Evanston era una luz.
"Él era mi todo", pensé mientras lo observaba de pie junto al joven que tomaba los pedidos en la cafetería. Evanston sonreía dulcemente mientras le explicaba mi exquisito pedido. Su aura era tan brillante que me sentía cegada y protegida aun cuando en mi bolsillo había una nota que me había hecho perder el equilibrio una hora antes de subir al bus que nos traería directo a Belmont.
"Cambiar de ciudad no ha de librarte de mí"
Ese era el contenido del mensaje escrito sobre una hoja arrancada de mi libreta favorita. Sabía perfectamente quién era el remitente y el objetivo de su misiva. Tenía la certeza de que su objetivo era desestabilizarme como lo hizo los últimos doce meses, pero no solo eso.
Quería destruirme.
Cristopher Lenmarck era así: narcisista, celópata y egoísta. Él era el tipo de persona que no te dejaba ir hasta que él lo decidiera y yo había escapado a duras penas. Tuve suerte, suerte de que la persona a cinco metros de mí identificara los signos de alarma que yo me negué a aceptar.
Suspiré.
Mi pasado era un fastidio.
—¿En qué piensas? —oí repentinamente cerca del oído. Me sobresalté.
Estuve tan sumergida en los oscuros pensamientos que rodeaban el nombre de Lenmarck que no noté a Evanston hasta que este colocó su mentón sobre el vacío entre mi clavícula y mi mejilla. Su calor irradiaba hacia mi persona dada a su cercanía y, por la forma en que desfiguró sus cejas al fruncir el ceño, comprendí que había encontrado el final de mis pensamientos.
—¿Comenzamos otra vez? —Negué. ¿Entonces?
—Juro que no es eso. No estoy dudando —susurré y mi respuesta le devolvió una pizca de tranquilidad. Suspiró y tomó asiento en el lugar junto a mí tras darme el helado de tres sabores—. No voy a mentirte —confesé. Metí la mano en mis bolsillos y extraje la nota.
La dejé sobre la mesa esperando que él la tomara, pero no lo hizo.
Se quedó inmóvil y segundos después sus párpados comenzaron a cargar gruesas gotas de lágrimas que se negaban a ser liberadas y que eran el fruto de su impotencia. Él intuía lo que ese papel significaba y, por defecto, sabía el nombre de quien había escrito a puño limpio con tinta negra y entendía su dolor porque alguna vez este fue mío.
Evanston tragó saliva. —¿Cómo...?
Sabía cuál era su pregunta. Podía leer su mente.
—Estaba en mi libreta —susurré mirando el helado derretirse—, debe haberlo dejado anoche cuando fue a despedirse —esto último inquietó a Evanston. Tragué saliva.
Había otro secreto. Él lo sabía.
—No fui yo quien lo invitó a casa anoche —expliqué sin poder mirarlo—. Mamá pensó que me haría bien cerrar el ciclo con un final feliz. No la culpo. Ella no sabe lo que Lenmarck hizo conmigo... —mi tono de voz fue bajando su volumen. Aclaré mi garganta y comencé a construir la muralla que aislaba mis emociones del resto, incluido mi mejor amigo—. Estoy bien.
—Maccarena...
—Déjame lidiar con esto con el tiempo —supliqué levantando la mirada para enfrentar la oscuridad en la suya—. Sé cuánto me amas y cuánto te importo, pero necesito que creas en mí cuando digo que no volveré a repetir la misma historia. Ya caí dos veces, no volverá a pasar una tercera vez. Lo prometo.
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Un club para un corazón roto [CCR # 3] ©
RomanceMaccarena Brown solo buscaba una salida, no el final...