18. Rey de corazones

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Gemí de dolor al tratar de levantarme, pero inmediatamente me detuve al notar que Alexander estaba sentado sobre una silla metálica a un metro de distancia. Tenía las manos cruzadas sobre su pecho mientras cabeceaba producto del sueño. Miré alrededor, bastante confundida, solo para notar que una cortina blanca separaba mi espacio del resto de la habitación.

Nada me era familiar cuando giré de lado para ver a la única persona acompañándome; sin embargo, cuando al moverme noté la pulsera de plástico con mi nombre grado en esta, las energías regresaron de golpe y sin piedad forzándome a tomar asiento con rapidez.

Maldije y pronto noté que habían limpiado los rasguños en mis brazos, así como la sangre en la palma de mis manos; sin embargo, no habían desaparecido los moretones grabados sobre la piel de mi cuello y pecho. Esas marcas seguían ahí como un doloroso recordatorio de lo que sucedió.

—¿Qué haces? —interrumpió el chico junto a mí al ver que intentaba ponerme de pie.

Lo ignoré, no había mucho de lo que pudiéramos hablar ahora. Se enojó.

—Pregunté que qué haces —repitió plantándose frente a mí para bloquear el camino.

No lo miré. Solo susurré. —Quiero irme, por favor.

Polac no se movió ni un centímetro, continuó observándome con la misma oscuridad de ayer en la noche hasta que finalmente levantó sus manos. Me cubrí por inercia, pero él no me rozó ni rompió mi burbuja de cristal, solo cogió la sábana y volvió a cubrir cada centímetro de piel expuesta para después señalar la camilla. —Tienes que descansar hasta que reúnas las fuerzas necesarias para hablar sobre lo que pasó, de lo contrario no nos moveremos de aquí.

Esta vez no había compasión en su voz, solo enojo.

Mordí mis labios y sentí una punzada de dolor. —No quiero hablar.

—Tienes que hacerlo o pronto se darán cuenta de nuestra ausencia —amenazó sutilmente. Claramente se refería a Evanston. Bajé la mirada—. No te pido ser el elegido... Entiende, no quiero saber la verdad si eso te hace sentir incómoda, pero sí quiero y necesito que las personas competentes sepan sobre lo que te pasó porque eso... —se detuvo y señaló los moretones sobre mi cuello, además de la herida en mi ceja—. Eso no es producto de una caída y ambos lo sabemos...

La oración quedó al aire y tiré la sábana al suelo.

Intenté ponerme de pie para salir de ahí, pero apenas mis pies pisaron el suelo trastabillé. Polac fue veloz al cogerme del brazo y gemí de dolor, no solo por el contacto con él, sino porque mi rodilla derecha dolía y supe por qué cuando noté los cuatro puntos de sutura sobre mi piel y los moretones en diversas zonas de mis pantorrillas.

Suspiré, deseando estar bajo una bolsa de papel donde pudiera ocultar mi rostro.

—Dime a dónde quieres ir y te llevaré —habló él como si no fuera importante.

En ese punto, no tuve energías para negarme, menos cuando se inclinó delante de mí como un carrito de carga. Enojado o no, no parecía dispuesto a permitir que algo más me lastimara y yo no estaba dispuesta a pelear así que dejé que me cargara sobre su espalda.

El trayecto fue mortal. Ninguno de los dos habló y no me moví excepto el momento en el que me recosté sobre su espalda. Él, sin preguntas de por medio, me llevó a la cafetería donde pude obtener un bocado fresco de una torta. Me observó comer mientras se limitaba a beber agua mineral y, cuando terminé, se puso de pie sin emitir palabra y se agachó para que pudiera subirme encima, lo cual hice.

El camino de regreso fue aún peor. Se sentía la tensión y no fue hasta que entramos al pasillo donde se encontraba mi habitación que se detuvo.

A unos cinco metros de distancia estaba un par de policías conversando de forma amena. Él tomó aire, así supe que diría algo.

Un club para un corazón roto [CCR # 3] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora