3. Secretos

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Observé el interior de la habitación, curiosa.

Llevaba unas cuatro semanas en este lugar, pero no terminaba de acostumbrarme. Según Savannah, mi madre, había vivido en este edificio cuando era niña. Sin embargo, mis recuerdos respecto a la distribución de las habitaciones o el alfombrado eran nulos. De no ser por las fotografías que mamá me había mostrado, seguiría incrédula.

—¿Te gusta? —le oí decir a Evanston, quien estaba recostado sobre el puff del otro lado de la habitación, cerca de escritorio—. ¿No? Podría mudarme aquí y tú ir a mi casa, ¿qué te parece? —se burló. Me negué.

Evanston vivía con su madre y se mudó a esta ciudad a causa de mi familia.

Pudo haberse establecido en Fortland, pero ellos no tenían más que el uno al otro en esa gélida ciudad. Savannah lo sabía, por eso les ofreció trasladarse junto a mí con dirección a Belmont. Lo cierto es que nadie se mudaba de un día para otro sin razón. Ellos tenían una.

La madre de Evanston, peluquera en la ciudad, tenía un historial desastroso con el padre de mi mejor amigo desde que enfermó de cáncer. Las peleas eran el alimento del día a día en un hogar que parecía el infierno mismo, por eso se separaron; no obstante, pocas cosas cambiaron pese a la distancia.

No había noche en la que, estando ebrio, él no fuera a buscarlos; por tal motivo, ambos aceptaron ciegamente la propuesta de mi madre: mudarse de ciudad. Era sensato y ahora ambos vivían mejor. Sin embargo, no mentiré respecto a una cosa: Evanston continuaba preocupado.

Desde hace unas semanas, su madre comenzó a frecuentar a Bazier, el director de la escuela.

Lawrence no era celoso, menos posesivo, y concordaba con él sobre el hecho de que el director de nuestra preparatoria no parecía ser el partido ideal de su madre, una generosa y dulce señora. Él transmitía un aura oscura y todos temíamos que la lastimaran...

—... ¿Maccarena? —me interrumpió él.

Salí de trance lentamente.

La razón por la que mi mejor amigo estaba en casa era por Bazier.

Quería evitar influir en la relación de este con su madre, especialmente cuando él iba a casa de ella a visitarla. —¿Sabes hasta qué hora va a quedarse? —susurré.

Evanston negó, tenía el ceño arrugado.

—¿Has conversado con ella? —volvió a negar.

No quise presionar más sobre el tema para no incomodarlo así que lentamente quité el cobertor de la cama y se lo lancé tomándolo por sorpresa. Segundos después lo oí reír genuinamente.

"Evanston era el chico más apuesto de la ciudad", pensé al verlo de reojo.

No se trataba de belleza física, era más que eso.

Evanston, un dulce y frágil humano, era una persona incondicional. Era tan vulnerable y entregado a las personas que amaba que era capaz de sacrificar su felicidad para brindarte un poco de paz. No era ingenuo, no confiaba en cualquiera, pero cuando lo hacía podías tener la certeza de que metería las manos al fuego por uno; y su juicio era un arma de buen filo.

En pocas ocasiones lo veías llevarse por la emoción. Él era de las personas que, al estar enojado, respiraba durante tres segundos y, cuando estaba completamente seguro de que la ira no tomaría el poder de sus palabras, te daba una respuesta sentada, lejos de buscar herirte.

Eso es lo que amaba de Lawrence: su autocontrol.

A veces se equivocaba, no era perfecto, pero sabía pedir perdón.

Un club para un corazón roto [CCR # 3] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora