Capítulo 3 (Parte 1)

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—Estás loca. ¡De remate! —musitó Alice soltando con un malhumor increíble todo el contenido de su mochila en la taquilla. —Ni es una buena idea, ni la comparto. Es una completa pérdida de tiempo. Como todo lo que tiene que ver con él. —terminó de decir cerrando de un golpe la puerta metálica.

—Que aburrida... —murmuró Nate tirándole de un mechón pelirrojo.

Alice le apartó la mano.

—Tú sabes igual que yo a dónde conduce esto. —musitó. —Además, ¿crees sinceramente que ese tío va a aceptar tu plan? —dijo en un tono más bajo, esta vez dirigiéndose a mí.

Sentí el frío metal de las taquillas acariciándome la espalda.

—Sí.

—¿Cómo que sí? —su cara mostraba más frustración que duda y yo traté de controlar las ganas de reír que me dieron.

A veces me preguntaba cómo no se cansaba de tratar de corregir nuestros malignos cerebros. Por un lado estaba Nate, con sus descabelladas ideas que necesitaba para sobrevivir en lo que él denominaba "una larga y aburrida vida". Y luego estaba yo, que solía ser más tranquila, pero completamente incontrolable e irracional cuando algo se me metía en la cabeza. No podía ver la piedra en el camino hasta que ésta se me clavaba en el corazón, y una vez que eso ocurría, la arrancaba y la lanzaba bien lejos para algún día volvérmela a encontrar. "Me gustabas más antes.", me había dicho Alice una vez, "Cuando Cayden no existía." A día de hoy aún me preguntaba si realmente pensaba así, o si sólo había sido su manera de persuadirme para que no cometiera una estupidez de la que seguramente acabara arrepintiéndome. Porque siempre me arrepentía.

—Aceptará porque soy una buena negociadora.

—¿Has contemplado la posibilidad de que sean...? No sé, ¿amigos? Porque no sé si lo recuerdas pero están en el mismo equipo.

Mis ojos se ensancharon un poco y de repente sentí la necesidad de darme un taquillazo en la cabeza. La boca de Alice se ensanchó en respuesta, con una gran sonrisa que decía claramente: Victoria.

—Esto me gusta cada vez más. —soltó Nate a nuestro lado con evidente interés.

Los miré a ambos y tras unos segundos eché a andar por el pasillo molesta. Sin duda alguna había ganado el puesto número uno en el top ten de la estúpida del mes. O quizás del año. Oí que Alice me llamaba, pero la ignoré y me mezclé con los demás estudiantes mientras casi corría hacia la salida. Necesitaba aire. Necesitaba pensar cómo había podido ser tan torpe. Abrí la puerta de cristal y salí a los aparcamientos de la Universidad. Mis botas se oían en el asfalto, rápidas y apresuradas.

Sentía la necesidad de huir de allí. Podía inventarme cualquier escusa con Hall; podía decirle que todo había sido una broma, que realmente no tenía nada que decirle. No me importaba quedar mal con él, pero sí que me importaba que un plan tan bueno se fuera a la mierda.

Cuando llegué a mi coche me sorprendió ver a una persona que yo conocía demasiado bien apoyada en el mismo. Estaba de espaldas, sentada en el capó, pero se dio la vuelta en cuanto hice que el mando de la alarma abriera las puertas.

Mi intención fue entrar y sentarme como si Bethany no estuviera allí plantada mirándome, pero en el momento en el que abrí la puerta, ella metió el brazo impidiéndolo de un golpe. Me quedé mirando la ventanilla del conductor, tratando de recordar que era una persona pacífica.

—Quiero hablar contigo. —escupió con la mano aún en la puerta de mi coche.

—Vaya...—susurré separándome lo suficiente como para que ella hiciera lo mismo.

Ambas nos miramos de repente, con la misma intensidad. Como si las dos pudiéramos estar enfadadas por lo mismo. Como si las dos hubiésemos sido traicionadas. Me entraron ganas de reír. Sin lugar a dudas estaba siendo mi día.

—Por favor. —añadió aún aguantándome la mirada y tomando mi silencio como una afirmación. —Sé que no estuve acertada cuando hice lo que hice, pero han pasado ya dos malditos años. No quiero que sigamos con esta... absurda guerra. Eras mi mejor amiga, se que la cagué, Emma, y no sabes cuánto lo siento. Y lo peor de todo es que no se me ocurre cómo poder arreglarlo...

Me quedé quieta. Pálida. Estaba segura de que tenía el aspecto de alguien a punto de vomitar después de haber ingerido ocho chupitos.

—Necesitamos hablar del tema.

Bethany no había sido mi mejor amiga. Había sido una extensión de mí. No había nadie en el mundo en el que hubiese confiado tanto como en ella. Era la persona con la que hacía todos mis planes, la persona que custodiaba mis secretos, la que me aconsejaba en las decisiones más difíciles. Me conocía bien. Tanto como yo a ella.

Me permití echarle un gran vistazo. La última vez que me había fijado en ella de verdad el pelo a penas le llegaba a los hombros, y por aquel entonces lo llevaba castaño. La imagen que aún conservaba de ella era de Beth, la Beth de las pecas bonitas y la mirada risueña. La Beth tranquilizadora, la de las buenas palabras, la de la bondad; la Beth que jamás me hubiera hecho daño. La Beth que había sido mi hermana.

Pero ahora estaba frente a Bethany, que escondía sus pecas tras espesas capas de maquillaje que la hacían parecer salvaje, la que había dejado crecer su cabello y lo había teñido de un intenso color negro. Puse la mano sobre el coche y fingí limpiar una mancha.

—Dos años, Beth... —las palabras sonaron amargas en mi boca cuando volví a mirarla directamente. Se echó el cabello hacia atrás, visiblemente nerviosa. —Siempre pensé que lo que pasó nos había cambiado, pero no sé, creo que seguimos siendo las mismas...

—Las mismas locas de siempre. —dijo casi sentimental. Se cruzó de brazos, abrazándose a sí misma, y me dirigió una de aquellas sonrisas que siempre me habían reconfortado. Me llevé una mano al rostro, intenté fingir que una lágrima se escapaba de mi ojo, pero en aquel momento sólo me salió una sonrisa que intenté disimular.

—No has cambiado. —susurré. —Sigues siendo una buena oradora. Y una completa mentirosa.

La sonrisa cálida que tan bien había elaborado segundos atrás se convirtió en una máscara de hielo.

Bingo.

—Aléjate de Axel.

Así que el melancólico de la terraza se llamaba Axel. Me reí. Esto era demasiado surrealista para mi perturbada mente.

—Lo estoy flipando. —dije, y esta vez traté de meterme de nuevo en el coche, pero lo impidió por segunda vez, clavando su horrenda manicura verde en la manija de la puerta. Respiré hondo. —No quiero montar un espectáculo aquí.

—No vas a conseguir nada tratando de apartarlo de mí, ¿y sabes por qué?—sus palabras se clavaron en mi como afilados cuchillos. Tenía gracia que estuviera hablando de robar hombres. Tenía muchísima gracia. —Porque no tienes nada que pueda interesarle. Igual que ocurrió con Cay.

Auch. Golpe bajo directo al corazón.

Qué lástima que ya no tuviera de eso.

—Entonces...¿qué has venido a hacer aquí tan angustiada? —pregunté con fingida inocencia.

Sus orificios nasales se abrieron de ira. Estaba tratando de decirme algo lo suficientemente mezquino como para que me escondiera a llorar por los próximos mil años. Pero no había nada que ella pudiera decirme que yo no me hubiera dicho ya. Había sido la primera persona en autodestruirme, así que Bethany estaba perdiendo el tiempo.

—Escucha.—dije arrastrando las palabras. —No trates de besarlo. No te gustaría. Lo hace de forma lenta, demasiado sutil para tu gusto. Si es que tus preferencias no han cambiado... Si lo han hecho. Te encantará.

Bethany se rio. Con esa clase de risa nerviosa de asesino serial que hace que se te pongan los pelos de punta. Ella sabía casi al cien por cien que mentía, pero no pude evitar sentir satisfacción cuando vi el brillo de una mínima duda en sus ojos. Pude imaginarme lo que estaba pensando: El melancólico de la terraza cogiendo mi cigarro y desapareciendo conmigo al otro lado de la universidad, dejándola plantada. Oh sí. Estaba segura de que ese cien por cien se había reducido a un setenta.

La mala del cuento ©.  [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora