Capítulo 47

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El agua caía a raudales, tanto que las ventanas del número doce de San Gens, replicaban como si les estuvieran arrojando miles de diminutas piedras afiladas; aunque tras media hora, había comenzado a dudar si aquel estridente ruido lo protagonizab...

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El agua caía a raudales, tanto que las ventanas del número doce de San Gens, replicaban como si les estuvieran arrojando miles de diminutas piedras afiladas; aunque tras media hora, había comenzado a dudar si aquel estridente ruido lo protagonizaban las gotas de agua que se fundían con el cristal o si por el contrario lo hacían al chocar contra mi cuerpo.

La camisa blanca que me había puesto aquella noche hacía tiempo que se había empapado hasta el punto de convertirse prácticamente en una segunda piel, haciendo que los botones se me pegaran al cuerpo con una frialdad que me hacía tiritar. De los vaqueros era mejor no comentar nada. Quizás lo más sensato hubiese sido correr a resguardarme bajo el techo más cercano o ir a por el abrigo que había dejado olvidado en el coche, pero no podía apartarme de aquella puerta blanca, como si ésta tuviera un imán que hiciera a mis pies incapaz de dar un paso en la dirección opuesta.

Tenía muy claro lo que había venido a hacer, de eso estaba segura; otra cosa era que encontrara el valor suficiente para hacer sonar el timbre. Me aparté un mechón empapado que acababa de resbalar hacia mi rostro mientras el recuerdo del fin de semana de la convivencia se revivía en mi mente una vez más. Sólo había pasado un mísero día, pero no había dejado de pensar en todas las cosas que habían sucedido, y daba la casualidad de que siempre volaban a mi mente las mismas escenas: Axel enfadado, Axel más enfadado todavía, Axel revelando a todo el mundo que yo me había entrometido en la relación de Naia y Cayden; y luego, Axel pidiendo un brindis y un aplauso para mí por esto último.

Aquel recuerdo me dio el impulso que necesitaba. Alcé el puño con decisión y golpeé la puerta de madera haciendo que el sonido resonara en todo el pasillo.

—¡Axel Hall! ¡Traidor del bosque antiguo! —exclamé volviendo a golpear la puerta. —¡Sabandija del desierto! ¡Imbécil de la pradera!¡Maldito ruin del mar del...!

—¡¿Pero qué son estos gritos?! —un hombre menudo asomó la cabeza desde el número trece, frunciendo el ceño como si yo fuese un ladrón y me hubiese pillado en plena acción. —¿Llamo a la policía?

—¿A la policía? —musité enarcando una ceja. —Sí, llámelos, pero llámelos para decirles.. ¡que se les ha escapado un pokemón de tipo fantasma! —exclamé aporreando la puerta un par de veces más. —¡Tipo fantasma y tipo imbécil!

—¡Pero niña...!

Di un paso atrás y levanté las manos en un gesto de rendición cuando el hombre sacó el móvil del bolsillo de su bata y lo alzó dándome una última oportunidad.

—Que sí, que sí, que ya me voy, si creo que el mensaje ha quedado bastante claro. Y si no, usted se lo transmite. Buenas noches y disculpe las molestias. —le dije con la sonrisa más inocente que pude fabricar mientras el hombre maldecía en voz baja y medio cerraba su puerta, observando desde un poco más atrás como me daba media vuelta y comenzaba a dirigirme hacia los ascensores.

Ya era lo que me faltaba. Me traicionan y ponen en ridículo delante detoda la universidad, vengo a exigir justicia y encima quieren llamar a la policía para que me arresten. Solté una maldición mientras me apartaba una vez más los mechones húmedos que habían resbalado por mi rostro. Lo mejor era que estaba segura de que acabaría muriéndome de un resfriado incurable. Ahogué un grito cuando un pie se me resbaló hacia delante debido a todo el charquerío que se había formado en el corredor, pero no llegué a tocar tierra, porque unos brazos me atraparon antes de que pudiera siquiera estamparme contra la pared de granito que había al final del pasillo.

La mala del cuento ©.  [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora