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Hanagaki Takemichi, para Elisandra solamente había una definición, él, era la persona que cuando ella lloraba la consolaba cargándola en sus brazos y jurando que jamás nadie los va a separar, para Elisandra Hanagaki, Takemichi era su:

— Papá. — Llamo restregando sus ojos, realmente se sentía muy cansada y pesada, le dolía su cabeza y quería llorar. — Papi. — Volvió a llamar, pero nadie contestaba, giro su cabeza, estaba en una gran cama y su papá estaba ahí, gateo un poco y lo tomo del brazo, sacudiéndolo un poco. — ¡Papi! — Grito desesperada.

— Cállate, eres molesta. — Una voz desconocida se creo en la habitación, sus ojos buscaron la fuente del sonido; en la gran puerta que tenía la habitación, justamente ahí estaba un hombre: Cabellos plata y un mirar que la intimidaba.

— ¿Quién eres? — Pregunto, ahora se aferraba a la ropa del adulto, tenía miedo del nuevo intruso, pero este ignoro su pregunta y camino a la cama, subiéndose, mirándola con desagrado, pero enfocando su mirada en el inconsciente pelinegro, su respiración tranquila lo relajaba, quería volver a dormir. — ¿Quién eres? — Volvió a escuchar la chillona voz, logrando una mueca de impaciencia en su rostro.

— Te dije que te callaras, ¿Eres sorda o qué? — Elisandra, una menor de cuatro años, la cual vivía una infancia hasta el momento sin violencia, había experimentado por primera vez el dolor de un golpe, el desconocido había golpeado sus manos, logrando que soltara la ropa de su papá. — Estas sucia, no lo toques, vas a dejar tus gérmenes en él. — Justifico infantilmente su acción a la menor.

— Yo no estoy sucia, yo no tengo gérmenes. ¡Papi dice que huelo muy rico! — Exclamo enojada, aguantando las lágrimas por el dolor del golpe y sus crueles palabras, ni los niños malos del parque hacían eso.

— Cállate, no te quiero oír, cállate maldita mocosa.

— ¡No me voy a callar! — El grito le provoco sentir una punzada en la cabeza a Mikey. — ¡Tú eres el malo por pegarme!

— ¡CÁLLATE! — Grito harto de la menor, levanto su mano listo para darle otro golpe, dispuesto a intimidarla, pero lo detuvo, ella lo estaba retando con la mirada, no estaba cediendo.

— Los adultos cuidan a los niños, ¿Eres tonto acaso? — Mikey se aferró más al cuerpo del pelinegro; de verdad quería callar a la mocosa para siempre, pero no debía.

— Solamente cállate y vete, piérdete, déjame con lo que es mío.

— ¡Es mi papá! — La pelinegra se acercó a los adultos, aferrándose al brazo de su papá, dispuesta a pelear contra el adulto. — ¡Es mío!

— No es tuyo. — Le reprochó a la menor mientras alejaba a Takemichi de ella.

— Es mi papá. — Le recordó mientras se aferraba al mayor, Mikey negaba con la cabeza exasperado.

— Es mío.

— ¡Es mío! — Gritó ya desesperada.

— Es mío, tu no tienes derecho sobre él, porque yo solo te utilice. — La niña dejó de jalar la ropa de su progenitor para ver atentamente al adulto que usaba palabras que no comprendía.

— ¿Qué?

— Hice que tú papá te tuviera para poder tenerlo bien atado y asegurarme de que no se vaya dónde yo no pueda verlo. — Sincero.

— No entiendo. — Negó con su cabeza confundida.

— Comprende, no es tuyo, es mío, es solamente mí héroe, tu eres la única forma de hacer que no vuelva a irse. — La menor siguió observando al adulto que estaba hecho un desastre.

— ¿Papá se va a ir? — Preguntó al borde del llanto, se sentía abandonada, confundida y adolorida.

— Lo hará, él se va a ir y me va a dejar, por eso. — Mikey soltó al inconsciente pelinegro y tomó a la menor de sus hombros, siendo brusco en su agarré, provocando más llanto. — Por eso tú debes impedirlo, no debes dejar que tú papá se vaya, tampoco puedes hacerlo alejarse de mí o yo lo voy a terminar matando. ¿Entiendes? — Preguntó haciendo más presión en el pequeño cuerpo, la niña asintió con su cabeza repetidas veces. — Muy bien, eres muy linda, eres linda porque eres lista, eres lista porque no vas a dejar ir a tu papá.

¿Quién es el padre?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora