8. Mariposa desolada

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Miraba con recelo el extremo derecho de mi manga, material que cubría uno de los pocos tatuajes grabados sobre mi piel. Estaba ansiosa, pero al mismo tiempo enojada de que Cristopher hubiera utilizado aquel pequeño detalle para proclamarme como propiedad suya.

"¿Mi mariposa?", renegué en silencio sintiendo náuseas al revivir el recuerdo.

El profesor, a unos metros de distancia, continuaba dando cátedra sobre filosofía mientras mis pensamientos eran un vaivén entre el dolor psicológico y la nostalgia ajena. Tenía muchas preguntas, así como ganas de salir de ese hoyo en el continuaba cayendo una y otra vez, pero al mismo tiempo me sentía sin fuerzas para continuar luchando. Si este era el final, no lo sabía y, aunque no quería rendirme, el destino me empujaba una y otra vez a lo mismo agotándome por completo.

—... formen grupos —le oí decir a quien lideraba el lugar.

Alcé la mirada, observé a mi alrededor y no me moví.

Dentro de esas cuatro paredes todos me eran desconocidos excepto por él, pero esa no era razón suficiente para ponerse de pie y fingir que éramos viejos amigos. No, yo estaba sola y la única persona en la que podía confiar era en Evanston, y él no estaba aquí.

La otra razón por la que preferí quedar desamparada fue por los rumores en Belmont. No era tonta, había oído lo que los demás insinuaban y lo último que quería era alimentar el morbo para perjudicar a gente extraña, tampoco...

—¿Puedo? —levanté la mirada solo para encontrar al dueño de mis pensamientos, Alexander Polac, señalando el asiento junto a mí que permanecía vacío. Asentí.

Solo en ese momento noté que todos, salvo nosotros, estaban en grupos de cuatro o cinco personas. Me sentí más afligida y cohibida ante la idea de tenerlo conmigo. —Si quieres puedes...

—¿Te parece si empezamos con la primera encuesta? —me interrumpió cortando con brusquedad cualquier negativismo de mi parte. Volví a asentir sin saber qué más decirle.

Era la primera vez que me dirigía la palabra desde aquel almuerzo que Savanna, mi madre, había organizado en forma de agradecimiento con su familia, quizás por eso sentí cierto distanciamiento de su parte. "¿Estaba enojado?".

Era difícil determinar cuál era su estado de ánimo puesto que no lo conocía más allá de nuestros fugaces encuentros, así que me concentré en lo que escribía quedando anonadada ante su hermosa caligrafía. Le seguí el juego y un par de veces noté que vigilaba con recelo la distancia entre ambos como si hubiera planeado no asustarme con su cercanía. Sonreí, sin dejar que este lo notara y disfruté del sentimiento de calma que me transmitió mientras me explicaba algo que claramente entendíamos ambos. Los siguientes cuarenta minutos se pasaron volando mientras disfrutaba del tono de su voz gruesa, entonces llegó el momento de la despedida y, aunque tenía planeado dejarlo marchar después de decir gracias, la voz en mi subconsciente me impulsó a tomar un camino diferente.

Fue así como, por primera vez después de semanas, no caminé directo a la cafetería donde Evanston estaría esperándome. No, caminé a escondidas detrás de aquel chico, quien se había puesto su capucha para cubrir el hecho de que tenía los audífonos puestos. Caminamos sin parar, no hasta que ingresamos al desolado teatro y él tomó asiento en una de las butacas del medio. Yo me escondí en la última fila a la espera de su siguiente movimiento.

—¿Esta es tu forma de agradecer? —cuestionó en voz alta.

Divisé los alrededores para ver a quién le hablaba, pero no encontré a alguien.

—Suelo ponerme los audífonos sin música —explicó de nuevo—. Tenerlos puestos es la excusa perfecta para que alguien más no me interrumpa salvo sea necesario; sin embargo, es fácil oír el ruido del exterior y el sonido de los pasos cuando no hay melodías sonando...

Un club para un corazón roto [CCR # 3] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora