Capítulo I (Sus nombres)

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Alma: 

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once meses. ¿Tanto debo esperar para nazcan? No tenía la paciencia de su padre, deseaba cada día que el tiempo pase más rápido. 

Solía sentarme con Bella en el jardín y conversar acerca de cómo pasábamos el día, en mi caso, entrenando o estando preocupada por la nota que había llegado hace unos meses de parte del reino de los brujos. 

Por más de que Juliann me insistía en reposar, andaba con toda la energía caminando por el castillo o ayudándolo en su papeleo. Me sentaba con él en su oficina y atendíamos las inquietudes de los habitantes en el castillo, mientras que él bebía su copa de vino como siempre. 

Mi gran barriga ni siquiera me permitía tocar mis pies, a veces era algo cómico porque Juliann se tenía que encargar de ayudarme a vestirme o hacer algunas tareas. 

Él, al acostarse conmigo en la cama, apoyaba su cabeza en mi vientre y comenzaba a hablar, haciendo que ambos bebés comiencen a patear. ¡Y vaya que eran inquietos! 

Eran un niño y una niña, aún no decidíamos los nombres y todas las noches sugeríamos ideas. 

Era claro, que ambos estábamos completamente emocionados y felices, aunque el problema con Anya muchas veces me ponía nerviosa. No quería que nada les pase a mis bebés, nadie quería enfrentarse a la magia de los brujos y trataba de evadir el tema. 

Hace unos meses cuando volvimos al castillo luego de la noticia, no podíamos dejar de estar preocupados y alertas ante cualquier ruido o situación. Fue algo que duró meses, pero aún seguimos con el miedo, no de nosotros, sino de nuestros hijos. 

Ahora me encontraba algo adolorida, muchas veces llegaba a desmayarme o descomponerme, pero por suerte con unas medicinas que Edwin me dio, todo está mejor. 

Juliann estaba a mi lado, en la cama, mientras leía un libro y mantenía una de sus manos sobre mi vientre, casi de una manera posesiva. 

Sabía que sus intenciones no eran las de una posesión enferma, sino que era tanta su preocupación de que algo malo pasara, que no dejaba que casi nadie toque. 

Suspiré y puse mi mano sobre la suya, sonreí al ver nuestros anillos de matrimonio en nuestras manos. 

Él me miró de reojo y entendió que estaba sumida en mis pensamientos. Dejó su libro a un lado y me puso sobre su brazo. 

—Otra vez estás con dolores, ¿Verdad? —acarició mi cabello y asentí—Según Edwin, nacerán en un mes, ¿Te sientes preparada? 

Hice silencio, ¿Acaso alguna madre se sentía preparada antes de parir? 

—Alma... Deberías dejar de trabajar por un tiempo hasta que te recuperes, sino te ataré a la cama—negó riendo. 

—Eso lo podría interpretar de otra forma...—susurré pícara y él me miró de la misma forma. 

—Puedo hacer que tus pensamientos se vuelvan realidad... Pero prométeme que no harás ninguna locura—depositó un beso en mi frente y lo miré divertida. 

—Trataré, eso creo...—Susurré. 

Él negó y decidimos descansar un poco, el sol estaba fuerte y a veces mis ojos dolían. Depende los días, salía al jardín a nadar en la piscina y beber algo junto a Irina, Marco y Bella. 

Me acurruqué y me envolvió con sus brazos. Así estuvimos unas horas, descansando, mientras sentía a mis bebés inquietos como siempre. 

Estos meses han sido únicos, más porque pudimos ver el rostro de nuestros hijos por una ecografía 5D y... ¡Todo de maravilla! Me alegraba saber que estaban sanos y fuertes. 

Eternos: Mi vampiro favorito IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora