Capítulo 18

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"Misión: Derrotar demonios"

Él.

Esa pequeña persona alrededor de miles de millones de humanos existentes, me trajo un poco de libertad y cariño a mi vida.

Aquí es en dónde me pregunto... ¿Qué hice yo, para tener la oportunidad de poder conocerlo a él?

La respuesta no la sé.

Lo único que sé, es que de tantas personas que existen en el mundo, me topé con él. Con su forma de sobrepasar las cosas, con su forma de sonreír y alegrarme cada uno de mis días, con su forma de sacarme de mis casillas, con su forma de ver el mundo, con su forma de ver las cosas, con su forma de verme a mí.

Eso lo supe cuando me permitió ver una de las cosas que él tanto callaba y no decía.

Me percaté que en realidad él nunca me detestó. Él simplemente me molestaba porqué quería mi atención. Obviamente una niña de cinco años no iba a tener el uso de la razón para percatarse de tal cosa.

Mucho menos una niña tan cerrada y explosiva con sus emociones.

Pensar que de la persona que de tanto me cuidaba para no salir lastimada, iba a ser la persona que me iba a hacer sentir más segura; me provocó sensaciones en mi estómago.

Él no era una de esas personas ridículas que me dijeron llorona o me compararon alguna vez con el perfecto de mi hermano.

No, él veía cada uno de mis defectos y debilidades.

Lo que me dio a entender con esa pequeña página de su libreta decía mil cosas más.

Es como si yo fuera la historia más bonita qué él alguna vez pudo llegar a escribir.

Con él no sentía la necesidad de cerrarme completamente para que no me hiciera daño.

Esa pequeña cosa que me hacía daño todos los días que despertaba por las mañanas y siempre lo guardaba muy dentro de mí.

Reservar y no soltar, duele.

Duele mucho.

No hablo de el dolor físico, como cuando eres un niño y por accidente te caías de la bicicleta y te golpeabas en la rodilla.

Hablo de un dolor peor.

Un dolor que no todos pueden llegar a sentir. Prefieren guardarlo y no sentirlo. Como yo.

Es como cuando por accidente te cortabas con algo y te provocaba una herida muy profunda.

Una herida que preferías no curar por qué si te la desinfectabas dolía tres veces más.

Pero pasaban los días y esa herida poco a poco se infectaba.

Ahora el dolor no era tres veces más grande si te los desinfectabas. Ahora era diez veces más.

Así me pasó a mí. Preferí no curar la herida para evitar el dolor y el dolor terminó siendo más insoportable que cualquier otro dolor existente.

Mis pastillas, mi pasado, mi muñeca, la impotencia. Mis demonios.

La alarma de mi celular interrumpió mis pensamientos.

Aster y yo nos habíamos quedado sentados afuera de mi escuela. No queríamos volver a nuestras casas y ya casi estaba anocheciendo.

Aster se vio confundido por mi alarma.

Apreté el botón de parar en mi alarma y saqué de mi mochila mi botella de agua y el contenedor rojo.

Diario de un ColumpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora