bostezar.

Garrido pagó y al momento se le fue dado una llave y una toalla. El hombre le indicó el paso y le mostró los vestidores y las taquillas, tras lo cual regresó al mostrador. El corazón del luchador latía con fuerza, hace tiempo que no tenía acción y nunca había acudido a esos vapores. Esperaba poder desahogarse, aligerar el estrés de la semana y con ello, estar más enfocado en su día a día. Tras desnudarse y guardar su ropa, se adentró en el lugar.

El sitio tenía un ambiente húmedo cálido, pasillos cerrados y obscuros, y estaba un tanto desolado. Contaba con regaderas, una sala de vapor y un cuarto abierto donde el sol entraba radiante. Garrido aprovechó para remojarse y hambriento, buscó a alguien para devorar. Con las duchas vacías se acercó al vapor, encontrándolo desolado, después fue al solar, sin éxito. Desanimado, suspiró y aprovechó para tomar el sol. Recostándose sobre una silla plegable, puso sus manos tras su nuca, abrió las piernas y cerró los ojos permitiendo que el calor le acariciara el cuerpo.

— Maldita sea — oyó exclamar a otro hombre en el recinto—. Nunca tengo suerte.

Garrido levantó la cabeza y en la puerta del patio vió a un hombre alto, fornido, con cuerpo trabajado y facciones marcadas.

Al verse, ambos guardaron silencio, su interés era mutuo y notorio en sus cuerpos. Garrido se levantó y el hombre llegó con él.

El instinto los envolvió, sin palabras, sin miramientos, solo pasión. Apenas tuvieron el raciocinio suficiente para llevar su libido a un cuarto privado, donde se entregaron el uno al otro, varias veces, demasiadas veces, tantas que terminaron agotados, uno al lado del otro, con sus cuerpos adoloridos y sus miembros sensibles.

Al verse a los ojos, sudados, agotados y luchando por respirar, no pudieron más que reír.

— No eres de por aquí — habló el hombre satisfecho jugando con la barba de su compañero.

— Estoy de vacaciones — explico Garrido complacido —, pero pienso quedarme una buena temporada.

— Eso es genial — exclamó su acompañante ante las posibilidades —. Espero no incomodarte, pero eres muy atractivo — dijo con extraña timidez.

— Gracias — sonrió Garrido — tú no te quedas atrás — aseguró, acariciando una cicatriz en el pecho de su acompañante, haciéndolo sonrojar —. Pocos pueden dejarme agotado — confesó riendo.

— Me pasa igual — rió su compañero sin dejar de verlo a los ojos, encontrando en él algo más que un fugaz momento —. Disculpa, no quiero ser indiscreto — dijo acariciándole el vello del pecho y su virilidad —, si está bien por ti, quisiera...

El celular de Garrido sonó, el luchador, moviéndose con el cuerpo cansado, respondió.

— Aquí Garrido. Oh... comprendo. Iré de inmediato — colgó el teléfono —. Disculpa, tengo que irme. — dijo comenzando a vestirse con prisa.

Su pareja asintió con tristeza y suspiró en silencio. Resignado en no volver a verle, se puso de pie para buscar su ropa y al hacerlo, Garrido le abrazó por detrás.

— Este es mi número — dijo dándole una tarjeta y besándole el hombro — me agradaría que me acompañaras a comer otro día. Yo invito. — le aseguró haciéndole sentir una calidez inusual. — por cierto — razonó — no sé tu nombre.

— Me llamo Emilio, Emilio Guerrero, pero mis amigos me llaman Milo.

— Es un buen nombre — reconoció.

Los hombres se ayudaron a vestir cuando Garrido notó algo.

— Creo que tienes puesto algo mío — Emilio arqueó la ceja ante las palabras de su acompañante y al mirar hacia abajo se dio cuenta de su error, haciéndolo reír —. Tranquilo, así tengo más pretextos para volver a verte.

— Eres único sin duda — le abrazó Emilio tomándolo por el hombro y besándole la frente.

— Lo mismo digo — le aseguró.

Rakonto Drakone - FerozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora