Larga siesta

17 15 2
                                    

El olor empalagoso de los medicamentos entraba por mi nariz provocando que arrugase mi cara. Abrí los ojos distinguiendo una cálida luz que me cubría, a los lados cortinas verdes rodeaban la camilla en la que me encontraba. Intente levantarme para conseguir una posición más cómoda, pero para mí desgracia el mundo daba vueltas arruinando mi plan de levantarme y ocasionando un quejido de mi parte. Las cortinas se abrieron, una enfermera se posiciono a mi lado.

—Así que ya despertaste— su sonrisa radiante como el sol me derretía.

—¿D-don… de?

—No te esfuerces, los síntomas del veneno aún no se te pasan— me miro con lastima, sin embargo no me hizo sentir mal como otras miradas de similares.

—¿Veneno?— tosí después de decir esa palabra.

Estaba claro que se refería a la adelfa, pero yo debía aparentar que no sabía nada, cosa bastante complicada al tener el efecto de esa flor asquerosa en mi cuerpo.

—Tuviste la mala suerte de envenenarte con adelfa, pero no te preocupes, por ahora no corres riesgo de muerte.

Me tranquilice al escuchar que no era tan estúpido como para suicidarme accidentalmente.

—Pero no todo es color de rosas, sufrirás los efectos del envenenamiento por al menos dos días más, ya que no existe un antídoto para la adelfa— me acaricio el brazo como para tranquilizarme —no te preocupes, yo cuidare de ti.

Me alegraba escuchar que tal belleza me cuidaría por dos días, tenía unas facciones perfectas que contrastaban con su dulce voz de cenicienta.

—¿Papá?— debía preguntar si mi plan había funcionado, me encontré temblando al decir esas palabras.

La enfermera paro de acariciarme y me miro como si no supiera que decir al respecto, miro a su alrededor como buscando alguien más que dijera la respuesta a mi pregunta, al ver que no había más nadie en la habitación suspiro y me miro directo a los ojos.

—Tu padre no tuvo tanta suerte como tú… y…— apretó sus labios que empezaron a temblar, su mirada se desvió a su falda —y murió.

Lagrimas empezaron a brotar de mis ojos culminando con el temblor de mi cuerpo, no eran lágrimas de dolor ni de tristeza, eran lágrimas de satisfacción. Ese infeliz ya no estaría por la casa arruinando mi vida nunca más, al fin todo había terminado y pude permitirme llorar hasta que me quedara seco.
 

Rewinding...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora