^Capitulo 16^

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Bajo sus pies sonaba la hierba aplastada, veloz y silencioso, pero todavía siendo capaz de ser oído, como un susurro alto

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Bajo sus pies sonaba la hierba aplastada, veloz y silencioso, pero todavía siendo capaz de ser oído, como un susurro alto.

Seguía corriendo, siguiendo a la distancia a otro niño, uno mayor que él, aunque no por mucho. Trataba de alcanzarlo, pero pareciera que, cada vez que estaba a punto de llegar a su lado, el muchacho empezaba a correr aún más rápido, casi pareciera a propósito.

A veces le tocaba saltar unas rocas, o deslizarse bajo un tronco, golpeando arbustos y empujando hierbajos para limpiar el camino.

- ¡Esperame! - Gritó de repente, sin aliento - ¡México! -

El contrario miró por sobre su hombro por menos de un segundo, su sonrisa era amplia, sus ojos ambarinos brillantes, exaltados y risueños, parecía que nunca se cansaba.

- ¡Wey, no es mi culpa que seas tan lento! - Rió el pequeño niño de tez tricolor

Después de un quejido algo irritado, Argentina siguió corriendo.
Entre jadeos cansados y algunos tropezones, él continuó, incluso cuando sus piernas dolían y su cuerpo pedía parar, no pensaba detenerse.
No cuando estaba con México, él lo empujaba a su límite a veces, incluso ayudándolo a cruzarlo, simplemente no podía rendirse cuando estaba a su lado, le era imposible.

Un tronco caído quiso cortar su paso, más alto que otros, el mexicano pudo limpiarlo de un salto.
El apenas más joven trató de copiarlo, lo mejor para él hubiera sido pasar por abajo, pero igualmente juntó toda su fuerza para saltar, en medio del salto apoyando sus manos en la madera, pero fue demasiado para él, sus pies golpearon contra el tronco y cayó al suelo.

El sonido de la caída atrajo al contrario, se detuvo derrapando y se dio media vuelta, curioso. Apenas notó al argentino en el suelo, dolorosamente acomodándose para quedar sentado, abrió los ojos con preocupación y corrió hacia él.

- ¡Arge! - Soltó mientras caía de rodillas frente a él - ¿Estás bien, wey? ¿Te lastimaste? - Cuestionó mientras revisaba a su amigo

El bicolor miró al suelo mientras pequeñas lagrimitas salían de sus ojos hasta caer al suelo de tierra, con ellas algunos sollozos.
México lo miró con tristeza.

- No, no llores... - Pidió con pena

En ese momento notó la herida en la rodilla del joven, un raspón rojo, a su alrededor estaba moreteado y sangraba, tan solo un poco, pero aún así sangraba.

- Chinga... - Dejó salir con leve asco - ¿Si te doy un besito sanador, dejas de llorar? - Preguntó, secando algunas lagrimas del bicolor

Este no respondió, seguía llorando y sollozando, con los ojos cerrados, demasiado dolorido como para mirar hacia el norteño.
Mas, el del águila observó nuevamente aquella herida y sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, no quería besarla, era fea y sangrienta, le daba asco...

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