𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑿

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Se limpió el sudor de la frente, manchándola con aceite y carbón

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Se limpió el sudor de la frente, manchándola con aceite y carbón. Miro él reloj, quince minutos, quince maravillosos minutos y acabaría por fin su jornada. Apenas sentía los brazos y no podía esperar a llegar al comedor, tenía ganas de ver a Bash y a Gilbert, muchos más al último, a quien le debía una disculpa por lo de anoche.

Ese día la despertó los fuertes gritos y golpes del supervisor, los cuales casi le producen escupir un pulmón del susto. No se dio cuenta de que se había desmayado el día anterior hasta que, al encender la vela, vio los restos de sangre seca debajo de las uñas, al igual que la ropa que había usado aquel día.

Se limpió a conciencia las uñas y la camiseta, intentando mantener sus ojos enfocados. Una vez que aquel líquido rojo desapareció por fin, se cambió y se dirigió al comedor. Pero se llevó una sorpresa cuando vio a Bash sentado donde siempre, sin el chico joven a su lado. Al preguntarle sobre él, el adulto solo respondió con que tenía que hablar sobre unas cosas con los "altos cargos" del barco y le resto importancia, sacudiendo su mano cómo si ahuyentara una mosca.

Emma le resto importancia, desayuno/ceno y se dirigió a su puesto de trabajo, en el que había estado hasta ese momento. No pasó mucho tiempo cuando la campana sonó, bendiciendo los oídos de Emma, quien recogió la pala, la dejó de lado y salió por la puerta cómo si llevase diez kilos de alquitrán en la espalda.

Con el paso del tiempo se fue acostumbrando al constante bamboleo del barco, y a andar en línea recta sin chocar con las paredes en el intento. De hecho, se había acostumbrado tanto a vivir en constante movimiento que cada vez que tocaba tierra firme sentía sus pies flaquear, como si en puerto la gravedad aumentase su fuerza diez veces más.

No tardó en llegar a su respectivo camarote, y según entró por la puerta se encontró con la segunda sorpresa del día. Bash se debía quedar limpiando las letrinas por lo qué apenas pasó tiempo en él comedor esa mañana, antes de dirigirse al pequeño cuarto cogio unas cuantas raciones de pan. No le gustaba quedarse sola en él comedor, y más entre tantos hombres.

Pero esa no fue la sorpresa, si no que el camarote no estaba vacío. Gilbert estaba tumbado en su cama, las sábanas le cubrían hasta él cuello y tenía él ceño fruncido. Emma, con cuidado, encendió una segunda vela, qué ayudó a alumbrar la habitación mucho más.

Se acercó a la mesa, un tanto insegura, Gilbert se removía aún más en la cama, enredándose en las sábanas que parecían querer ahogarle. Con cuidado, Emma palpo su frente húmeda por culpa del sudor. Estaba ardiendo.

Se levantó rápido y sin pensarlo cogió un trapo del suelo, la jarra de agua y la vertió toda empapando el cacho de tela la cual doble sobre sí misma y la apoyó en la frente del chico, quien se estremeció ante el contacto frío. Gilbert no había desayunado y si no comía algo pronto se enfermaría.

Emma con cuidado removió a Gilbert, llamándolo e intentando despertarlo.

Parecía empezar a abrir los párpados lentamente, tumbado de costado en la cama. Sus ojos castaños se conectaron al instante. Tenía ojeras y los orbes tan cristalinos que casi parecían más una joya que lo que realmente eran.

𝑻𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒇𝒊ó 𝒎𝒊𝒔 𝒔𝒖𝒔𝒖𝒓𝒓𝒐𝒔 [𝑮𝒊𝒍𝒃𝒆𝒓𝒕 𝑩𝒍𝒚𝒕𝒉𝒆 𝒙 𝑶𝑪]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora