Dánika y Santiago Reids me observaron en silencio.
Veinticuatro horas después de haber sido liberado de la estación de policía sin otro cargo más que el de agresión, el cual tenía que suplir con ayuda comunitaria en la Central de Salud Mental de Belmont (gracias a los padres de Olivia), las marcas en mi rostro y los moretones en el cuerpo de no se habían desvanecido.
Tenía el labio inferior partido junto a hematomas bordeando la herida y otro aún más notorio por encima del pómulo del lado izquierdo. Tenía heridas en el tórax —entre rasguños y moretones— 3era costilla y también una fractura en el tercer arco costal izquierdo que limitaba gran parte de mis movimientos. Prácticamente lucía como un saco de boxear al que no le hubieran dado mantenimiento y el cuerpo aún me dolía como si fuera ayer.
—... ¿Qué te han dicho tus padres? —susurró la única mujer del lugar.
Elevé los hombros ante la mirada de los dos Reids.
Mis padres no hablaron mucho respecto a lo acontecido en el café cuando se enteraron que era Maccarena Brown, la hija de una de sus viejas amistades, a quien trataba de proteger. Solo dijeron que, junto a los padres de Olivia —que eran policías en otra jurisdicción— tomarían medidas respecto al caso, además de entablar una denuncia por agresión dentro de la institución en la que me retuvieron. Sin embargo, había tanta burocracia y papeleo de por medio que esperar a que las autoridades tomaran decisiones era como ponerse en bandeja de plata sin protección alguna mientras Cristopher Red acechaba alrededor.
Él era un peligro real y lo había confirmado de primera mano. Era astuto, posesivo y muy calculador cuando se trataba de Maccarena Brown, así que no sabía qué esperar para su siguiente jugada. Solo tenía la certeza de que todos éramos simples peones dispuestos a ser sacrificados en el juego.
Resoplé y se me erizó la piel.
—... ¿Alexander? —levanté la mirada al notar que me había quedado jugando con la comida. Dánika depositó una mano sobre la mía tratando de disminuir el peso sobre mis hombros—. Van a encontrarlo pronto, descuida —asentí aunque no tuviera esperanzas respecto a eso, entonces ella continuó con la pregunta del millón—. Por cierto, ¿has pensado contarle a Maccarena lo que pasó? —mordí el interior de mis mejillas al pensar en ello—. Sé que preferirías mantenerla en una burbuja si fuera posible, pero regresará pronto y tarde o temprano hará preguntas.
Suspiré. Esto no era algo que pudiera evitar.
Mentirle una vez más haría que ella perdiera toda su confianza en mí, así que no tenía otro camino más que tomar qué decirle cómo sucedió todo y por qué si es que ella llegara a preguntar. Si me ignoraba producto de nuestra discusión previa, no me acercaría. —Intentaré decírselo solo si le interesa saberlo —concluí.
Ella asintió y Santiago hizo un ademán para que fuéramos a la planta superior. Lo seguí en silencio tras despedirme de su hermana y, al llegar a su habitación, me recosté sobre la única silla del escritorio. Estaba cansado porque la madrugada anterior apenas pude descansar por el dolor producto de la fractura en las costillas, incluso respirar me costaba trabajo, así que Santiago no me molestó.
Cada vez que visitaba la pensión de ellos, esta era la rutina: comer, charlar y descansar. Era como un medio para huir de mi solitaria casa y de mis grandes tormentos estando en compañía de las personas con las que me crié, así que no me resultó extraño que Santiago empezara a revisar su móvil ignorando mi presencia mientras fruncía el ceño. Casi podía adivinar que la razón de su fastidio eran las marcas en mi cuerpo.
Me quedé en silencio y copié su actitud. Comencé a revisar mi celular hasta que encontré las pocas fotografías que tenía con Maccarena, luego leí una vez más la última de nuestras conversaciones en línea, data del sábado pasado. Suspiré y cerré todas las aplicaciones para recostarme sobre la silla y no pensar en nada, segundos después el timbre de la casa sonó reiteradas veces aunque recién en el tercer intento cesó por completo. No me moví de mi posición y sentí cómo la oscuridad comenzó a sentirse más pesada. Resoplé y sentí pequeños hincones sobre las costillas. Respiré con lentitud tratando de serenar mis movimientos y el dolor, pero entonces oí ruido proveniente del exterior.
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Un club para un corazón roto [CCR # 3] ©
RomanceMaccarena Brown solo buscaba una salida, no el final...