33. Mariposa sin alas

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Era el gran día, la primera función de nuestra obra de teatro era esta noche y la realidad era distinta a las expectativas que armé cuando Maccarena se convirtió en mi coprotagonista. Ella no era la misma desde el incidente con Kovacs, estaba más ausente e introvertida. Sin contar que lucía cansada, con ojeras oscuras que adornaban el borde inferior de su mirada y un brillo melancólico en su mirada.

Me preocupaba, sin duda, pero no tenía ningún as bajo la manga para lograr extraer la verdad de ella. Incluso consultar con Evanston fue en vano. Ella construyó un muro inmenso alrededor suyo para proteger la verdad de lo que pasó aquella tarde, donde Kovacs perdió el conocimiento y se perdieron portafolios con información nuestra.

Suspiré y me acomodé al lado de Brown en el viejo sillón del escondite del club.

—¿Cómo estás? —susurré sobre su oído. Ella no giró a verme.

Traía puesto el primer vestuario de Elizabeth Bennet, se veía frágil y muy delgada, como si su energía la hubiera absorbido el papel que estaba a punto de interpretar.

—Sé que hemos hablado de esto muchas veces, pero es agotador fingir que no sé que mientes respecto a lo que le pasó a Kovacs —indiqué y ella detuvo sus manos tras colocar la tapa a la caja que contenía los diarios bajo el pseudónimo de Belle Moore. Continuó sin enfrentar mi mirada, pero al menos capturé su atención—. ¿No quieres hablar conmigo?

La oí suspirar y bajó la mirada.

—Siento mucho que estas últimas semanas hayan sido un infierno para Evanston y para ti —confesó y tomó mi mano antes de levantar la mirada y enfrentar la oscuridad en la mía. Extrañaba tantas cosas de ella, pero principalmente su sonrisa genuina que ahora no era más que un recuerdo fantasma—, y lamento si alguna actitud mía te hizo dudar de lo que siento.

Fruncí el ceño y ella alejó el cofre para luego girar un poco sobre su lugar y quedar frente a mí. —Jamás pensé que tendría la oportunidad de estar con quien considero mi primer amor y agradezco infinitamente que el destino haya cruzado nuestros caminos. Me has hecho feliz desde el primer momento en que nos hemos visto y contigo he tenido tantas primeras veces, que siento que juntos hemos construido un montón de recuerdos que jamás van a dejarme...

—¿Macca? —parecía despedida todo esto.

Su mirada destelló y me rodeó de la cintura para ocultar su rostro en el espacio entre mi cuello y mi barbilla. —No sé qué va a cambiar el confesar que esa noche quedé en verme con Christopher —mi cuerpo se tensó con la simple idea de verlos compartir el mismo ambiente—, pero si necesitas esa verdad para sentirte libre, pues ahí la tienes.

La aparté con lentitud para poder verla.

—¿De qué estás hablando?

—Necesitaba una prueba fehaciente de lo peligroso que era él —comenzó a hablar y sentí un nudo en el pecho—, así que le pedí a Kovacs que fuera mi testigo porque pensé que no correría peligro. Subestimé las emociones de Cristopher y, aunque en parte terminó mal para Kovacs, al menos logré que la policía notara la severidad del caso —fruncí el ceño y ella mordió su labio inferior—. No te enojes si no te pedí ayuda, esa era una tarea que tarde o temprano me tocaría enfrentar, así que hice lo mejor que pude y con ayuda de mamá, aunque la verdad nos lastimara a ambas y a Rita, logré que la policía activara el botón de pánico en mi teléfono...

Suspiré, era tanta información que mis pensamientos se bloquearon.

—... ¿Y por qué aún luces preocupada? —cuestioné tras varios segundos en silencio.

Aunque la verdad doliera, quería saber todo.

Ella metió la mano en su bolsillo y extrajo una pequeña bolsita tejida. Quitó la cinta que la mantenía cerrada y sacó del interior un pequeño dije de color verde, que supuse estaría en posesión de Kovacs y no de ella. —¿Qué significa esto?

Un club para un corazón roto [CCR # 3] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora