𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑿𝑿𝑰𝑽

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Para muchos los cumpleaños eran fechas importantes, lo marcaban en el calendario y esperaban con ansía que llegara

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Para muchos los cumpleaños eran fechas importantes, lo marcaban en el calendario y esperaban con ansía que llegara. Después de todo, era el día en el que habías empezado a vivir.

La gente tenía por costumbre celebrar ese día como si fuese el más importante del año, ya fuese montando una fiesta o diciéndole a cualquiera dispuesto a escuchar que era tu cumpleaños. No le solía importar a mucha gente, pero los pocos que tenían un día tirando a bueno, gastaban un poquito de su saliva y tiempo felicitándote. Gilbert había llegado a ver a Billy gritar a los cuatro vientos que era su cumple en un restaurante de Charlottetown, durante cinco años seguidos.

También había asistido a las eternas tardes de té en casa de Diana, los picnics en los terrenos de los padres de Ruby, las escapadas a la playa con Moody o los juegos de fútbol con Charlie y los demás. Todo para celebrar los cumpleaños de cada uno. Pero Gilbert nunca había celebrado su cumpleaños.

Siempre había sido un día cargado de melancolía. Y aunque cuando era más pequeño su padre siempre había intentado hacer algo especial, era difícil ignorar que, cuando una nueva vida llegó a Avonlea, otra también la abandonó.

Gilbert siempre había sido consciente de que su padre lo quería, mucho, y que no le guardaba ningún resentimiento en cuanto a lo ocurrido. Pero era en estas fechas cuando más distante sentía a su progenitor.

No había sido su culpa, un niño recién nacido no es consciente ni de que respira. Pero a la vez si que lo era. Fue pocas horas después de su parto, apenas llegaban a ser dos, cuando su madre falleció por culpa de una hemorragia.

El que debía de haber sido el día más feliz para la familia, la bienvenida a uno más, se vio súbitamente manchada por el rastro carmesí que había dejado la muerte. Rastro que lo acompañaría para siempre, con un ligero regusto a culpa.

Por eso, cuando se despertó esa mañana no se sintió especial, no creía que el sol brillaba de una manera distinta, que los pájaros cantaban más alegres por él o que simplemente el aire olía mejor. No pensó en nada. Solo lo cómodas que eran sus sábanas y lo poco que le importaría quedarse ahí todo el día.

Pero se levantó, forzándose a sí mismo, se calzó, arregló y bajó las escaleras lentamente hasta la cocina. Era raro, porque nunca se calzaba para andar por casa, le gustaba que la madera le diera la bienvenida sintiéndose fría contra su tacto. Pero hoy no se creía merecedor de ese pequeño privilegio.

Bajo a la cocina y se preparó un bol de avena, repasando mentalmente el cómo actuaría el día de hoy. Sonreiría, sonreiría tanto que sus mejillas terminarían doliendo, agradecería a todos sus amigos por las "sinceras" felicitaciones que dictaban la etiqueta de conducta y abriría algún que otro regalo destinado a terminar perdido en uno de los cajones de su cómoda.

Estaba destinado a convertirse en el fantasma de sí mismo, y eso estaba bien. Lo había estado durante toda su vida.

No le sorprendió encontrarse la casa vacía, Bash se despertaba pronto para trabajar en las tierras, Mary solía ir a dar un paseo para calmar sus náuseas por culpa del embarazo y Emma probablemente seguía dormida en la cama. Desayuno solo, masticando los copos de avena de manera tortuosamente lenta, hasta que estos terminaban haciéndose bola en su boca y tenía que forzarse a tragar.

𝑻𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒇𝒊ó 𝒎𝒊𝒔 𝒔𝒖𝒔𝒖𝒓𝒓𝒐𝒔 [𝑮𝒊𝒍𝒃𝒆𝒓𝒕 𝑩𝒍𝒚𝒕𝒉𝒆 𝒙 𝑶𝑪]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora