CAPÍTULO 8

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Innet

—Entonces, ¿el hombre misterioso del que te enamoraste en dos días fue a tu casa? —asiento—. ¿Y tu mamá lo invitó a comer?

—Ya sabes cómo es. —resoplo.

—Peor es que él se haya quedado.

—Mamá hizo sopa de res.

—Yo también me hubiese quedado.

Guardo una pequeña carcajada y me concentro en las hojas frente a mí. La biblioteca se encuentra desierta a estas horas de la mañana y no podría estar más agradecida.

Suzy vuelve a mirar su laptop y se concentra en lo que hace, la observo atentamente y no logro evitar el sentimiento de culpa que se resguarda en mi corazón. No debería guardarle el secreto, no a ella.

Me aseguro de que nadie más me escuche y me inclino hacia ella. Con voz casi imperceptible, confieso.

—Suzy... —me observa, intrigada por mi misterio—. Es... es el maestro de historia.

—¿Uh? —se gira buscándolo por la biblioteca—. ¿Dónde está?

Me acerco aún más.

—No me estás entendiendo... —suspiro y cierro lo ojos con fuerza, buscando valor—. El que me gusta, es el maestro de historia.

La forma brusca en que se levanta de la silla llama la atención de la recepcionista. Me disculpo con ella y tomo a mi amiga del brazo, para volver a sentarla.

—¡¿Qué haces?! —exclamo—. ¡¿Quieres que nos corran?!

Parece ida. Aún así, levanta su dedo en modo acusador y me señala.

—Lo sabía... ¡lo sabía! —cubro su boca con mis manos. Me hace señales de que lo ha entendido, así que las retiro.

—¿Cómo lo supiste? —cuestiono, avergonzada.

—Innet. —toma mis manos—. Lo miras como si quisieras sentarte sobre su escritorio y dejar que te dome.

—¡Suzy!

—Y él te observa como si quisiera desvestirte frente a toda la clase y-

—¡Ya, ya! ¡lo he entendido! —afirmo, en voz baja.

Parece querer decir algo, pero cuando su teléfono suena, parece haber visto un fantasma.

—¡Mierda! —la recepcionista vuelve a mirarnos, impactada—. Innet, debo irme.

Empieza a recoger todas sus cosas sin un ápice de cuidado.

—¿Están regalando alcohol? —bromeo.

—Ojalá fuera eso. —se queja—. He recordado mi clase de derecho penal y para ser honesta, llego media hora tarde.

Una vez que toma todas sus cosas besa mi frente y sale corriendo del lugar, dejándome sola.

Una hora después aún continúo leyendo las notas frente a mí, mi teléfono suena y lo alcanzo en algún lugar en la mesa contestando sin ver de quién se trata, pero suponiendo que se trata de Suzy.

—¿Llamas para decir que tu maestro te ofendió? —comento, sin prestar mucha atención.

—¿Por qué suena cómo si hablara de mí, Innet? —mi cara se vuelve pálida. Claramente no se trata de Suzy, y claramente he recocido aquella voz.

—¿Maestro...?

—Hola, señorita L'evans. —responde, estoy segura que mantiene una sonrisa desde el otro lado de la línea.

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