^Capitulo 20^

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Es imposible callar el silencio

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Es imposible callar el silencio.

Se puede rogar y suplicar de rodillas que la incomodidad de no decir una palabra desaparezca de manera mágica, pero no es así como funciona.
Solo hay dos opciones... juntar la valentía suficiente para decir algo, sin saber lo que podría pasar a continuación. O, si no, aguantar el ardor del pecho y la pesadez de la garganta y mantener ese silencio que tanto tortura.

Esa era la decisión a la que los dos latinos se enfrentaban.
Hablar o callar. Y ninguna de esas ideas les gustaban.

Se sentaban ambos en la cama del argentino, lado a lado pero tan alejados como les era posible, ninguno mentalmente allí como físicamente estaban.
Sus pensamientos se habían congelado desde el momento que ese beso acabó, repitiéndose la escena como un disco rayado una y otra vez.

Argentina trató de hablar, pero sus palabras se trabaron en su garganta apenas abrió la boca.
Quería de alguna manera escusar lo que había hecho y seguir como si nada, pero no había nada que fuera capaz de decir que cancelara sus actos.

- Argentina... - La voz de México sonó baja y temblorosa, como si aún dudara en romper el hielo

El argentino sintió su corazón acelerarse con la simple mención de su nombre. No respondió al llamado en sí, en su lugar solo miró al mexicano. Buscaba confort en esa mirada relajada y sonrisa burlona que solía llevar, como si se tratara de un joteo estúpido más del que no preocuparse... pero México ni se veía relajado ni sonreía de manera burlona... en su lugar su mirar estaba paralizado en el piso y su mueca era seria, se encogía en su lugar, su pierna temblando de manera nerviosa.

Al argentino se le puso la piel de gallina, la imagen le generaba una ansiedad tal que ni siquiera se vió en la capacidad de seguir mirándolo.

- Yo... - México le dio una mirada larga, una indescifrable - ¿Yo te gusto, Argentina? -

El bicolor juraría que dejó de respirar, como si le hubieran tirado un balde de agua helada a la cabeza.
Su mente se sumió en la desesperación, y no supo si era por no saber cómo explicar que estaba equivocado... o si porque a este punto ya ni él sabía cómo se sentía.

Resopló poniendo las manos en su cara, frustrado levantándose de golpe de la cama.

- ¿Por qué siempre me meto en estos quilombos? - Renegó bajo su aliento

- ¿Eso es un no? - México apretó los puños, su voz tan indescifrable como su mirar

- ¡No lo sé! - Finalmente el argentino alzó el tono de voz, girándose de manera brusca para ver al contrario

Mantuvieron contacto visual entonces, de manera intensa hasta que los ojos verdes argentinos se cristalizaron con una mezcla entre ansiedad y tristeza.

- No lo sé... - Repitió en voz herida - ¿Vos? - Quiso hablar antes de que el incómodo silencio volviera a formarse

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