El jueves por la mañana dejó de llover, pero el frío que se había instalado en la ciudad parecía no querer abandonar el interior de mi coche, a pesar de que había puesto la calefacción a temperaturas que sólo soportaría el mismísimo Lucifer.
Me había tirado dos días escondida en casa, tragándome toda la segunda temporada de los Peaky Blinders e ignorando los incesantes mensajes que Axel había dejado en mi teléfono móvil. Ni siquiera había tenido valor para leer uno, y mucho menos para encontrármelo cara a cara. Me metí un caramelo de menta en la boca mientras observaba como los alumnos corrían hacia el interior de la facultad, ataviados con tantas capas de ropa que parecían un muñeco Michelin; por un momento barajé la posibilidad de quedarme ahí dentro calentita, ignorando que tenía responsabilidades y fingiendo estar mala al menos hasta la semana siguiente, pero eso fue hasta que Alice golpeó mi ventanilla, haciéndome dar un respingo.
—Buenos días. —murmuró soltando una nube de vaho.
Supuse que era hora de regresar a la realidad.
Axel dejó de mandarme mensajes el miércoles por la mañana, y desde ese día no dio más señales de vida. Imaginé que se había cansado, que habría captado la indirecta de que no quería saber nada más de él, ¿así que por qué iba a preocuparme? Abrí la puerta del coche, sintiendo como el ambiente helado coloreaba mis mejillas. Cuando saqué ambos pies me di cuenta de que el suelo de asfalto se había convertido en un enorme manto de nieve.
—¿Cómo va ese resfriado? —preguntó Alice enganchándose a mi brazo.
Me encogí ante la culpa de no haberle contado a mi mejor amiga que era lo que estaba ocurriendo realmente. Hablar con Alice era fácil; escuchaba sin interrumpir y siempre trataba de dar su punto de vista de la manera más objetiva posible, pero el problema era yo. Reconocer en voz alta lo que sentía no era tarea fácil, y mucho menos cuando me habían besado sólo por darme una lección. Desde luego que eso podría entrar en el top ten de las cosas más patéticas que me habían pasado en todos mis largos años de vida, y no sabía por qué, pero tenía la impresión de que estaba destinada a seguir sufriendo cosas así. Joder, en otra vida debía haber sido un villano de Disney muy malo... El del Jorobado de Notre Dame, por ejemplo, que era malo y feo.
—Estoy mejor. —musité echando a andar por el camino nevado, teniendo mucho cuidado de no hundirme en un boquete oculto. —¿Te has aburrido mucho sin mí?
—¿Tú que crees? Aguanta dos días escuchando al de anatomía sin tu compañera de al lado... No sé como he podido resistirlo, ya estaba desesperada. —miró hacia los dos lados, comprobando que nadie nos estaba escuchando, y clavó sus grandes ojos marrones en los míos. —Y aguanta a Nate contando sus problemas maritales con Marcos durante toda la comida. He aprendido cosas que, créeme, no querrías averiguar jamás. He desarrollado ciertos traumas...
Me aguanté una risita.
—Ahora tengo envidia. —respondí abriendo la puerta del edificio de ciencias, y dejando que ella pasara primero. Otra vez una oleada de calor nos sacudió. Aquí si que ponían el aire acondicionado a tope. —Sus charlas suelen ser muy educativas.
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La mala del cuento ©. [TERMINADA]
RomanceNo hay nada peor en el mundo que un corazón roto, y eso Emma Wallace lo sabe bien. Dos años después de que Cayden se apartara de su vida, Emma sigue sin ser capaz de superarlo. Lo ha intentado todo: sentir indiferencia, mirar hacia otro lado cuando...