𝑬𝑷𝑰𝑳𝑶𝑮𝑶

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—Tres pastelitos de limón y un cuarto de tarta de queso, por favor. — La clienta señaló a un par de pasteles que adornaban el mostrador.

Thomas vio como a la mujer que atendía detrás de la barra se le iluminó la mirada con la mención de aquel último postre. Cogió una de las bandejas guardadas en una esquina y la llenó de dulces. Le cobró a la clienta y guardó todo en la sonora caja registradora. Era hora de que la engrasaran, o incluso de que la retiraran, pero era la propia pastelera quien se negaba a hacerlo. Al parecer, se trataba de un valioso regalo que un hombre le debió de hacer cuando abrió la pastelería.

Un pitido retumbó en todo el establecimiento. La repostera dejo de un lado el cuaderno donde gentionaba las cuentas y se dirigió con una sonrisa ligera a la cocina, oculta detrás de una pared al ojo del público.

El pitido cesó, aunque se podía seguir escuchando movimiento dentro de la cocina, algunas puertas se abrían, otras se cerraban, algo de estruendo por aquí y otro poco por allá. Hasta que se escuchó un ruido seco, alarmando a Thomas, quien despegó la vista del libro que tan poco atrapado lo tenía.

— ¿Todo bien por ahí atrás? — preguntó alzando la voz, algo preocupado.

La mujer salió al de apenas unos segundos de la cocina, dando unos trompicones y completamente bañada de harina. Aún preservaba aquella sonrisa ligera dibujada en la cara.

Thomas alzó una ceja esperando alguna respuesta mientras la mujer se deshacía del polvo que podía.

— Todo perfecto, no te preocupes.

Thomas se levantó y le acercó un trapo con el que la mujer se pudiera ayudar a limpiar.

— Ya te he dicho, mamá, — con cuidado le quitó el delantal a su madre, intentando que el suelo no se manchara demasiado —que ya no tienes edad como para subirte a sitios altos.

La mujer cogió el trapo que Thomas recién le había acercado y no tardó en golpearlo con él.

— ¡Cállate! Estoy más fresca que una lechuga. — Dejó el trapo a un lado y empezó a buscar algo por toda la pastelería. — La culpa la tiene tu padre, que me lo cambia todo de sitio y luego no hay quien encuentre las cosas.

— Papá lo único que hace es ordenarte la cocina para que esté algo más decente.

— Sinónimo de moverme las cosas, así es como una termina bañada en harina, Thomas, así es.

La mujer dio un par de vueltas más hasta que desistió y se sentó en una silla, compartiendo mesa con su hijo, quien la observaba con un aire divertido.

— ¿Qué estás haciendo?

— Quiero, bueno, quería dejar preparada la masa de la tarta de la tía Mary, mañana es la feria y dentro de poco ya sabes que viene Delphy de visita. No puede venir y no comer la tarta.

Thomas observó atento como la mirada de su madre se iluminó con un brillo peculiar, el mismo que siempre tenía cuando la oía hablar de Mary. Ya fuera cuando preparaba una nueva receta, dejando siempre en el alféizar de la ventana un plato de más para que ella pudiera probarlo y le diera su opinión. Cuando contaban alguna historia sobre ella o con la simple mención de su nombre en una conversación genuina.

Siempre se le encogía el estómago al observarla, deseando poder haber conocido a aquella mujer a la que su madre tanto admiraba, quería y extrañaba.

— ¿Me guardaras? — Le pregunto, mirándola con pena.

— No, haberme pedido antes. — Otra cosa no, pero su madre era franca, aunque pudo ver el asomo de una sonrisa traviesa y el guiño juguetón que le dedicó.

𝑻𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒇𝒊ó 𝒎𝒊𝒔 𝒔𝒖𝒔𝒖𝒓𝒓𝒐𝒔 [𝑮𝒊𝒍𝒃𝒆𝒓𝒕 𝑩𝒍𝒚𝒕𝒉𝒆 𝒙 𝑶𝑪]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora