𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑿𝑿𝑿𝑽

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Querido Gilbert,

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Querido Gilbert,

Nunca lo había considerado como un trabajo, no me pagan por hacer esto, nadie me fuerza. Pero lo hago, porque de alguna manera siento que tengo no la obligación pero si la necesidad de hacerlo. Cuando me preguntan el por qué, por qué pierdo mis segundos en las vidas de unos extraños, siempre respondo lo mismo. La respuesta no es certera, y nunca será la misma, pero la raíz por la que parte sí. Sé mejor que nadie lo que es tener a alguien que te quiere y no apreciarlo, o no verlo, hasta que es demasiado tarde.

Yo perdí ese amor, no voy a dejar que nadie más lo haga.


Las verdes campas fueron tomando un color más apagado, pasando de aquel verde tan vibrante y vivo, a un marrón y naranja más cálido, más acogedor. Se que te gusta lo acogedor, que te recuerda a casa. Pero no a tu padre, como lo hubiese hecho hace unos años, sino a Mary, Bash y a Emma.

Fue un choque de realidad en verdad, porque, aunque echabas de menos a su padre, te diste cuenta que en ningún momento habías sido tan feliz como lo eras ahora, rodeado de todos en el salón de la casa, recostado con la cabeza apoyada en las piernas de Emma.

Con tu padre habías estado contento, creciste con amor, pero también con la tristeza de una pérdida. La melancolía que tu padre sentía después de la muerte de tu madre era palpable en todas las paredes de la casa, como si se tratase de una nueva capa de pintura, escondida en cada esquina recóndita. Y de alguna manera esa melancolía había terminado por hacerse una con tu realidad.

Gilbert, no habías sido capaz de distinguir la felicidad de estar contento pero con el alma vacía.

Ahora sí, y se que nunca te habías sentido tan lleno.

Los árboles nunca te habían parecido tan impresionantes, imponentes. Las puestas de sol nunca te habían acariciado la mejilla o la mano como cuando lo hacían ahora, escondiéndose detrás de los montes lejanos, dando paso a la tranquila noche con la Luna en alto, siempre esperando, siempre en silencio.

Todas las noches te susurraba al oído, para asegurarme de que no lo olvidarás, la suerte que tenías de estar rodeado de aquella gente. Personas que llegaron cuando más los necesitabas y que nunca te dieron la espalda. Era mi deber recordartelo.

Mary había sido como una de esas piñas que recogían los niños ilusionados, enseñándosela orgullosamente a sus padres, que luego guardaban en sus bolsas y terminaban siendo decoración de la habitación. 

Quizás no siempre se le daba la atención que merecía, pero sin esa piña la casa no sería la misma, las sonrisas desaparecen. Y aunque muchos las consideraban basura, había quienes las apreciaban como el bien más preciado de uno. Mary era esa piña que esperaba todos los días en la cornisa de la ventana, viendo los días pasar con esa tranquilidad que una buena mujer tiene. 

Puede que fuera la pérdida de un árbol, un fruto inútil desechado, pero para otros fue un tesoro encontrado cuando menos te lo esperas.

Bash era aquel riachuelo en el que uno se refrescaba los pies en un caluroso día de verano, donde los niños jugaban a salpicarse, los intrépidos buscaban lagartos y donde algún que otro enamorado se caía empapándose desde los píes hasta la cabeza en una explosión de carcajadas. 

Eso era Bash, un sitio al que ibas cuando necesitas sentirte bien, seguro, donde podías vivir una aventura, tener conversaciones profundas o solamente ver el día pasar, con la buena compañía de unos amigos o con una aún mejor, tú mismo. Sabias mejor que nadie que podías confiar en Bash, y aunque a veces las piedras al fondo del riachuelo costasen, o te resbalases, siempre había manera de levantarse, te limpiabas la herida con agua y al día siguiente volvías, no con miedo, sino con una sonrisa.

Y Emma.

Bueno, Emma era como un cometa. No de esas de juguete que los niños usaban para jugar y que luego terminaban abandonadas en una rama de algún árbol. Y aunque para algunos si era como ese tipo de cometas, para ti era uno de esos cometas que surcaban el cielo dejando una gran estela tras de sí. Era ese tipo de cometas rápidos, de los que uno debía de tener mucha suerte para poder verlos. 

Pero Gilbert, tú te pasarías las noches en vela con tal de verla una vez más. 

Porque eso era ella, una cosa preciosa que surcaba el cielo dejando un rastro. Cuando un cometa decidía aparecer, todas las demás estrellas perdían su brillo, las miradas se centraban solo en aquella roca espacial que atravesaba el cielo. Y es que para ti, daba igual lo mucho que brillaran las estrellas cada noche, siempre buscarías un cometa. Único en un cielo cubierto de puntitos blancos brillantes. No había nada más precioso que eso, los ojos de Emma brillaban más que la Luna, el sol y el mar, y estabas decidido a no perder ese brillo, a no dejarlo escapar.

Después de todo, los cometas sólo aparecían una vez en mucho tiempo, y habías tenido la suerte de haber coincidido con uno, y tenías pensado atesorarlo. Bien, Gilbert, eso es bueno, eso es muy bueno. Por eso te pido perdón.

Hay una cosa con los cometas, un error, y es que los pocos segundos en los que los puedes ver son preciosos, como una piedra preciosa incrustada en las invisibles líneas del cielo. Pero no dejaba de ser una luz momentánea, llegado el momento al cometa se lo comía la noche y se perdía entre las estrellas, quienes, celosas, la engullen hasta no dejar más que una estela de luz que, finalmente, se marcha también.

Las piñas no corren, no desaparecen, no se mueven de aquella repisa en la ventana.

Los riachuelos se hielan en invierno, pero en verano vuelve a ser ese agua tan fresca que les alegra el día a todos.

Pero los cometas desaparecen. Una vez que su momento llega, vuelven a desaparecer entre las fauces del cielo negro, dejando una sensación de vació a aquel que daba por hecho que se quedaría por siempre.

Es culpa mía, tenía que haber sido más insistente. Pero me dejé cegar por tal fenómeno, me recordabas tanto a mi amor que me dejé llevar, cometiendo los mismos errores por segunda vez. Sé que es injusto, que no debería pedirte esto, pero no se que hacer.

Abre los ojos, te lo ruego por favor, por que un cometa no vuelve a aparecer dos veces una misma noche, y una vez que lo pierdes no hay manera de recuperarlo.

A no ser que el cometa venga a ti, cosa que muy pocas veces hace.

Abre los ojos, por favor, no te hagas más daño del que ya sufres y mira al frente. Da igual las lágrimas que derrames, lo mucho que busques en las noches, las estrellas se han llevado tu cometa y no tienen pensado devolverla nunca.

Deja de dar por hecho que el cometa te seguirá siempre, y date cuenta, aunque duela.

Atentamente y con mucho pesar,

La luciérnaga.


NOTA DE AUTORA: Holaaa, ¿qué tal estáis?

Es un formato un poco diferente de capitulo, y que parece que no tiene mucho que ver con la historia en si. Pero creo que hasta ahora es uno de los capítulos mas personales que he escrito, y no puedo mentir y decir que no me gusta. Por que me encanta. 

Calculo que quedan tres capítulos y el epilogo, por que este en si no estaba planeado, pero creo que le ayuda a dar mas sentido a la historia.

Muchas gracias por leer la historia y tener la paciencia de esperar mis actualizaciones, se necesita mucha jajja. Y también por todos los comentarios bonitos que me dejaís. 

Os quiero un montón. 


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❤‍🩹Besos en verso❤‍🩹

𝑻𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒇𝒊ó 𝒎𝒊𝒔 𝒔𝒖𝒔𝒖𝒓𝒓𝒐𝒔 [𝑮𝒊𝒍𝒃𝒆𝒓𝒕 𝑩𝒍𝒚𝒕𝒉𝒆 𝒙 𝑶𝑪]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora