𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰𝑰𝑰

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Esa misma noche Bash y Gibert tuvieron una conversación muy seria, bueno, más bien Bash hablaba, paseando por el camarote sin parar echándole alguna que otra miradita de vez en cuando, mientras que Gilbert escuchaba, atento y sin interrumpir por m...

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Esa misma noche Bash y Gibert tuvieron una conversación muy seria, bueno, más bien Bash hablaba, paseando por el camarote sin parar echándole alguna que otra miradita de vez en cuando, mientras que Gilbert escuchaba, atento y sin interrumpir por miedo a que en cualquier momento le saltara encima. Le advirtió de la importancia de mantener el secreto de la identidad de William, y aunque no lo entendía del todo Gilbert juro que la protegería. No recuerda nada más de ese día, el descubrimiento de la verdadera identidad de su, ahora, amiga y a Bash dando vueltas cual loco.

El haber descubierto esto no supuso un gran cambio en la rutina del joven. Se despertaba, desayunaba, rezaba por no morir de intoxicación, trabajaba hasta no poder más, fastidiar al encargado, volver, cenar con William y Bash, dormir, despertarse... Pero había algo diferente, cada acción, movimiento, sonrisa y pestañeo que William hiciese producía que la curiosidad del joven hacia ella agrandase de manera considerable. No se había equivocado, o al menos no del todo, con su suposición de que ocultaba algo, y ahora lo sabía, sabía una parte del secreto. Aunque, estaba seguro de que había más, un mar entero de misterios que su mente no podía llegar a descifrar y eso le encantaba. Sus ojos susurraban a gritos compartir esos misterios, recuerdos ocultos en cajas cerradas con llave y lanzadas al mar. Gilbert quería zambullirse en ese agua y rescatar todos los cofres, daba igual cuantas lágrimas saladas tragase por el camino.

Pero su curiosidad no encontró la luz de la respuesta. En vez de eso se zambullía en la oscuridad a un ritmo lento con el paso de los días, los cuales se convirtieron en semanas.

Pronto llegó el día de atracar en el puerto de Trinidad y Gilbert se moría por estirar las piernas. Andaba mucho por el barco pero sus huesos gritaban pisar suelo firme a los cuatro vientos. Una vez que todos los pasajeros del crucero abandonaron la estancia y se entregaron a la ajetreada ciudad se les permitió a ellos bajar también.

Miraba el horizonte, algunos hombres cargaban cajas de madera desde un barco pesquero hasta un apartado para luego venderlos. Unas mujeres desenredaban las redes de pesca mientras hablaban entre sí, riendo. También había niños, muchos niños que corrían unos detrás de otros, chocando con la gente y deshaciéndose en risas.

–No te escaquees. – William le entregó un barril de manera brusca, sacando al joven de sus pensamientos.

–Perdón por querer admirar las vistas. – sonrió de manera irónica mientras posicionaba el barril en su lugar correspondiente.

– Las vistas no se van a ir, pero el dinero que cobramos si, si no acabamos de descargar esto.–No estaba de acuerdo. Gilbert se encontraba fascinado por la vista y la gran variedad de paleta de colores comparados con los de Avonlea. Los primeros eran de tonos rojos, marrones y anaranjados, mientras que los segundos principalmente el azul oscuro, gris y verde. La sensación en Trinidad era mucho más cálida que en Avonlea, donde se sentía frío incluso en verano.

– He estado pensando. – Se atrevió a decir Gilbert una vez que acabaron sus tareas.

– Un pasatiempo peligroso. – Gilbert se pregunto a que se refería. ¿Desde cuándo pensar era peligroso? – ¿En qué pensabas?

– No te puedo llamar William toda la vida. – No sabía muy bien que esperar, quizás un silencio, un gracias o un "tienes toda la razón, no puedes" pero desde luego no se esperaba una carcajada. –¿Eh? ¿Qué pasa?

No obtuvo una respuesta inmediata, William seguía riendo, cada vez más por la cara de Gilbert, quien no entendía ni lo más mínimo. ¿Qué clase de reacción era esa? No estaba seguro, pero tampoco decepcionado. Era de las primeras veces que oía a William reírse de esa manera, y le gusto, le gusto su sonrisa, la cual iluminaba su cara. No tardó en catalogar ese sonido como su nuevo sonido favorito. Lo grabó en su cerebro como cual canción de cuna, y la sonrisa proyectada en la retina.

– Nada, nada. – William por fin respondió tras recuperar el aire. – Solo que me parece tierno que esperes una vida juntos.

Las mejillas de GIlbert no tardaron en coger un color rojo mientras apartaba la vista avergonzado.

– Si, si, tu ríete pero sabes que tengo razón. William no es un nombre para una señorita. – Se cruzó de brazos y dio gracias a que no se escuchasen sus rápidos latidos de corazón.

– Por si no te habías dado cuenta, estoy intentando aparentar no ser una señorita. – Bueno, quizás ahí tenía un punto, pero Gilbert seguía sin estar convencido.

– Antes de vestirte y actuar como un chico, antes del barco debías de tener un nombre ¿no?

Intentó pasar desapercibida, pero el joven noto como se le tensaban los hombros, y como, aun teniendo una sonrisa, sus ojos dejaron de brillar como lo habían hecho antes. Gilbert se maldijo por lo bajo, no quería eso, quería volver a traer ese brillo a sus ojos, se lo robaría a las estrellas de ser necesario. Pero no le dio tiempo a rectificar.

– Yo no tengo ningún nombre. – La voz de William también tenía un deje frío, pero pronto fue enterrado cuando se giró a mirar a Gilbert. – Hagamos una cosa.

– ¿Qué cosa? – Gilbert se sumía cada segundo en una oscuridad más amplia de misterios.

– ¿Qué tal si eliges tu mi nombre? – Eso tampoco se lo esperaba. ¿Elegir el nombre de alguien? No estaba seguro de si se veía capaz.

– ¿De verdad quieres que haga eso? – William asintió, segura de sí misma.

– Pero elige bien. – Ambos sonrieron en respuesta. William rastreó con la mirada a Bash, quien hablaba con unos pesqueros del barco. Antes de dirigirse hacia él le dio un último vistazo a Gilbert y le dijo con una amplia sonrisa: – No me decepciones.

[...]

Su nombre nunca fue algo que le llamase especial atención. Era consciente de quién era con él o sin él, sabia cual era su lugar, de donde venia y el por que lo dejó atrás. Su verdadero nombre solo era un recordatorio más, una cadena que le pesaba a cada paso que daba, y por eso se deshizo de él, junto con todas sus pertenencias las vio arder y volverse el polvo que una vez fueron. Nunca se sintió tan libre como ese momento. Pero las alas pronto se volvieron aire. Cada mañana, a la hora de acostarse mil voces susurraban mil verdades, seguidas de mil cuchilladas. Cada mañana, lloraba mil lágrimas por aquello que el fuego no fue capaz de hacer arder.

Nota de autora: Holii, ¿que tal estáis?

Espero que os haya gustado, a pesar que es bastante cortito, pero tampoco quería meterle mucha trama, que fuese directo.

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❤‍🩹Besos en verso❤‍🩹

𝑻𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒇𝒊ó 𝒎𝒊𝒔 𝒔𝒖𝒔𝒖𝒓𝒓𝒐𝒔 [𝑮𝒊𝒍𝒃𝒆𝒓𝒕 𝑩𝒍𝒚𝒕𝒉𝒆 𝒙 𝑶𝑪]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora