Prólogo.

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Lisa pov.

Quince años...

- ¿Me estás jodiendo ahora mismo?- Veo como dos gigantescas puertas de metal comienzan a abrirse.

Estoy bastante segura de que son las puertas del cielo, así que ¿qué demonios estoy haciendo aquí?

Me muevo en mi asiento, me siento incómoda de repente, la única puerta en la que pensé que viviría dentro es la de una prisión.

- ¿Puedes dejar de ser una imbécil durante cinco minutos o quieres volver al reformatorio?- Judith gira la cabeza desde el asiento del pasajero del coche de policía para fulminarme con la mirada.

Las canas que surcan su cabello oscuro me hacen suponer que tiene más de cincuenta años.

Estoy segura de que eso funciona con la mayoría de los chicos con los que trata, pero a mí no me hace ningún efecto, es una maldita gatita comparada con mi procedencia y con lo que he pasado.

-No es probable. - murmuro.

No me arrepiento de haberle destrozado la cara a Brock con el puño y de haberlo estampado contra el suelo, ya no parece tan encantador.

Ese imbécil se merecía cada segundo, durante mucho tiempo trató de ocultar quién era en realidad.

Un depredador.

Hacía un servicio a todas las mujeres que se cruzaban en su camino, tuvo mucha suerte de que la policía apareciera cuando lo hizo, no había terminado con él.

Me paso el dedo por los nudillos.

Todavía están cicatrizando, pero las marcas son difíciles de ver con los tatuajes que los recorren.

Sinceramente, en el reformatorio me lo pasé muy bien, la mierda era pan comido comparada con vivir en la calle, incluso te daban tres comidas al día.

Habría disfrutado mucho de ese lugar, habría sido como unas vacaciones, realmente, si no fuera por esos psiquiatras y consejeros.

Una vez que empezaron a tratar de meterse en mi cabeza con toda su mierda es cuando se volvió difícil.

-Lisa. En serio, esta familia podría cambiar tu vida. Pueden abrirte tantas puertas y darte oportunidades que solo podrías soñar. Sin mencionar que estarás con tu hermana. - Su cara se suaviza mientras intenta hacerme entrar en razón. -Ella es muy parecida a ti.

- ¿Así que le gusta drogarse y joder a los imbéciles?

-Cuidado. - me dice el detective Clark desde el asiento del conductor.

-Es brillante. Se sale de las tablas, igual que tú. - Me encojo de hombros, fingiendo que no me importa.

Aunque, sinceramente, me interesa conocer a esta chica, una puta hermana gemela. ¿Quién lo iba a decir?

Supongo que nuestra madre donante de óvulos solo quería a una de nosotras, me metió en el sistema y se quedó con su niña.

Aunque no por mucho tiempo, según tengo entendido, fue adoptada hace
años.

Ahora la misma familia cree que va a hacer lo mismo conmigo.

Estoy segura de que eso cambiará en cuanto me vean, por suerte, no soy pequeña, lo que me ha salvado el culo más veces de las que puedo contar.

Solo tengo quince años, pero ni siquiera me piden tarjeta cuando compro cigarrillos, supongo que la mayoría de las quinceañeras no tienen tatuajes que recorren parte de sus brazos y manos.

Clark baja por el largo camino de entrada y la enorme casa se hace visible, esa sensación incómoda crece dentro de mí, esto no puede ser real.

O tal vez sea que no quiero hacerme ilusiones, sabiendo que una vez que esta familia me vea, no estarán tan
dispuestos a quedarse conmigo.

¿De verdad creen estas personas que
voy a encajar aquí? Mis ojos se detienen cuando un hombre y una
mujer salen al porche.

Mis ojos se fijan en el hombre, tiene el brazo alrededor de la pequeña mujer que está a su lado. Puede que ella no sea pequeña, pero al lado de su enorme culo parece que lo es.

No creo que pueda golpear su cara igual que la de mi último padre adoptivo.

El coche se detiene, tanto Judith como Clark se bajan.

Él tiene que abrirme la puerta trasera para que pueda salir.

Salgo, con los ojos fijos en el hombre y la mujer, esperando sus reacciones.

La cara del hombre es ilegible mientras que la de la mujer se ilumina como si fuera la mañana de Navidad o algo así, no es una mirada a la que estoy acostumbrada cuando alguien me ve por primera vez.

Observo cómo una chica castaña sale al porche, sé quién es al instante.

Unos ojos iguales a los míos me miran fijamente, espero que dé un paso atrás, que se encoja al verme, pero eso no ocurre.

En cambio, sus ojos se iluminan y una enorme sonrisa se dibuja en su rostro, igual que la otra mujer.

Entonces hace lo impensable.

Corre hacia mí.

Me preparo cuando me rodea con sus brazos en un abrazo, todo mi cuerpo se pone rígido, odio que me toquen, pero no encuentro la voluntad de gritar o decirle que se aparte.

Deja caer la cabeza hacia atrás para mirarme fijamente, todavía sonriendo.

-Bienvenido a casa. - dice.

¿A casa?

No lo creo, no tengo casa.

Es mejor así.

Lástima que mi nueva hermana pueda ser tan terca como yo, no voy a ir a ninguna parte.

Por ahora...

Entre Tinta Y Cicatriz [Jenlisa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora